3.CARTA DESDE ROMA
Autor
De esta Carta no se conoce minuta autógrafa
de Don Bosco conserva el original completo, escrito por don Lemoyne. Ofrece dos
versiones, una larga y otra breve. La redacción larga va dirigida a los
salesianos de Valdocco. Esta redacción breve lleva firma autógrafa de Don Bosco
No hay duda
de que la redacción de las dos versiones de don Lemoyne. El problema radica en
el grado de intervención Bosco. ¿Dictó la Carta, un esquema, una serie de
recuerdos? Pedro Braido afirma explícitamente que Don Bosco ni redactó ni dictó
la Carta. Pero el mismo Braido y todos los estudiosos coincide: esta Carta es
un documento pedagógico muy importante, síntesis feliz de la experiencia
educativa de Don Bosco y de sus colaboradores. Concluyen didácticamente:
Lemoyne es el redactor; Don Bosco, el inspirador. Por tanto, estamos ante un
documento que refleja fielmente el espíritu de Don Bosco.
Ocasión
La persona de Don Bosco está en decadencia
física, es un organismo cansado. En 1883 ha viajado fuera de Italia. En febrero
de 1884 sufre una enfermedad grave, que le pone al borde del sepulcro. En abril
1884 marcha a Roma, donde permanece desde el 14 de abril al 14 de mayo. Es
incapaz de escribir. El 9 de mayo es recibido en audiencia por el papa León
XIII (1810-1903). Al final de la audiencia entra también don Lemoyne, a quien
el Papa dirige estas palabras. Usted debe cuidar de su salud y de que no se
fatigue demasiado. No permita, que escriba él: tiene los ojos demasiado
cansados y enfermos (MBe 17, 98)
En los años
ochenta emerge en Don Bosco una emotividad acentuada, que le lleva a fundir
frecuentemente recuerdos nostálgicos del pasado con vivaces adivinaciones del
futuro. Se multiplican los «sueños». Torna insistente la apelación al método,
al estilo, al sistema preventivo. En conversaciones y charlas tenidas en París,
Montpellier, Lyon, Roma, y en una entrevista al Joumal de Rome (25 de
abril de 1884), insiste en conceptos que luego entran en la Carta. Varias
cartas de Lemoyne, enviadas desde Roma a Turín, manifiestan esta preocupación
de Don Bosco: le consta que en algunos aspectos ya no se vive el espíritu
infundido por él en sus centros educativos; por eso se decide a escribir. Por
tanto, la Carta surge en un contexto personal psicológicamente propicio.
El paso mismo del
tiempo es otra dimensión importante para explicar el cambio en Valdocco. En los
años sesenta el cuerpo de enseñantes era jovencísimo. En ciertas clases la
diferencia de edad entre alumnos y profesores era mínima. En el curso
1862-1863, Francisco Cerruti tenía 18 años; Celestino Durando, 22; Juan
Bautista Anfossi, 22; Juan Bautista Francesia, 24. Sólo eran mayores Mateo
Picco y Victorio Alasonatti, ambos de 50 años. Cerruti, Durando, Anfossi, se
habían sentado en el comedor con Savio, Magone y otros jóvenes, algunos de los
cuales estaban todavía presentes en el Oratorio. Esto fue característico del
decenio 1860-1870. En años sucesivos aumentó la diferencia de edad, y con ésta
la de mentalidad y comportamiento. Ahora Don Bosco se lamenta de la distancia
entre superiores y alumnos, y contrapone los años anteriores a 1870 con los
años presentes en la década de los ochenta. Por tanto, la Carta obedece a un
contexto sociológicamente concreto y objetivo. De ello se deriva que el
problema que aborda es un problema real en el Oratorio. Para confirmarlo,
bastaría releer las Actas del Consejo de la Casa de Valdocco, aludidas en la
introducción a la Circular sobre los castigos.
Fuentes
No se pueden señalar fuentes explícitas,
excepto la experiencia del mismo Don Bosco. Bajo forma de sueño, la Carta
abunda en diálogos entre Don Bosco y un guía, como era costumbre en los sueños.
Aquí hay dos guías. Valfré le presenta el Oratorio antes de 1870; Buzzetti, el
Oratorio en el presente, con mucha mayor amplitud. Valfré trata siempre a Don
Bosco de usted; Buzzetti alterna el usted y el tú. En la redacción larga
aparece claramente que duró dos noches; no así en la redacción breve.
¿Sueño real o
recurso literario? La duda persiste. Carece de estructuración lógica del pensamiento
pedagógico (principios, fines, medios y métodos). Desarrolla los contenidos de
forma poética y, por tanto, algo desordenada, aunque con gran claridad de
ideas.
Contenido
En la redacción
corta (para los jóvenes)
Un gran principio: familiaridad, amor y confianza.
Para los jóvenes: gracia de Dios, propósitos
firmes en la confesión, devoción a María Auxiliadora, obediencia y confianza en
los superiores.
Para los salesianos: sean padres, hermanos y amigos.
Para todos: caridad.
En la redacción
larga (para los salesianos)
Un gran principio: familiaridad, amor y confianza.
Para los superiores: sean padres, hermanos y amigos.
Una finalidad: educación integral (todo
bien para cuerpo, alma e inteligencia).
Una gran intuición
y tematización pedagógico-educativa, con gradación práctica: los alumnos no
sólo sean amados, sino conozcan que son amados; sean amados en las cosas que
les agradan; la convivencia con ellos en su ocio o diversiones les hará ver
este amor de que son objeto por parte de los educadores.
Texto
En un manuscrito preparado para recoger
documentos que debían servir para escribir las Memorias Biográficas de Don
Bosco, dice don Lemoyne: En aquellas noches en que se encontraba mal, Don
Bosco había tenido un sueño de los que hacen época. En diversas ocasiones lo
contó a don Lemoyne (que es el mismo que escribe) y luego se lo hizo
redactar y leer corrigiéndolo. Por tanto, se debió rehacer y volver a copiar.
Como se refería especialmente a los miembros de la Congregación Salesiana, fue
necesario un trabajo nuevo para que pudiese ser leído en público en presencia
de todos los jóvenes del Oratorio.
Por tanto, el
mismo don Lemoyne hizo dos redacciones. Ambas se conservan. Pedro Braido ha
publicado su edición critica. El texto castellano que ofrecemos es la
traducción directa de este texto crítico desde el italiano.
REDACCIÓN BREVE
En el Archivo de la Casa Generalicia
Salesiana de Roma está siglada como Manuscrito K. autógrafo de don
Lemoyne. Al final se encuentra la firma autógrafa de Don Bosco. Aunque la dos
redacciones están fechadas en Roma, el 10 de mayo de 1884, parece probable que
sólo fue enviado a Turín el manuscrito que contiene la redacción breve, que
salió de Roma el 14 de mayo de 1884, y que fue leído por don Rua a los jóvenes
de Valdocco.
En esta redacción
breve, el sueño dura sólo una noche; en la redacción larga, dos. En la
redacción breve habla de vosotros; en la redacción larga, de los
jóvenes. Al final de las dos redacciones, se dirige conjuntamente a jóvenes
y a educadores. En esta redacción breve subraya la actitud de los chicos más
que la de los salesianos educadores. Algunos argumentos o temas están colocados
en momentos distintos en una u otra redacción.
Como la redacción larga contiene todo lo de
la redacción breve, dejamos las notas para la redacción larga.
Roma, 10 de mayo de 1884
Mis queridísimos hijos en Jesucristo:
Cerca o lejos, siempre pienso en vosotros. Mi
deseo es sólo uno: veros felices en el tiempo y en la eternidad. Este
pensamiento, este deseo me decidieron a escribiros esta carta. Siento, queridos
míos, el peso de mi lejanía de vosotros y no veras ni oíros me causa una pena
que no podéis imaginar. Por eso, habría deseado escribiros estas líneas hace
una semana; pero me lo impidieron las continuas ocupaciones. No obstante, y a
pesar de que faltan pocos días para mi regreso, quiero anticipar mi llegada
entre vosotros al menos por carta, ya que no puedo hacerla personalmente. Son
las palabras de quien os ama tiernamente en Jesucristo y tiene el deber de
hablaras con la libertad de un padre. Me lo permitís, ¿verdad? Me prestaréis
atención y pondréis en práctica lo que vaya deciros.
He afirmado que sois el único y el continuo
pensamiento de mi mente. Pues bien, en una de las noches pasadas me había
retirado a mi cuarto y, mientras me disponía a ir a descansar, había comenzado
a recitar las oraciones que me enseñó mi buena madre. En ese momento, no sé
bien si dominado por el sueño o llevado fuera de mí por una distracción, me
pareció que se me presentaban delante dos antiguos jóvenes del Oratorio. Uno de
estos dos se me acercó y, saludándome afectuosamente, me dijo:
-Don Bosco, ¿me conoce?
-Claro que te conozco -respondí.
-¿Todavía se acuerda de mí?
-De ti y de todos los demás. Eres Valfré, y
estabas en el Oratorio antes de 1870.
-Oiga -continuó Valfré-. ¿Quiere ver a los
jóvenes que estábamos en aquellos tiempos en el Oratorio?
-Sí, muéstramelos -le respondí-. Esto me
proporcionará mucho placer.
Y Valfré me mostró a todos los jóvenes con los
mismos rostros y con la estatura y la edad de aquel tiempo. Me parecía estar en
el antiguo Oratorio a la hora del recreo. Era una escena toda vida, toda
movimiento, toda alegría. Quién corría, quién saltaba. quién hacía saltar. Aquí
se jugaba a la rana, allí al marro y a la pelota. En un sitio estaba reunido un
corro de jóvenes, que pendía de lo labios de un sacerdote, el cual contaba una
historieta. En otro lugar, un clérigo que, en medio de otros jovencitos, jugaba
a El burro vuela y a los oficios. Se cantaba, se reía por todas
partes; y en todos los sitios, clérigos y sacerdotes y, en torno a ellos,
jóvenes que alborotaban alegremente. Se veía que. entre jóvenes y superiores
reinaba la mayor cordialidad. Yo estaba encantado con este espectáculo y Valfré
me dijo:
-Mire, la familiaridad lleva al amor y el amor
produce confianza en la confesión y fuera de la confesión.
En ese instante se me acercó el otro amigo
antiguo alumno, que tenía la barba toda blanca, y me dijo:
-Don Bosco, ¿quiere ahora conocer y ver a los
jóvenes que están actualmente en el Oratorio?
-Sí -le respondí-, pues hace ya un mes que no
los veo.
Y me los enseñó. Vi el Oratorio y a todos
vosotros que estabais en el recreo. Pero ya no oía gritos y canciones, ya no
veía aquel movimiento, aquella vida como en la primera escena. En los ademanes
y en el rostro de muchos de vosotros se leía una tristeza, un aburrimiento, un
disgusto, una desconfianza, que apenaba mi corazón. Es verdad que vi a muchos
que corrían, jugaban, se movían con verdadera despreocupación, pero veía a otros
muchos que estaban solos, apoyados en las columnas, dominados por pensamientos
desalentadores; otros en las escaleras y en los corredores para no tomar parte
en el recreo; otros paseaban lentamente en grupos, hablando en voz baja entre
ellos, lanzando a su alrededor miradas sospechosas y malignas. Incluso entre
los que jugaban había algunos tan apáticos que dejaban ver claramente que no se
encontraban a gusto en las diversiones. Pocos clérigos y sacerdotes se
descubrían entre los jóvenes. Varios jóvenes buscaban expresamente alejarse de
los maestros y de los superiores. Los superiores no eran ya el alma de los
recreos.
Entonces pregunté a mi amigo de la barba
blanca:
-¿Te parecen mejores los jóvenes de ahora o
los de otro tiempo? -El número de jóvenes buenos es también en el presente muy
grande en el Oratorio -me respondió.
-Pues, ¿por qué hay tanta diferencia entre los
jóvenes de otro tiempo y los jóvenes de ahora?
-La causa de tanta diferencia es que cierto
número de jóvenes no tienen confianza con los superiores. Antiguamente todos
los corazones estaban abiertos a los superiores, a quienes los jóvenes amaban y
obedecían con prontitud. ¿Se acuerda de aquellos hermosos años en que usted,
don Bosco, podía entretenerse continuamente con nosotros? Era un jolgorio de
paraíso, y nosotros no teníamos secretos con usted. Pero ahora los superiores
son considerados como superiores, y no como padres, hermanos y amigos; como
consecuencia, son temidos y no amados. Por tanto, si se quiere formar un solo
corazón y una sola alma por amor de Jesús, es necesario romper la barrera fatal
de la desconfianza, a la que debe sustituir la confianza cordial. Por
consiguiente, que la obediencia guíe al alumno como la madre guía a su hijito.
Entonces reinarán en el Oratorio la paz y la antigua alegría.
-¿Cómo hacer para romper esa barrera?
-A ti Y a los tuyos os digo: Jesucristo se
hizo pequeño con los pequeños y cargó con nuestras miserias. No rompió la caña
ya cascada ni apagó la llama humeante. Este es vuestro modelo.
-¿Y a los jóvenes?
-Que reconozcan lo que los superiores, los
maestros, los asistentes trabajan y estudian por su amor, pues, si no fuera por
su bien, no se someterían a tantos sacrificios; que se acuerden de que la
humildad es la fuente de toda tranquilidad; que sepan soportar los defectos de
los otros, ya que en el mundo no existe la perfección, sino que sólo está en el
paraíso; que cesen en sus murmuraciones, pues éstas enfrían los corazones; y,
sobre todo, que procuren vivir en la santa gracia de Dios. Quien no está en paz
con Dios, no tiene paz consigo mismo, no tiene paz con los demás.
-Por tanto, ¿me dices que, entre mis jóvenes,
hay quienes no están en paz con Dios?
-Esta es la primera causa del malhumor, entre
las otras que tú conoces, a las cuales debes poner remedio, y que no es
necesario que te recuerde ahora. De hecho, sólo desconfía quien tiene secretos
que guardar, quien teme que estos secretos lleguen a conocerse, porque sabe que
le sobrevendría vergüenza y desgracia. Al mismo tiempo, si el corazón no tiene
la paz de Dios, vive angustiado, inquieto, indócil ante la obediencia, se
irrita por nada, le parece que todo va mal y, como no tiene amor, juzga que los
superiores no le aman.
-Pero, querido mío, ¿no ves cuánta frecuencia
de confesiones y comuniones hay en el Oratorio?
-Es verdad que la frecuencia de confesiones es
grande, pero lo que falta radicalmente en muchos jovencitos que se
confiesan es la estabilidad en los propósitos. Se confiesan, pero siempre de
las mismas faltas, las mismas ocasiones, los mismos hábitos, las mismas
desobediencias, las mismas negligencias en los deberes. Así se va adelante por
meses y meses. Son confesiones que valen poco o nada; por ello, no traen la
paz, y, si un jovencito fuese llamado en ese estado al tribunal de Dios, sería
un trance muy serio.
-¿Y hay muchos de estos en el Oratorio?
-Pocos, en comparación con el gran número de
jóvenes que hay en la casa. Míralos.
Y me los señalaba. Miré, y vi a aquellos
jóvenes uno a uno. Pero, en estos pocos, vi cosas que amargaron profundamente
mi corazón. No quiero ponerlas por escrito, pero, cuando esté de vuelta, quiero
decirlas a cada uno de los interesados. Aquí diré sólo que es tiempo de rezar y
de tomar firmes resoluciones; de proponer, pero no con las palabras, sino con
los hechos, y de hacer ver que los Comallo, los Domingo Savia y los Besucco y
los Saccardi viven aún entre nosotros.
Por último, pregunté a mi amigo: -¿No tienes
nada más que decirme?
-Predica a todos, grandes y pequeños, que
recuerden siempre que son hijos de María Santísima Auxiliadora. Que Ella misma
los ha reunido aquí para que se amasen como hermanos y para que diesen gloria a
Dios y a Ella con su buena conducta. Que recuerden que están en vísperas de la
fiesta de su Santísima Madre y que, con su ayuda, debe caer esa barrera de
desconfianza que el demonio ha sabido levantar entre jóvenes y superiores y de
la cual sabe aprovecharse para la ruina de algunas almas.
Mientras hablaba el amigo, yo sentía poco a
poco crecer en mí un cansancio que me oprimía. Finalmente, no pudiendo resistir
más, me estremecí y me desperté.
Me encontré de pie junto a la cama. Mis
piernas estaban tan hinchadas y me producían tanto dolor, que no podía tenerme
en pie. Era muy tarde y, por eso, me fui a la cama, resuelto a escribiros estas
líneas, queridísimos hijos míos. Desearía contaras también muchas otras cosas
importantísimas que vi, pero el tiempo y la conveniencia no me lo permiten.
Concluyo. ¿Sabéis qué desea de vosotros este
pobre viejo, que ha consumido su vida por sus queridos jóvenes? Sólo una cosa:
que, guardadas las debidas proporciones, retornen los días felices del antiguo
Oratorio. Los días del amor y de la confianza cristiana entre los jóvenes y los
superiores; los días del espíritu de condescendencia y de tolerancia mutua por
amor de Jesús; los días de los corazones abiertos con toda sencillez y candor;
los días de la caridad y de la verdadera alegría para todos. Necesito que me
consoléis, dándome la esperanza y la promesa de que haréis todo lo que deseo
para el bien de vuestras almas. No conocéis suficientemente qué suerte supone
para vosotros el haber sido acogidos en el Oratorio. Os confieso delante de
Dios: Basta que un joven entre en una casa salesiana para que la Virgen
Santísima lo acoja inmediatamente bajo su especial protección.
Por tanto, pongámonos todos de acuerdo. La
caridad de quien manda, la caridad de quien obedece, haga reinar entre nosotros
el espíritu de Francisco de Sales. Queridos hijos míos, se acerca el tiempo en
que deberé separarme de vosotros y partir para mi eternidad (En este punto Don
Bosco dejó de dictar; sus ojos se llenaron de lágrimas, no de pesar, sino de
inefable ternura que se transparentaba en su mirada y en el tono de su voz.
Después de algunos instantes continuó); por tanto, sacerdotes, clérigos,
jóvenes queridísimos, anhelo dejaros encaminados por la senda del Señor en la
que Él mismo os desea. Con este fin el Santo Padre. al que he visitado el
viernes, 9 de mayo, os manda de todo corazón su bendición. El día de la fiesta
de María Santísima Auxiliadora me encontraré con vosotros ante la imagen de
nuestra amorosísima Madre. Quiero que esta gran fiesta se celebre con toda
solemnidad y que don Lazzero y don Marchisio piensen en hacernos estar alegres
también en el comedor. La fiesta de María Auxiliadora debe ser el preludio de
la fiesta eterna que debemos celebrar todos juntos unidos un día en el paraíso.
Vuestro afectísimo amigo en Jesucristo, Sac.
JUAN BOSCO.
REDACCIÓN LARGA
En el Archivo de la Casa Generalicia
Salesiana de Roma, está siglada como Manuscrito D, todo autógrafo de don
Lemoyne. Es el manuscrito más antiguo de los conocidos, que contiene el texto
íntegro de la Carta en su redacción larga. Podría ser el texto original. Es
difícil establecer el tiempo y el lugar de la composición de esta redacción
larga, tal como ha sido transmitida manuscrita o impresa Podría haber sido
extendida más tarde en Valdocco.
El sueño dura
dos noches. Los temas son desarrollados con mucha mayor amplitud por José
Buzzetti. Como esta redacción larga contiene todo lo de la redacción breve, en
los textos de historia de la pedagogía o educación suele aducirse sólo esta
redacción larga, que es conocida como Carta de Roma por antonomasia.
Roma, 10 de mayo de 1884
Mis queridísimos hijos en Jesucristo:
Cercano o lejano, pienso siempre en vosotros.
Mi único deseo es veros felices en el tiempo y en la eternidad. Este
pensamiento, este deseo me han decidido a escribiros esta carta. Queridos míos,
siento el peso de la lejanía de vosotras y no veros ni oíros me causa una pena
que no podéis imaginarlo1 Por eso,
habría deseado escribiros estas líneas hace una semana, pera me lo han impedido
las continuas ocupaciones. No obstante, aunque faltan pocos días para mi
vuelta, quiera anticipar mi llegada entre vosotros por medio de una carta, al
no poder hacerla personalmente. Son las palabras de quien os ama tiernamente en
Jesucristo y tiene el deber de hablaros con la libertad de un padre. Vosotros
me lo permitiréis, ¿verdad? Y me prestaréis atención y pondréis en práctica lo
que vaya deciros.
Acabo de afirmar que sois el pensamiento único
y continuo de mi mente. Pues bien, en una de las noches pasadas, me había
retirado a mi habitación y, mientras me disponía a entregarme al descanso,
había comenzado a rezar las oraciones que me enseñó mi buena madre. En ese
momento, no sé bien si dominado por el sueño o llevado fuera de mí por una
distracción2, me pareció que se
presentaban delante de mí dos antiguos jóvenes del Oratorio. Uno de esos dos se
me acercó y, saludándome afectuosamente, me dijo:
-¡Don Bosco! ¿Me conoce?
-Claro que te conozco -respondí.
-¿Y se acuerda todavía de mí? -añadió aquel
hombre.
-De ti y de todos los demás. Eres Valfré, y
estabas en el Oratorio antes de 1870.
-Oiga -continuó Valfré-, ¿quiere ver a los
jóvenes que estaban en el Oratorio en mis tiempos?
-Sí, muéstramelos -le respondí-; esto me
causará mucho placer.
Y Valfré me mostró a todos los jóvenes con las
mismas facciones y con la estatura y la edad de aquel tiempo. Me parecía estar
en el antiguo Oratorio a la hora del recreo. Era una escena toda vida, toda
movimiento, toda alegría. Quién corría, quién saltaba, quién hacía saltar. Aquí
se jugaba a la rana, allá al marro y a la pelota. En un sitio estaba reunido un
corro de jóvenes que pendía de los labios de un sacerdote que les contaba una
historieta. En otro lugar, un clérigo que, en medio de otros jovencitos, jugaba
a El burro vuela o a los oficios. Se cantaba, se reía en todas
partes y por doquier clérigos y sacerdotes y, en tomo a ellos, los jóvenes que
alborotaban alegremente. Se notaba que entre los jóvenes y los superiores
reinaba la mayor cordialidad y confianza. Yo estaba encantado con aquel
espectáculo, y Valfré me dijo:
-Vea: la familiaridad engendra amor, y el amor
engendra confianza3. Esto es lo que abre los
corazones, y los jóvenes manifiestan todo sin temor a los maestros, a los
asistentes y a los superiores. Son sinceros en la confesión y fuera de la
confesión y se prestan con docilidad a todo lo que quiera mandarles aquel del
que están seguros de que los ama4.
En ese momento se me acercó el otro antiguo
alumno mío, que tenía la barba completamente blanca, y me dijo:
-Don Bosco, ¿quiere ahora conocer y ver a los
jóvenes que están actualmente en el Oratorio? (Este era José Buzzetti.)
-Sí -respondí-, porque hace ya un mes que no
los veo.
Y me los señaló. Vi el Oratorio y a todos
vosotros que estabais en recreo. Pero ya no oía gritos de alegría y canciones,
ya no veía aquel movimiento, aquella vida de la primera escena. En las
actitudes y en las caras de muchos jóvenes se leía un aburrimiento, una
dejadez, un desagrado, una desconfianza que causó pena a mi corazón. Es verdad
que vi a muchos que corrían, jugaban, se movían con feliz despreocupación; pero
veía a no pocos que estaban solos, apoyados en las columnas, dominados por
pensamientos desalentadores; a otros arriba por las escaleras y en los
corredores y sobre los poyales de la parte del jardín, para alejarse del recreo
común; a otros que paseaban lentamente en grupos, hablando en voz baja entre
ellos, lanzando a su alrededor miradas sospechosas y malintencionadas, que a
veces sonreían, pero con una sonrisa acompañada de miradas que no sólo hacían
sospechar, sino creer que san Luis (Gonzaga) se habría sonrojado si se hubiese
encontrado en su compañía; incluso entre los que jugaban. había algunos tan
apáticos que daban a entender claramente que no encontraban gusto en las
diversiones.
-¿Has visto a tus jóvenes? -me dijo aquel
antiguo alumno.
-Los veo -respondí suspirando.
-¡Qué diferentes son de como éramos nosotros
en otro tiempo! -exclamó aquel antiguo alumno.
-¡Desgraciadamente! ¡Cuánta dejadez en este
recreo!
-Y de aquí proviene la frialdad de muchos para
acercarse a los santos sacramentos5, el
descuido de las prácticas de piedad en la iglesia y en otros sitios, el estar
de mala gana en un lugar donde la divina Providencia los colma de todo bien
para el cuerpo, para el alma, para la inteligencia6.
De aquí la no correspondencia de muchos a su vocación7;
de aquí las ingratitudes para con los superiores; de aquí los secreteos y las
murmuraciones, con todas las demás consecuencias deplorables.
-Comprendo, comprendo -respondí-. Pero, ¿cómo se puede reanimar a estos
queridos jóvenes míos, para que recobren la antigua vivacidad, la alegría, la
expansión?
-¡Con el amor!
-¿Amor? Pero, ¿no son suficientemente amados mis jóvenes? Tú sabes
cuánto los amo. Sabes. cuánto he sufrido y tolerado por ellos durante más de
cuarenta años, y cuánto tolero y sufro todavía ahora. ¡Cuántos trabajos,
cuántas humillaciones, cuántas oposiciones, cuántas persecuciones para darles
pan, casa, maestros y especialmente para procurar la salvación de sus almas!8. He hecho cuanto he podido y sabido por
ellos, que constituyen el amor de toda mi vida.
-No hablo de ti. -¿De quién, entonces? ¿De los que hacen mis veces? ¿De
los directores, prefectos, maestros, asistentes? ¿No ves que son mártires del
estudio y del trabajo? ¿Cómo consumen sus años juveniles por aquellos que les
confió la divina Providencia?
-Lo veo; lo conozco; pero esto no basta; falta lo mejor.
-¿Qué falta, pues?
-Que los jóvenes no sólo sean amados, sino que ellos mismos se den
cuenta de que son amados.
-Pero, ¿no tienen ojos en la cara? ¿No tienen la luz de la inteligencia?
¿No ven que cuanto se hace por ellos es todo por su amor?
-No; lo repito; eso no basta. -Pues, ¿qué se requiere?
-Que, al ser amados en las cosas que les
gustan participando en sus inclinaciones infantiles, aprendan a ver el amor en
las cosas que naturalmente les agradan poco, como son la disciplina, el
estudio, la mortificación de sí mismos, y que aprendan a hacer estas cosas con
amor9.
-Explícate mejor.
-Observe a los jóvenes en el recreo.
Observé y luego repliqué;
-¿Y qué hay que ver de particular?
-¿Hace tantos años que se dedica a educar a jóvenes
y no comprende? ¡Mire mejor! ¿Dónde están nuestros salesianos?
Me fijé y vi que muy pocos sacerdotes y
clérigos estaban mezclados entre los jóvenes y todavía menos tomaban parte en
sus diversiones. Los superiores no eran ya el alma del recreo. La mayor parte
de ellos paseaban, hablando entre sí, sin cuidarse de lo que hacían los
alumnos; otros estaban atentos al recreo, sin pensar para nada en los jóvenes;
otros vigilaban a lo lejos, sin advertir quién cometía alguna falta; alguno sí
que corregía, pero con tono amenazador y esto rara vez. Había algún salesiano
que hubiera deseado meterse en un grupo de jóvenes, pero vi que estos jóvenes
trataban intencionadamente de alejarse de los maestros y de los superiores.
Entonces mi amigo dijo:
-En los antiguos tiempos del Oratorio, ¿no
estaba usted siempre en medio de los jóvenes, y especialmente en tiempo de
recreo? ¿Se acuerda de aquellos hermosos años? Era una algarabía de paraíso,
una época que recordamos siempre con amor, porque el amor era lo que nos servía
de regla, y nosotros no teníamos secretos con usted.
-¡Cierto! Entonces todo era alegría para mí, y
los jóvenes iban a porfía por acercarse a mí para hablarme, y había una
verdadera ansiedad por escuchar mis consejos y ponerlos en práctica. Pero
ahora, ya ves, las continuas audiencias, las múltiples ocupaciones y mi salud
me lo impiden.
-Está bien. Pero si usted no puede, ¿por qué
sus salesianos no le imitan? ¿Por qué no insiste, no exige que traten a los
jóvenes como los trataba usted?
-Yo hablo, me desgañito, pero lamentablemente
muchos no se sienten ya capaces de arrostrar las fatigas de otros tiempos.
-Y así, descuidando lo menos, pierden lo más,
y este más son sus fatigas. Que amen lo que agrada a los jóvenes, y los jóvenes
amarán lo que agrada a los superiores. De esta manera, su fatiga será
llevadera. La causa del presente cambio en el Oratorio está en que cierto
número de jóvenes no tiene confianza con los superiores10. Antiguamente todos los corazones
estaban abiertos a los superiores, a quienes los jóvenes amaban y obedecían con
prontitud. Pero ahora los superiores son considerados como superiores y ya no
como padres, hermanos y amigos; por eso, son temidos y no amados. En
consecuencia, si se quiere formar un solo corazón y una sola alma por amor de
Jesús, hay que romper esa fatal barrera de la desconfianza, y sustituida por la
confianza cordial. Por tanto, que la obediencia guíe al alumno como la madre
guía a su pequeño. Entonces reinarán en el Oratorio la paz y la alegría
antigua.
-¿Cómo hacer para romper esta barrera?
-Familiaridad con los jóvenes, especialmente
en el recreo. Sin familiaridad no se demuestra el amor, y sin esta demostración
no pude haber confianza. Quien quiere ser amado necesita demostrar que ama.
Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó sobre sí nuestras
enfermedades. He aquí el maestro de la familiaridad. El maestro al que se ve
sólo en la cátedra es maestro y nada más; pero, si va al recreo con los chicos,
se hace también hermano. Si sólo se ve a uno predicando desde el púlpito, se
dirá que no hace ni más ni menos que su propio deber; pero, si dice una palabra
en el recreo, es la palabra de una persona que ama. ¡Cuántas conversiones han
causado algunas palabras de usted dichas de improviso al oído de un joven mientras
se divertía! Quien sabe que es
amado, ama; y quien es amado, obtiene todo, especialmente de los jóvenes. Esta confianza produce una corriente eléctrica
entre los jóvenes y los superiores. Los corazones se abren y dan a conocer sus
necesidades y manifiestan sus defectos. Este amor hace que los superiores
soporten las fatigas, los disgustos, las ingratitudes, las molestias, las
faltas, las negligencias de los jovencitos. Jesucristo no rompió la caña
cascada ni apagó el pábilo humeante. He aquí vuestro modelo.
Entonces no habrá quien trabaje por vanagloria11; quien castigue solamente para vengar
el amor propio ofendido; quien se retire del campo de la vigilancia por celos
de una temida preponderancia de otros; quien murmure de los otros pretendiendo
ser amado y estimado por los jóvenes, excluyendo a todos los demás superiores,
y no consiguiendo otra cosa que desprecio e hipócritas zalamerías; quien se
deje robar el corazón por una criatura12
y, por agradar a ésta, descuide a todos los demás jovencitos; quien, por amor
de las propias comodidades, menosprecie el deber estrictísimo de la vigilancia;
quien, por un falso respeto humano, deje de avisar a quien debe ser avisado. Si
existe este verdadero amor, no se buscará otra cosa que la gloria de Dios y la
salvación de las almas.
Cuando languidece este amor, es precisamente
cuando las cosas ya no marchan bien. ¿Por qué se quiere sustituir el amor por
la frialdad de un reglamento? ¿Por qué los superiores se apartan de la
observancia de aquellas reglas de educación que Don Bosco les ha dictado? ¿Por
qué el sistema de prevenir los desórdenes con la vigilancia y amorosamente, va
siendo sustituido poco a poco por el sistema, menos pesado y más fácil para
quien manda, de promulgar leyes, que se hacen cumplir con los castigos.
encienden odios y acarrean disgustos? Si se descuida hacerlas observar.
producen desprecio hacia los superiores y son motivo de desórdenes gravísimos.
Y esto sucede inevitablemente si falta la
familiaridad. Por tanto, si se quiere que el Oratorio vuelva a la antigua
felicidad, hay que volver a poner en vigor el antiguo sistema: que el superior
sea todo para todos, dispuesto a escuchar siempre cualquier duda o queja de los
chicos, todo ojos para vigilar paternamente su conducta, todo corazón para
buscar el bien espiritual y temporal de aquellos que la divina Providencia le
ha confiado. Entonces los corazones ya no estarán cerrados y no reinarán
ciertos secreteos que matan. Los superiores sean inexorables sólo en caso de
inmoralidad. Es mejor correr el riesgo de expulsar de la casa a un inocente,
que retener a un escandaloso. Los asistentes consideren un estrechísimo deber
de conciencia referir a los superiores todo aquello que sepan que puede ser
ofensa de Dios de alguna manera.
Entonces le pregunté:
-¿Y cuál es el medio principal para que
triunfe semejante familiaridad y semejante amor y confianza?
-La observancia exacta de las reglas de la
casa.
-¿Y nada más?
-El mejor plato en una comida es el de la
buena cara.
Mientras mi antiguo alumno terminaba así de
hablar y yo continuaba observando con vivo disgusto aquel recreo, poco a poco
me sentí oprimido por un gran cansancio, que iba creciendo cada vez más. Esta
opresión llegó hasta tal punto que, no pudiendo resistir más, me estremecí y me
desperté. Me encontré de pie junto a la cama. Mis piernas estaban tan hinchadas13 y me dolían tanto, que ya no podía
estar de pie. Era muy tarde y, por eso, me acosté, resuelto a escribir estas
líneas a mis queridos hijos.
No deseo tener estos sueños, porque me cansan
demasiado. Al día siguiente sentía dolor en todos mis huesos y no veía la hora
de poder acostarme por la noche. Pero, hete aquí que, apenas me acosté, se
reanudó el sueño. Tenía delante el patio, a los jóvenes que están en el
Oratorio actualmente y al mismo antiguo alumno del Oratorio. Comencé a
preguntarle:
-Haré saber a mis salesianos lo que me dijiste
ayer. Pero, ¿qué debo decir a los jóvenes del Oratorio?
Me respondió:
-Que reconozcan todo lo que trabajan y
estudian por su amor los superiores, los maestros, los asistentes, y que, si no
fuese por su bien, no se someterían a tantos sacrificios. Que se acuerden de
que la humildad es la fuente de toda tranquilidad. Que sepan soportar los
defectos de los demás, pues la perfección no se encuentra en el mundo, sino que
está sólo en el paraíso. Que cesen de sus murmuraciones, porque enfrían los
corazones. Y, sobre todo, que procuren vivir en la santa gracia de Dios. Quien
no tiene paz con Dios, no tiene paz consigo mismo, no tiene paz con los otros.
-Por tanto, ¿me dices que entre mis jóvenes
hay quienes no tienen la paz con Dios?
-Esta es la primera causa del malhumor, entre
las otras que tú conoces y que debes remediar, y que no es oportuno que te
recuerde ahora. En efecto, sólo desconfía quien tiene secretos que ocultar,
quien teme que estos secretos lleguen a conocerse, porque le sobrevendría
vergüenza y desgracia. Al mismo tiempo, si el corazón no tiene la paz con Dios,
vive angustiado, inquieto, rebelde a la obediencia, se irrita por nada, le
parece que todo va por mal camino y, como él no tiene amor, juzga que los
superiores no le aman.
-Pero, querido mío, ¿no ves la gran frecuencia
de confesiones y comuniones que hay en el Oratorio?
-Es verdad que la frecuencia de confesiones es
grande; pero lo que falta radicalmente en muchos jovencitos que se
confiesan es la estabilidad en los propósitos14.
Se confiesan, pero siempre de las mismas faltas, de las mismas ocasiones
próximas, de los mismos malos hábitos, de las mismas desobediencias, de las
mismas negligencias en los deberes. Así se va adelante por meses y meses y
hasta por años, y algunos continúan así incluso hasta la quinta gimnasial15. Son confesiones que valen poco o
nada; por tanto, no proporcionan
paz y, si un jovencito fuese llamado en ese estado al tribunal de Dios, sería
un apuro muy serio.
-¿Y hay muchos de estos en el Oratorio?
-Pocos, en comparación con el gran número de
jóvenes que hay en la casa. Observa.
Y me los señalaba. Miré y vi a aquellos
jóvenes uno a uno. Pero en estos pocos vi cosas que amargaron profundamente mi
corazón. No quiero ponerlas por escrito, pero, cuando esté de vuelta, quiero
exponerlas a cada uno de los interesados. Aquí os diré solamente que es tiempo
de rezar y de tomar firmes resoluciones, de proponer no con las palabras, sino con
los hechos, y de demostrar que los Comollo, los Domingo Savio, los Besucco y
los Saccardi viven aún entre nosotros16.
Por último, pregunté a aquel amigo mío: -¿No
tienes nada más que decirme?
-Predica a todos, grandes y pequeños. que se
acuerden siempre de que son hijos de María Santísima Auxiliadora. Que Ella
misma los ha reunido aquí para sacarlos de los peligros del mundo, para que se
amasen como hermanos y para que diesen gloria a Dios y a Ella con su buena
conducta. Que es la Virgen quien les provee de pan y de los medios para
estudiar, con infinitas gracias y portentos. Que se acuerden de que están en la
vigilia de la fiesta de su Santísima Madre y de que, con su ayuda, debe caer la
barrera de desconfianza que el demonio ha sabido levantar entre jóvenes y
superiores, y de la que sabe aprovecharse para la ruina de ciertas almas.
-¿Y lograremos derribar esta barrera?
-Con toda seguridad, con tal que de grandes y
pequeños estén dispuestos a sufrir alguna pequeña mortificación por amor de
María y pongan en práctica lo que le he dicho a usted.
Entre tanto, yo continuaba mirando a mis
jovencitos; y. ante el espectáculo de los que veía encaminados a la eterna
perdición. sentí tal angustia en el corazón que me desperté. Desearía contaros además muchas cosas importantísimas que
vi, pero el tiempo y las circunstancias no me lo permiten.
Concluyo. ¿Sabéis qué desea de vosotros este
pobre viejo, que ha consumido toda su vida por sus queridos jóvenes? Ninguna
otra cosa que, guardadas las debidas proporciones, retornen los días felices
del antiguo Oratorio. Los días del amor y de la confianza cristiana entre los
jóvenes y los superiores17; los
días del espíritu de condescendencia y de tolerancia mutua por amor de
Jesucristo; los días de los corazones abiertos con toda sencillez y candor; los
días de la caridad y de la verdadera alegría para todos. Necesito que me
consoléis, dándome la esperanza y la promesa de que haréis todo lo que deseo
por el bien de vuestras almas. No sabéis bien qué dicha es la vuestra por haber
sido acogidos en el Oratorio. Delante de Dios os confieso: Basta que un joven
entre en una casa salesiana, para que la Virgen Santísima lo acoja
inmediatamente bajo su especial protección. Por tanto, pongámonos todos de
acuerdo. Que la caridad de los que mandan y la caridad de los que deben
obedecer, haga reinar entre nosotros el espíritu de san Francisco de Sales18.
Queridos hijos míos, se acerca el tiempo en
que deberé separarme de vosotros y partir para mi eternidad (Nota del
secretario. En este momento, Don Bosco dejó de dictar; sus ojos se
llenaron de lágrimas, no de pesar, sino por una inefable ternura que se
transparentaba en su mirada y en el tono de su voz; después de un instante,
continuó); por tanto, sacerdotes, clérigos, jóvenes queridísimos, deseo dejaras
encaminados por la senda del Señor en la cual os desea Él mismo. Con esta
finalidad, el Santo Padre, que he visitado el viernes, 9 de mayo, os envía de
todo corazón su bendición.
El día de la fiesta de María Santísima
Auxiliadora me encontraré con vosotros ante la imagen de nuestra amorosísima
Madre.
Quiero que esta gran fiesta se celebre con
toda solemnidad y que don Lazzero y don Marchisio se encarguen de que estemos
alegres también en el comedor. La fiesta de María Auxiliadora debe ser el preludio
de la fiesta que debemos celebrar todos juntos unidos un día en el paraíso.
Vuestro afectísimo amigo en Jesucristo, Sac.
JUAN BOSCO.
Bibliografía: Juan Bosco, Santo. “El amor supera al reglamento : práctica y
teoría educativa de Don Bosco”. Madrid, España : CCS, 2003. 380 p.
1Don Bosco escribe desde Alassio el 9 de febrero de 1872: El jueves próximo, si Dios quiere, estaré en Turín. Siento una gran necesidad de ir. Vivo aquí con el cuerpo, pero mi razón, mis pensamientos y hasta mis palabras están siempre en el Oratorio en medio de vosotros. Esta es Una debilidad, pero no puedo vencerla. Y, desde Roma, el 7 de febrero de 1884: En breve estaré de nuevo con vosotros, con vosotros que sois el objeto de mis pensamientos y de mis desvelos, con vosotros que sois los dueños de mi corazón.
2Todavía no se ha acostado. Cuando se despierte, se hallará de pie, con
las piernas hinchadas y muerto de cansancio; como era muy tarde, se acostó. Por
tanto, tuvo el
sueño de pie, antes de dormir. La noche siguiente continúa el sueño. pero ya
estará acostado.
3El Oratorio era entonces una verdadera familia (MBe 3, 276-277). Hasta 1858 Don Bosco gobernó y dirigió el Oratorio como un padre regula la propia familia, y los jóvenes no notaban que hubiese diferencia entre el Oratorio y su casa paterna (MBe 4, 519).
4Más adelante dirá que no basta amar a los jóvenes; es necesario que los jóvenes descubran que son amados. Tal vez sea éste el gran principio aportado por Don Bosco a la historia de la pedagogía y de la educación.
5La desgana en el recreo no es la causa de la frialdad religiosa, sino su síntoma. Le pasaba lo mismo a Magone: tenía la conciencia embrollada y no era el mismo en el recreo (cf. Vida, c. 3).
6Hoy se diría que reciben una educación integral, es decir, el cultivo de
todas las dimensiones de la persona. Don Bosco usaba otros trinomios
didácticos, como el de las tres eses: Salud, Sabiduría, Santidad o el indicado
a Besucco: alegría, estudio piedad (cf. Vida, c. 17).
7Don Bosco daba especial importancia al ambiente para que surgieran vocaciones religiosas y sacerdotales. En el Testamento espiritual dice: Practíquese el sistema preventivo y tendremos vocaciones en abundancia... La paciencia y la dulzura, las relaciones cristianas de los maestros con los alumnos ganarán muchas vocaciones entre ellos.
8Es otra fórmula práctica para expresar la educación integral: cuerpo, inteligencia y alma; o sea, toda la persona.
9Este es el gran principio, lo mejor. Hay todo un proceso: el
educador se adapta a las inclinaciones infantiles: el joven descubre que es
amado: el joven acepta lo que el educador le indica como bueno para él, aunque
le resulte difícil. Según Don Bosco, para ser un buen director salesiano son
necesarias tres cosas: 1.° Ser considerado santo. 2º Ser considerado docto. 3.°
Que los jóvenes sepan que son amados (cf. MBe 6, 235).
10Con términos actuales, se diría que se ha roto la relación educativa en cuanto educativa. Al desaparecer la dimensión paternal, fraterna, amical, sólo queda la relación profesional o institucional (sólo superiores). El 2 de julio de 1878, Don Bosco escribía a don Pedro Perrot (1853-1928), director de la casa de La Navarre (Francia): Vas no como superior, sino como amigo. hermano y padre.
11Aludidas las relaciones entre educadores y educandos. este párrafo se centra en las relaciones entre educadores. Los defectos que señala son posibles -o visibles- no sólo entonces y allí, sino en cualquier momento y lugar. El ideal de la comunidad de educadores sería formar "un solo corazón y una sola alma", como decía poco antes.
12En una relación educativa paternal. fraterna y amical. nadie debe quedar excluido. El amor debe ser universal; no caben, por tanto, "amistades particulares" con un alumno. En el Sistema Preventivo (1877), Don Bosco dice que los maestros deben ser de moralidad probada y que el fallo de uno solo compromete a un Instituto educativo.
13Las piernas se le hubieran hinchado a cualquiera que hubiera escuchado de pie los largos discursos de Buzzetti, y más después de un día ajetreado. Pero Don Bosco padecía este mal en las piernas desde 1846. Lo llamaba su cruz de cada día (MBe 4, 172). Esto no le impidió una jovialidad continua.
14En el Testamento espiritual dice Don Bosco: Las cosas que ordinariamente faltan a los chicos en sus confesiones son el dolor de los pecados y el propósito. Insiste muchísimo en el cumplimiento y estabilidad de los propósitos como medio para fortalecer la voluntad juvenil.
15 1La clase de Retórica se llamaba «quinta gimnasial». Sería el último año del primer ciclo de enseñanza secundaria que, según la Ley Casati de 1859, constaba de cinco años de Gimnasio, a los que seguían tres años de Liceo.
16No se comprende que se cite a Comollo. que nunca estuvo en el Oratorio, Y. que no se cite a Magone, que estuvo catorce meses. Domingo Savio estuvo veintiocho meses; Besucco. cinco meses y siete días; Saccardi. desde la primavera al 4 de julio de 1866.
17En unas «Buenas noches» de agosto /septiembre de 1862 dijo Don Bosco: No quiero que me consideréis tanto vuestro superior cuanto vuestro amigo. Por eso, no tengáis ningún temor. ningún miedo de mí. sino, por el contrario. mucha confianza, que es lo que deseo. lo que os pido, como me espero de verdaderos amigos. Sin vuestra ayuda no puedo hacer nada. Necesito que nos pongamos de acuerdo, y que entre vosotros y yo reine verdadera amistad y confianza (MBe 7, 430).
18Los que mandan deben hacerla con caridad; los que obedecen deben hacerla con caridad. La caridad está en la base de la relación educativa. El resultado seria el espíritu de san Francisco de Sales. o sea, el espíritu salesiano