2. SOBRE LOS CASTIGOS QUE IMPONER EN LAS CASAS SALESIANAS.
El texto de esta Circular fue publicado por
primera vez en 1935 por Eugenio Ceria. Dice que encontró este documento
mientras preparaba el volumen 16 de las Memorias Biográficas; la incluye en ese
volumen (MBe 16, 367-373). Según Ceria, estaríamos ante un documento de
Don Bosco.
Pero en ninguna de
las ocho copias existentes en el Archivo se advierten intervenciones
atribuibles de alguna manera a la mano de Don Bosco, cuyo autógrafo no ha sido
encontrado. Tampoco se tienen noticias externas de la existencia de la minuta o
de alguna copia con su firma. No se han encontrado copias de don Rua ni de don
Berto.
El redactor de la Circular habla en primera
persona más de una vez, lo que sugeriría la intervención de Don Bosco. Esto
parece un recurso literario para dar más autoridad a la Circular. La conclusión
es obvia: el trabajo de la redacción de esta Circular es de una persona
distinta de Don Bosco, ¿Quién? La mole de textos tomados literalmente de
publicaciones anteriores dificulta todavía más la tarea de identificación del
redactor. Esta selección y utilización de textos quería responder a un problema
sentido particularmente en el colegio internado de Valdocco a principios de los
años ochenta. Por tanto, el redactor de la Circular es uno de los cercanos
colaboradores de Don Bosco.
.La
Circular es fruto de una experiencia colectiva de la comunidad que se reconoce
en Don Bosco y en su estilo de vida y acción. Es un producto significativo del
ambiente colegial que se constituyó sólidamente en esos años en Valdocco y en
muchas casas salesianas.
Ocasión
Existe una versión tradicional, apoyada en el
testimonio de Ceria. Don Bosco está a punto de partir en un largo viaje a
Francia en los primeros meses de 1883. Antes de alejarse, encargó a don Rua que
enviara a los directores una carta suya -de Don Bosco- sobre la aplicación de
los castigos en el sistema preventivo. Don Rua hizo preparar un número
suficiente de copias, pero poco a poco cayó en el olvido. La Circular o Carta
está fechada en la fiesta de san Francisco de Sales (29 de enero), puesto que
Don Bosco partiría hacia Francia el 30 de enero. Este es el resumen de Ceria.
Ahora bien,
hasta 1935 nadie cita esta Circular. Parece que nunca fue enviada a las casas
salesianas durante la vida del fundador, ni fue impresa ni litografiada, como
era costumbre en Valdocco. ¿Por qué fue silenciada? En realidad, no se sabe.
Una pista probable para comprender este «argumento del silencio» podría ser la
aparente incompatibilidad o difícil casamiento entre esta Circular y otras
afirmaciones de Don Bosco. Ya en agosto de 1863, Don Basca había dicho en unas
«Buenas noches»: Os lo digo claramente, aborrezco los castigos; no me gusta
dar un aviso intimando castigos a quien falte; no es mi sistema (MBe 7,430).
En otras ocasiones habla del amor y del no temor. Además, la Circular da
demasiada importancia y sistematicidad a un argumento (los castigos) que en la
pedagogía del cariño de 1877 apenas era un simple apéndice.
Al no existir
autógrafos ni de Don Basca ni de don Rua ni de don Berto, parece cerrado este
camino de la versión tradicional de Ceria. Pero la Circular está ahí. ¿Cuál ha
sido su génesis? La versión actual recurre al contexto interno del Oratorio de
Valdocco. Su conversión de hospicio familiar en colegio, exige una organización
reglada para el aumento del número de alumnos y la heterogeneidad de
actividades. Todo ello supuso un gran problema disciplinar. Esta problemática
aparece claramente en las Actas del Consejo de la Casa y de las Conferencias
mensuales de 1871 a 1884. A través de estas Actas, parecen emerger tres
problemas básicos: desunión entre los educadores y falta de unidad en la
dirección; difícil armonización del binomio amor-temor; e insubordinación de
los jóvenes. Como remedios se apuntan: criterios unificados sobre los castigos;
actitud de los educadores como amigas y padres de los jóvenes; y uso de unos
Manuales fiables (Monfat Teppa, Reglamento de las Casas, Sistema Preventivo de
Don Bosco)1.
En este
contexto de ambiente colegial «se produce» la Circular de 1883. Tras la
relectura de la Circular y de las Actas, se saca una clara impresión: la
«Circular sobre los castigos» fue redactada por un educador-colaborador de Don
Bosco para unificar criterios y solucionar problemas prácticos del Oratorio de
Turín, por petición de los mismos educadores reunidos, que eran conscientes de
la dificultad de compaginar la Circular con el espíritu del cariño.
Fuentes
Con toda seguridad, se pueden señalar tres fuentes inmediatas.
Una es Alejandro
Teppa, Avvertimenti per gli educatori ecclesiastici della gioventù, Torino,
Marietti, 1868, ya citado anteriormente. Hay una serie de coincidencias
temáticas: el castigo, como la medicina, se debe aplicar sólo por necesidad y
como último remedio; los castigos no deben causar daño a la salud, etc. Pero
eran temas comunes de la literatura pedagógica del siglo XIX.
La fuente
fundamental es Antonio Monfat, La pratica dell'educazione cristiana. Prima
versione libera del sac. Francesco Bricolo, Roma, Tipografía dei Fratelli
Monaldi, 1879, traducción de La practique de l'éducation chrétienne, Paris,
Bray et Retaux, 1878. El redactor de la Circular no usó el original francés,
sino la «versión libre» de Bricolo. Esta obra fue leída y comentada en la
comunidad de los educadores de Valdocco. Entre la Circular y Monfat no sólo
existen coincidencias temáticas, como con Teppa, sino dependencias reales. La
Circular copia párrafos enteros. Casi la mitad de la Circular es transcripción
de la obra de Monfat. Unos ejemplos. El educador representa a los padres
de los alumnos. Es más fácil irritarse que tener paciencia, castigar que
corregir con benignidad. La juventud de los maestros lleva a castigos
frecuentes. La ligereza infantil es causa de faltas, más que la malicia. Elegir
el momento favorable para la corrección. Alejar toda idea que pueda hacer
pensar que se obra con pasión. No desprecio en los ojos ni injurias en los
labios. Ejemplo de san Francisco de Sales. Recurrir a otras personas para corregir.
Dejar al culpable la esperanza del perdón. La fuerza castiga el vicio, pero no
lo cura. No se cultiva la planta con violencia. No se deje al castigado al sol.
No se pongan copias. Cierto retraimiento ante el cuarto de reflexión. Expulsión
inexorable ante el escándalo.
Finalmente, el
párrafo dedicado a san Francisco de Sales reproduce un fragmento de la Vira
di San Francesco di Sales, vescovo e principe di Ginevra, escrita por André
Jean Marie Hamon (17951874), Torino, Marietti, 1877. Esta obra era conocida en
el ambiente salesiano de Valdocco. El párrafo es también citado por Monfat.
Contenido
Toda la Circular rezuma un tono
religioso-espiritual fuerte y característico. Alude a la Sagrada Escritura,
exhorta a recurrir a la oración, al temor de Dios, a otros medios de carácter
sobrenatural. Aduce los ejemplos de Dios Padre, de Jesús, de Moisés, de David y
de san Pablo.
Valora
positivamente a los jóvenes, que siempre son sujetos de salvación educativa.
Presenta una predilección evidente por la pedagogía del amor. Así aparece en
los motivos y en las sugerencias generales que inspiran la Circular. Sólo el
apartado 5 presenta una casuística sobre los castigos.
Hay puntos
salientes que coinciden perfectamente con el método de Don Bosco. Están
diseminados sin estructura a través del texto. Reducidos a esquema, podrían ser
estos:
1. Los educadores representan a los padres;
por tanto, deben
tener corazón de padres.
2. Hay que
ofrecer una educación integral.
3. La educación es cosa de corazón. Por
tanto, el educador debe tener bondad de corazón.
4. El educador ha de hacerse amar antes que temer.
5. El educador sirve al educando, no lo
domina. El ejemplo es Jesucristo.
6. Sólo la
razón tiene derecho a corregir, no la pasión.
7. No usar medios coercitivos, sino sólo la persuasión y la caridad.
Cuartos de reflexión
De todo el contenido, tal vez lo más extraño
de la Circular sea el pequeño apartado sobre el camerino di riflessione. Por
eso, ofrecemos unas pautas de comprensión.
El 12 de agosto de
1866, volvió el tema de los castigos y se hizo una escala: 1º Correcciones. 2º Varios grados de tabla de castigos: privar del segundo plato -privar
del vino - hacer comer en
medio del comedor -en la puerta del comedor -de rodillas -en el pórtico -privar
del recreo obligando al reo a permanecer en un rincón, custodiado por algún
asistente -establecer dos o tres lugares de castigo (prigioni, dice
el original italiano) y el puesto más idóneo pareció el hueco que se
encuentra junto al comedor de los artesanos, levantando un tabique y
conservándolo limpio. Sobre el modo de cerrar se dejó a don Ghivarello que
pensase en ello. Se estableció que cuando alguno está dentro vaya allí
algún superior a visitarle para tratar con buenas maneras de reducirle a
mejores propósitos.
A lo que parece, el encargo hecho a don
Ghivarello quedó sólo sobre el papel. En efecto, tres años más tarde fue
examinado el tema de los castigos más graves. En la sesión del 28 de marzo de
1869 se habló de construir uno o más cuartos de reflexión para castigo
de los jóvenes díscolos, pero no se pudo convenir todavía el lugar. La
propuesta fue presentada a Don Bosco, el cual dio parecer favorable, no sabemos
con cuánta convicción. En la sesión del 24 de abril de 1869 se habló de
proveer un cuarto de reflexión para los díscolos y se determinó que se usara
para tal fin la primera habitación de las antiguas escuelas en la parte
posterior de la casa. Se habló de ello a Don Basca y lo aprobó; se trataba de
dividir en dos dicha habitación y Don Basca dispuso que se dejara una sola.
¿Se llevó a cabo esta vez la deliberación?
Parece que sí. Sabemos que la jefatura de policía y otras autoridades públicas
mandaban al Oratorio a algunos alumnos, refractarios a todo aviso y a toda
mejora. Para no expulsarlos, se establecieron algunos cuartos de reflexión.
Estos alumnos eran separados de los demás durante las clases y los recreos. Así
se les daba la posibilidad de enmienda y no podían dañar a los compañeros. ¿Qué
actitud tomó Don Bosco? En tomo a 1865 escribe al pretor urbano de Turín. Le
recuerda que, para poner freno a ciertos jóvenes, en su mayoría enviados por la
autoridad gubernativa, se dio facultad para usar todos aquellos medios que se
juzgaron oportunos y, en casos extremos, para recurrir al brazo de la seguridad
pública, tal como se ha hecho varias veces. Con estos antecedentes, adquieren
sentido las deliberaciones de las Conferencias capitulares de Valdocco en los
años sesenta.
Tales medidas han
de ser colocadas en la praxis disciplinar del tiempo. En la Ley para el establecimiento
de colegios en la capital y en las provincias del Reino de Nápoles (1807),
se decía que los castigos pueden ser aplicados por los profesores, excepto
la prisión, que sólo puede ser ordenada por el Rector. El sacerdote Rafael
Lambruschini (1788-1873), pedagogo y educador, hermano del cardenal Luis
Lambruschini, publicó en 1837 el libro Guía del educador (d. MBe 13,
105). Afirma que los castigos deben ser medidas de precaución y buen orden,
como separar a un muchacho de los otros, enviarle, como mucho, al cuarto de
reflexión. El sacerdote Godofredo Casalis (1781-1856), prestigioso autor
del Dizionario geografico-storico-statistico-commerciale degli stati di S.
M. il re di Sardegna , hablando de «La Generala», correccional de Turín,
afirma en 1851 que el castigo de tres o cuatro días de celda solitaria basta
para redimir los delitos. Juan Antonio Rayneri (1809-1867), profesor de
pedagogía y antropología en la universidad de Turín, muy conocido en Valdocco,
afirmaba en 1859 que el cuarto de reflexión tenía su razón de ser si se
aplicaba con las debidas cautelas. El 25 de agosto de 1860 fue aprobado por
Real Decreto el Reglamento para los internados nacionales del Piamonte.
Enumera una larga lista de castigos; entre ellos, privación de parte o de todo
el recreo, comida separada de los otros, admonición del Rector, etc. 9º
Cuarto de reflexión, donde el interno debe tener siempre trabajo para ocuparse
en el estudio pertinente, y donde pueda ser visto y vigilado desde fuera.
En la Francia imperial, un Decreto del 30 de
diciembre de 1865 establecía el Reglamento de las escuelas de artes y oficios.
Entre los castigos que podían infligirse a los alumnos se indican textualmente la
salle de police, la prisa n et le renvoi (la sala de policía, la prisión y
la expulsión).
Como se ve,
la propuesta de los primeros salesianos se inserta en esta disciplina sin
estridencias ni forzamiento. El mismo Monfat, ya citado, dice: Cuide el
educador de no castigar con muchos días de prisión; sena desconocer el corazón
del jovencito.
Tales medidas
han de ser colocadas también en el contexto concreto interno de Valdocco. En la
segunda mitad de los años sesenta se da la organización de la casa en clara
perspectiva colegial. Se establece que vayan en fila y en silencio a la iglesia
y a las clases. Se implanta la lectura semanal de notas de conducta. Se hace
mucho hincapié en la asistencia, con los términos de asistentes, vigilantes o
guardianes. Se cierran con llave los dormitorios. Se cuida del orden y de la
limpieza de las dependencias. En total, predomina la organización sobre la
espontaneidad. Por otro lado, Valdocco adquiere gran complejidad. La Casa aneja
al Oratorio ya no es el hospicio familiar de los primeros años cincuenta, con
un reducido grupo de jóvenes pobres y abandonados, que van a la escuela de
algún profesor privado de la ciudad o a aprender un oficio en el taller de un
honrado patrono. Ya tiene talleres internos: zapateros, sastres,
encuadernadores, carpinteros, impresores, herreros. Además de las clases
nocturnas, se completa la enseñanza secundaria. El número de alumnos crece
inmensamente: en 1851 se admiten tres jóvenes nuevos; en 1860, 410 jóvenes
nuevos. Ante esta complejidad se pierde la espontaneidad y prima la
organización.
A pesar de
todo, esta medida disciplinar extrema acogida por el Consejo de Valdocco no
estaba en sintonía con la exigencia del cariño (amorevolezza) o con
cuanto se dice en Una palabra sobre los castigos del Sistema Preventivo.
Es verdad que el folleto no saldría hasta 1877, pero Don Bosco abre el escrito
diciendo que quería hablar del llamado sistema preventivo que se suele usar
en nuestras casas.
Texto
En el Archivo Central Salesiano de Roma
existe un total de ocho copias de la Circular. Usamos el llamado Documento
A, considerado el más antiguo y de mayor autoridad. La escritura, pequeña,
agraciada, regular, es de don Juan Bautista Francesia, que escribe también la
firma Saco Giovanni Bosco. La edición crítica de la Circular ha sido
realizada por José Manuel Prellezo. El texto castellano que ofrecemos es la
traducción directa desde el italiano de esta edición crítica.
Mis queridos hijos,
Con frecuencia y desde diversas partes me
llegan o preguntas o peticiones para que me decida a dar algunas reglas a los
directores, a los prefectos y a los maestros, que les sirvan de norma en el
caso desagradable en que se debiese infligir algún castigo en nuestras casas.
Sabéis en qué tiempos vivimos y con cuánta facilidad una pequeña imprudencia
podría llevar consigo gravísimas consecuencias.
Por tanto, en el deseo de secundar vuestra
petición y de evitarme a mí y a vosotros disgustos no indiferentes y, mejor
todavía, para obtener el mayor bien posible en los jóvenes que la divina
Providencia confíe a nuestros cuidados, os dirijo algunos preceptos y consejos,
que, si procuráis practicados, como espero, os ayudarán mucho en la santa y
difícil obra de la educación religiosa, moral e intelectual2.
En general, el sistema que debemos emplear es
el llamado preventivo, que consiste en disponer los ánimos de nuestros
alumnos de tal modo que, sin ninguna violencia externa, se vean obligados a
plegarse a hacer nuestro querer. Con tal sistema entiendo deciros que no hay
que emplear nunca medios coercitivos, sino siempre y sólo los de la
persuasión y caridad3.
Si la naturaleza humana, demasiado inclinada
al mal, tiene a veces necesidad de ser espoleada por la severidad, me parece
bien proponeros algunos medios que, con la ayuda de
Dios, espero que nos conducirán a un fin consolador. Ante todo, si queremos
presentamos como amigos del verdadero bien de nuestros alumnos y obligados a
cumplir su deber, es necesario que no olvidéis jamás que representáis a los
padres de esta querida juventud, que fue siempre el tierno objeto de mis
ocupaciones, de mis estudios y de mi ministerio sacerdotal y de nuestra
Congregación Salesiana4. Por
tanto, si sois verdaderos padres de vuestros alumnos, es necesario que tengáis
también el corazón; y que no lleguéis nunca a la represión o castigo sin
razón y sin justicia; y sólo como quien se resigna a ello por fuerza y por
cumplir un deber.
Me propongo exponeros aquí cuáles son los
verdaderos motivos que os deben inducir a la represión, y cuáles son los
castigos que se han de adoptar y por quién han de ser aplicados.
I. No castiguéis nunca hasta después de haber
agotado todos los otros medios
Mis queridos hijos, en mi larga carrera,
¡cuántas veces he debido convencerme de esta gran verdad! Ciertamente es más
fácil irritarse que tener paciencia, amenazar a un muchacho que persuadirle;
diría que es más cómodo para nuestra impaciencia y para nuestra soberbia
castigar a los que se resisten que corregirles soportándoles con firmeza y con
benignidad. La caridad que os recomiendo es la que empleaba san Pablo con los
fieles recién convertidos a la religión del Señor, y que con frecuencia le
hacía llorar y suplicar cuando se les veía menos dóciles y obedientes a su celo
(d. 2 Cor 10,6; Flp 2, 2-5).
Por tanto, recomiendo a todos los directores
que empleen antes de nada la corrección paterna con nuestros queridos hijos, y
que ésta se haga en privado o, como suele decirse, in camera
charitatis. No se reprenda jamás en público directamente, a no ser que se
trate de impedir el escándalo o de reparado si ya se ha producidos5.
Si después del primer aviso no se advierte ningún provecho, háblese de ello con otro superior que tenga alguna influencia sobre el culpable y, después, finalmente, háblese con el Señor. Quisiera que el salesiano fuera siempre como Moisés, que intenta aplacar al Señor justamente indignado con su pueblo de Israel (cf. Éx 32, 7-14). He comprobado que raramente surte efecto un castigo dado de improviso y sin haber buscado antes otros medios. Dice san Gregario que nada puede forzar un corazón, que es como una ciudadela inexpugnable y que es necesario ganar con el afecto y con la dulzura6. Sed firmes en querer el bien y en impedir el mal, pero siempre dulces y prudentes; sed también perseverantes y amables y veréis cómo Dios os hace dueños hasta del corazón menos dócil. Lo sé; esta es perfección, que no se encuentra con mucha frecuencia en los maestros y asistentes, a menudo todavía jóvenes. No suelen tratar a los alumnos como convendría tratarlos: no harían más que castigar materialmente y no consiguen nada o dejan que todo se malogre o pegan sin razón o con ella7.
Por este motivo, vemos que se propaga el mal,
que cunde el descontento incluso en los que son los mejores y que el corrector
se siente impotente para cualquier bien. Por eso, también aquí debo presentaros
de nuevo como ejemplo mi propia experiencia. Con frecuencia me he topado con
caracteres tan tercos, tan reacios a cualquier buena insinuación, que no me
ofrecían ya ninguna esperanza de salvación y sentía ya la necesidad de tomar
medidas severas con ellos, y que fueron doblegados sólo por la caridad. Alguna
vez nos parece que tal chico no se aprovecha de nuestra corrección. mientras
que, por el contrario, siente en su corazón una disposición óptima para
secundamos, y que nosotros estropearíamos con un rigor mal entendido y con la
pretensión de que el culpable haga una súbita y profunda enmienda de su
falta.
Os diré, en primer lugar, que tal vez él no
cree que haya desmerecido tanto con aquella falta, que cometió más por
ligereza, por malicia. Bastantes veces, llamados por mí estos pequeños revoltosos,
tratados con benevolencia y preguntados por que mostraban tan indóciles, tuve
como respuesta que lo hacían porque la habían tomado con ellos, como suele
decirse, o eran perseguidos por este o por aquel superior. Luego me informaba
con calma y sin prevención del estado de las cosas y debía convencerme de que
la culpa disminuía bastante, y en ocasiones desaparecía casi enteramente. Por
esto, he de confesar con cierto dolor que nosotros mismos teníamos siempre una
parte de culpa d poca sumisión de estos chicos. Comprobé varias veces que
exigían de sus alumnos silencio, corrección, exactitud y obediencia pronta y
ciega, eran, en cambio, los que conculcaban saludables avisos que yo y otros
superiores debíamos dar, y que tuve convencerme de que los maestros que no
perdonan nada a los alumnos suelen luego perdonarse todo a sí mismos8. Por tanto, si queremos saber mandar,
procuremos primero saber obedecer y busquemos hacemos amar antes que temer9. Pero, cuando sea necesaria la represión
y se deba cambiar de proceder, pues ciertos caracteres necesitan ser
domados con el rigor, hay que saber hacerla de tal manera que no aparezca
ningún indicio de pasión. Por eso viene espontánea la segunda recomendación,
que título así:
II. Procurar
escoger el momento favorable para las correcciones
Cada cosa tiene su momento, dijo el Espíritu
Santo (Qo 3, 1; 8, 6). Os digo que, cuando se presente una de estas dolorosas
necesidades, hace falta también una gran prudencia para saber captar el momento
en que la reprensión sea saludable. Pues las enfermedades del alma requieren
ser tratadas al menos como las del cuerpo. Nada hay más peligroso que un
remedio aplicado malo fuera de tiempo. Un médico sabio espera a que el enfermo
esté en condiciones de soportarlo, y con tal fin espera el instante favorable.
Nosotros podremos conocerlo sólo por la experiencia, perfeccionada por la
bondad del corazón. Y antes de todo, esperad a ser dueños de vosotros mismos;
no deis a entender que obráis por humor o por furia, porque entonces perderíais
vuestra autoridad y el castigo seria pernicioso.
Los profanos recuerdan el famoso dicho de
Sócrates (470-399 a. C.) a un esclavo suyo, del que no estaba contento: Si no
estuviera airado, te golpearía. Estos pequeños observadores que son
nuestros alumnos, por la conmoción de vuestro rostro o del tono de la voz, por
pequeña que sea, descubren si lo que enciende en nosotros ese fuego es el celo
de nuestro deber o el ardor de la pasión. Ya no es necesario nada más para
hacer perder el fruto del castigo; aunque jovencitos, entienden que sólo la
razón tiene derecho a corregirlos.
En segundo lugar, no castiguéis a un muchacho
en el instante mismo de su falta. Al no poder todavía confesar su culpa, vencer
la pasión y medir toda la importancia de! castigo, es de temer que se exaspere
y cometa otras faltas más graves. Es necesario dejarle tiempo para reflexionar,
para reentrar en sí mismo, para percibir todo su error y, al mismo tiempo, la
justicia y la necesidad del castigo. Con esto puede ponérsele en disposición de
sacar provecho de ello.
Siempre me
ha hecho pensar la conducta que el Señor quiso tener con san Pablo, cuando éste (estaba) todavía spirans irae
atque minarum (respirando amenazas y muertes; cf. Hch 9, 1)
contra los cristianos. Me pareció ver también la regla dejada a nosotros
cuando encontramos ciertos corazones recalcitrantes a nuestros quereres. El
buen Jesús no lo derriba al suelo súbitamente, sino después de un largo
viaje, después de haber podido reflexionar sobre su misión y lejos de cuantos
podrían haberle animado de cualquier manera a perseverar en la resolución de
perseguir a los cristianos. Allá, a las puertas de Damasco, se le manifiesta en
toda su autoridad y poder y, conjugando fuerza y mansedumbre, le abre la mente
para que conozca su error. Precisamente en ese momento se cambió la índole de Saulo y de perseguidor se convirtió en
apóstol de las gentes y vaso de elección. Yo quisiera que mis queridos
salesianos se formasen según este divino modelo y que, con la paciencia
iluminada y la caridad industriosa, esperasen en el nombre del Señor el
momento oportuno para corregir a sus alumnos.
Cuando se castiga, difícilmente se conserva la
calma que es necesaria para alejar cualquier sospecha de que se actúa para
hacer sentir la propia autoridad o para desahogar la propia pasión. Y cuanto
mayor es el grado de enojo con que se actúa, menos se percata uno de ello. El
corazón de padre que debemos tener condena este modo de obrar. Miremos como a
hijos nuestros a aquellos sobre los que tenemos que ejercer algún dominio. Casi
pongámonos a su servicio, como Jesús, que vino a obedecer y no a mandar.
avergonzándonos de lo que pudiese tener en nosotros apariencia de dominadores.
No los dominemos, si no es para servidos con mayor placer. Así hacía Jesús con
sus apóstoles, tolerándolos en su ignorancia y rusticidad, en su poca lealtad,
y tratando con los pecadores con una intimidad y familiaridad que producía
estupor en algunos, en otros casi el escándalo, y en muchos la santa esperanza
de obtener el perdón de Dios. Por eso nos dijo que aprendiéramos de Él a ser mansos
y humildes de corazón (Mt 11. 29). Puesto que son nuestros hijos, alejemos
toda cólera cuando debamos reprender sus faltas o, al menos, moderémosla de tal
manera que parezca efectivamente dominada. No agitación del ánimo, no desprecio
con la mirada. no injurias en los labios; sino sintamos la compasión para el
presente y la esperanza para el porvenir. Entonces seréis los verdaderos padres
y haréis una corrección eficaz.
En ciertos momentos muy graves vale más una
recomendación a Dios, un acto de humildad ante Él, que una tempestad de
palabras, las cuales. si por una parte no producen otra cosa que mal en quien
las profiere, por otra parte no producen ninguna ventaja en quien las recibe.
Recordemos a nuestro divino Redentor, que aquella ciudad que no quiso recibirle
dentro de sus muros de las insinuaciones sobre su honra humillada de :parte de
aquellos dos celosos apóstoles suyos, que habrían visto cómo la fulminaba en
justo castigo (Lc 9, 51-55). El Espíritu Santo nos recomienda esta calma con
aquellas sublimes palabras a David: lrascimini et nolite peccare (Airaos
y no pequéis)10 Si vemos con frecuencia
que nuestra tarea resulta inútil y que no recogemos de nuestra fatiga más que
cardos y espinas, creedme, queridos míos, debemos atribuirlo al defectuoso
sistema de disciplina. No creo oportuno exponeros con amplitud cómo Dios quiso
un día dar una lección solemne y práctica a su profeta Elías , que tenía algo
común con algunos de nosotros en el ardor por la causa de Dios y en el celo
impetuoso por reprimir los que veía propagarse en la casa de Israel. Vuestros
superiores; os la podrán referir por extenso, como se lee en el Libro de los
Reyes. Me limito a la última expresión, que hace mucho a nuestro caso, y que
dice: Non in commotione Dominus (El Señor no esta en la conmoción)11 y que Santa Teresa interpretaba: Nada
te turbe.12
Nuestro querido y manso san Francisco (de
Sales), vosotros lo sabéis, se habbía impuesto una regla severa, según la cual
su lengua no hablaría si el corazón estaba agitado. Solía decir, en efecto:
<<Temo perder en un cuarto de hora la poca dulzura que he procurado
acumular en veinte años gota a gota, como el rocío, en el vaso de mi pobre
corazón. Una abeja emplea muchos meses en poco de miel, que un hombre se come
de un bocado. Además ¿de qué sirven palabras severas a quien no entiende?». Un
día le reprocharon que había tratado con demasiada dulzura a un jovencito que se
había declarado culpable ante su madre de una falta grave. Él dijo: Este
joven no era capaz de aprovecharse de mis admoniciones, puesto que la mala
disposición de su corazón le había privado de razón y de juicio; una corrección
áspera no le habría servido a él y me habría causado a mí un gran daño,
haciéndome actuar como los que se ahogan al querer salvar a los otros. He
querido subrayaras estas palabras de nuestro admirando Patrón, humilde y sabio
educador de corazones, para que atraigan más y mejor vuestra atención y para
que también vosotros podáis grabarlas fácilmente en la memoria13.
En algunos casos puede ser válido hablar en
presencia del culpable con otras personas sobre la desgracia de los que carecen
de cordura y de honor hasta hacerse castigar. Es bueno suspender las pruebas
ordinarias de confianza y de amistad, hasta que no se vea que tiene necesidad
de consuelo. El Señor me consoló muchas veces con este sencillo artificio.
Resérvese la vergüenza pública como último remedio. Servíos alguna vez de otra
persona con autoridad para que le avise y le diga lo que vosotros no podéis,
pero querríais decirle vosotros mismos; que lo cure de su vergüenza y lo
disponga a volver a vosotros. Buscad a aquel con el que el chico pueda en su
pena abrir más libremente su corazón, como tal vez no se atreve a hacer con
vosotros, porque duda de ser creído o porque en su orgullo piensa que no debe
hacerla. Sean estos medios como los discípulos que solía enviar Jesús delante
de Él para que le preparasen el camino.
Hágase ver que no se quiere otro sometimiento
que no sea el razonable y necesario. Procurad hacerla de manera que él se
condene por sí mismo y que no quede otra cosa que hacer sino mitigar la pena
aceptada por él mismo. Me queda haceros una última recomendación, siempre sobre
este grave asunto. Cuando hayáis conseguido ganar este ánimo inflexible, os
ruego que no sólo le dejéis la esperanza de vuestro perdón, sino también la
otra esperanza de que él. con su buena voluntad, pueda cancelar la mancha que
se ha hecho a sí mismo con sus faltas..
Es necesario evitar la ansiedad y el temor
inspirado por la corrección y decir una palabra de consuelo. Olvidar y hacer
olvidar los tristes días de sus errores, es arte supremo del buen educador14. No se lee que el buen Jesús haya
recordado a Magdalena sus desvaríos; así mismo, con suma y paterna delicadeza,
hizo confesar y purificarse de su debilidad a san Pedro15.
También el joven quiere estar persuadido de
que su superior tiene fundada esperanza de su enmienda; y, así, sentirse de
nuevo llevado por su mano caritativa por el camino de la virtud. Se obtendrá
más con una mirada caritativa, con una palabra de aliento, que transmita
confianza a su corazón, que con muchos reproches, que no hacen otra cosa que
inquietar y reprimir su vitalidad. Con este sistema he contemplado verdaderas
conversiones, que de otra manera parecían absolutamente imposibles. Sé que
algunos de mis hijos predilectos no tienen reparos de confesar que fueron
ganados así para nuestra Congregación y, por tanto, para Dios. Todos los
jovencitos tienen sus días malos, ¡y seguro que también vosotros los tendréis!
¡Ay de nosotros si no tratamos de ayudarlas a que pasen rápido y sin reproche! Con
sólo dar a entender que pensamos que no lo ha hecho con malicia, basta muchas
veces para impedir que recaiga en la misma falta. Serán culpables, pero desean
que no sean tenidos por tales. ¡Felices nosotros, si sabemos servirnos también
de este medio para educar estos pobres corazones! Estad seguros, mis queridos
hijos, de que este arte, que parece tan fácil y contrario al éxito, hará útil
vuestro ministerio y os ganará ciertos corazones, que fueron y serían por mucho
tiempo incapaces, no ya de feliz resultado, sino de positiva esperanza.
V. Qué castigos deben aplicarse y por
quiénes
Entonces, ¿no se deberán usar nunca los
castigos? Sé, queridos míos, que el Señor quiso compararse a sí mismo con una
vara vigilante: virga vigilans16, para
alejarnos del pecado también por el temor de las penas. En consecuencia,
también nosotros podemos y debemos imitar parca y sabiamente la conducta que
Dios quiso trazamos con esta eficaz figura. Usemos, pues, esta verga (vara),
pero sepámoslo hacer con inteligencia y caridad, para que nuestro castigo
consiga hacer mejores (a los castigados).
Recordemos que la fuerza castiga el vicio,
pero no cura al vicioso. No se cultiva la planta encurvándola con áspera
violencia y, de la misma manera, no se educa la voluntad gravándola con un
pesado yugo. He aquí una serie de castigos, los únicos que yo quisiera
que se usaran entre nosotros. Uno de los medios más eficaces de reprensión
moral es la mirada de desaprobación, severa y triste, del superior, que da a
entender al culpable, por poco corazón que tenga, que ha caído en desgracia, y
que puede inducirlo al arrepentimiento y a la enmienda17. Corrección privada y paterna. No
demasiados reproches. Hacerle sentir el desagrado de los padres y la esperanza
de las recompensas. A la larga, se sentirá obligado a mostrar gratitud y hasta
generosidad. Si recae, no seamos tacaños en caridad; pásese a los avisos más
serios y resueltos. Así se podrá con justicia hacerle ver la diferencia entre
su conducta y la que se tiene con él; mostrándole cómo paga tanta
condescendencia, tantos desvelos para salvarle del deshonor y de los castigos.
Pero no expresiones humillantes. Demuéstrese que se tiene buena esperanza de
él, declarándonos dispuestos a olvidar todo apenas haya dado señales de mejor
conducta.
En las faltas más graves se pueden usar los
siguientes castigos: comer de pie en su sitio o en mesa aparte; comer de pie en
medio de comedor y, por último, a la puerta del comedor. Pero en todos estos
casos debe suministrarse al culpable todo lo que se pone en la mesa de los
compañeros. Es castigo grave privarle del recreo; pero no hay que ponerle nunca
al solo a la intemperie, de manera que sufra daño.
No preguntarle durante un día en la
clase puede ser castigo grave; pero no se prolongue más. Entre tanto, exhórtesele
de otras maneras a hacer penitencia de su falta. ¿Qué os diré ahora de las copias?
Este género de castigo es, por desgracia, muy frecuente. He querido indagar
qué han dicho a este propósito célebres educadores. Hay quien lo aprueba y
quien lo vitupera como cosa inútil y peligrosa, tanto para el maestro como para
el discípulo18. Os dejo libertad de
actuación en este asunto, advirtiéndoos de que para el maestro existe un gran
riesgo de llegar a excesos sin ningún provecho, y de que da al alumno ocasión
de murmurar y de encontrar mucha conmiseración por la aparente persecución del
maestro. La copia no rehabilita nada y es siempre una pena y una
vergüenza. Sé que alguno de nuestros hermanos solía dar como copias el
estudio de algún fragmento de poesía, o sacra o profana, y que con este medio
obtenía la finalidad de una mayor atención y algún provecho intelectual. En ese
caso se verificaba que omnia cooperantur in bonum (Todo contribuye al
bien)19 para los que buscan sólo a Dios, su
gloria y la salvación de las almas. Este hermano vuestro convertía con las copias;
yo lo creo una bendición especial de Dios y un caso más bien único y raro;
pero obtenía buen resultado porque se mostraba caritativo.
Pero no se llegue a usar jamás el llamado cuarto
de reflexión. No hay mal en que no puedan precipitar al alumno la rabia y
la afrenta que le asaltan con un castigo de esta naturaleza. Con este castigo,
el demonio adquiere un dominio violentísimo sobre él y le empuja a graves
faltas, casi para vengarse de quien quiso castigarle de esta manera.
(Nota del original.) En el temor de que en
algún colegio, por rara excepción y por absoluta necesidad, se creyese obligado
usar el cuarto, he aquí las precauciones que yo querría que se tomaran.
El catequista, u otro superior, vaya a menudo
a visitar al pobre culpable, y con palabras caritativas y compasivas trate de
echar aceite en aquel corazón tan exacerbado. Compadezca su estado e ingéniese
para hacerle comprender cómo todos los superiores están entristecidos por haber
tenido que usar un castigo tan extremo. Dispóngasele a pedir perdón, a hacer
actos de sumisión y a pedir que se le dé otra oportunidad de enmienda. Si
parece que este castigo consigue su efecto, levántesele incluso antes del
tiempo (fijado) y se logrará seguramente ganar su corazón.
El castigo debe ser un remedio. Por tanto,
debemos apresuramos a levantado en cuanto hayamos obtenido el doble fin de
alejar el mal y de impedir su recaída. Si perdonamos así, se obtiene también el
efecto precioso de cicatrizar la herida hecha en el corazón del muchacho; él ve
que no ha perdido la estima de su superior y vuelve con decisión al
cumplimiento de su deber. (Hasta aquí la nota del original.)
En los castigos mencionados antes, se tuvieron
en cuenta solamente las faltas contra la disciplina del colegio. Pero, en los
casos dolorosos en que algún alumno diese grave escándalo o cometiese ofensa al
Señor, en ese caso, sea llevado inmediatamente ante el superior, el cual en su
prudencia, tomará las medidas eficaces que crea oportunas. Y, si uno se hiciese
sordo a todos estos sabios medios de enmienda y sirviese de mal ejemplo y de
escándalo, entonces debe ser alejado sin remisión, pero de manera que, en
cuanto sea posible, quede a salvo su honor. Esto se obtiene aconsejando al joven
que él mismo llame a sus padres para que se lo lleven y aconsejando
directamente a los padres que lo cambien de colegio, con la esperanza de que su
hijo pueda mejorar en otra parte. Este acto de caridad suele dar buen resultado
en todos los tiempos y, en ciertas ocasiones, deja un grato recuerdo en los
padres y en los alumnos.
Finalmente, me queda por deciros todavía de quién debe partir la orden, el tiempo y el modo de castigar.
Debe ser siempre el director20, pero sin que él tenga que aparecer.
Es incumbencia suya la corrección privada, porque puede penetrar con mayor
facilidad en ciertos corazones poco sensibles. Es incumbencia suya la
corrección genérica y la pública. y es también incumbencia suya la aplicación
del castigo, pero sin que él, por vía ordinaria, deba ejecutado o intimado. Por
eso, quisiera que nadie se decidiese a castigar sin previo consejo o aprobación
de su director, el cual exclusivamente determina el tiempo, el modo y la
calidad del castigo. Nadie se dispense de esta amable dependencia y no se
busquen pretextos para eludir su supervisión.
(Nota del original.) Los maestros o asistentes
no echen nunca fuera de clase a un culpable; pero, en caso de falta, se le
mande acompañado al superior. (Hasta aquí la nota del original.) No debe haber
excusa para hacer excepción de esta regla de la máxima importancia. Por tanto,
seamos obedientes a esta recomendación que os hago, y Dios os bendecirá y os
consolará por vuestra virtud. Recordad que la educación es cosa de corazón, y
que sólo Dios es su dueño y que no lograremos nada si Dios no nos enseña el
arte y no nos pone las llaves en la mano. Por tanto, de todas las maneras
posibles y también con esta humilde y entera dependencia, procuremos apoderamos
de esta fortaleza, cerrada siempre al rigor y a la acritud. Tratemos de hacemos
amar, de inculcar el sentimiento del deber y del santo temor de Dios, y veremos
abrirse con admirable facilidad las puertas de muchos corazones y unirse a
nosotros para cantar las alabanzas y las bendiciones de Aquel que quiso hacerse
nuestro modelo, nuestro camino, nuestro ejemplo en todo, pero particularmente
en la educación de la juventud.
Rezad por mí, y creedme siempre en el
Sacratísimo Corazón de Jesús, vuestro afectísimo padre y amigo, Sac. JUAN
BOSCO. Día de San Francisco (de Sales) 188321.
1Para conocer con más detalle estas reuniones y sus Actas, puede consultarse: José Manuel PRELLEZO, Valdocco en el XIX, entre lo real y lo ideal, Madrid, Editorial CCS, 2000, pp. 113-245.
2Esta expresión equivale a lo que hoy denominamos <<educación
integral>>; es decir, referida a todas las dimensiones de la persona.
3He aquí un gran principio: usar la persuasión (razón) y la caridad (amorevolezza, cariño), propias del sistema preventivo. La caridad ha de ser entendida como la explica san Pablo en 1 Cor, C. 13; por tanto, también la religión. Es el célebre trinomio.
4He prometido a Dios que hasta el último suspiro de mi vida seria para
mis pobres jóvenes (MBe 18.229).
5En el llamado Testamento espiritual. que son memorias de Don
Bosco conservadas en una agenda (1841-1886), dice: Para corregir con fruto,
no hacer reproches en presencia de otros. El director procure hacer siempre esto (reproches)
in camera caritatis, o sea. dulcemente, completamente en privado. Y
en el Sistema Preventivo (1877): Exceptuados rarísimos casos, las
correcciones, los castigos no se den jamás en público, sino en privado, lejos
de los compañeros.
6No hemos logrado averiguar a qué Gregario se refiere: Nacianceno, Niseno, Magno...,
7Parece la descripción de la relación maestros-alumnos en el Oratorio.
La razón que aduce la Circular es la excesiva juventud de maestros y asistentes
y, por eso, su falta de dulzura, prudencia, perseverancia y amabilidad.
8Otra causa de la insubordinación de los alumnos, comprobada en las
Actas Consejo de Valdocco, es la inejemplaridad de maestros y asistentes y su
inflexibilidad para perdonar a los alumnos. Tal vez todo esto sea reflejo de lo
que se dijo en las reuniones.
9Este sería otro de los grandes principios. repetido por Don Bosco hasta la saciedad; basta releer el Reglamento de las Casas. los Recuerdos confidenciales a los directores Sistema Preventivo. Es de lejana ascendencia agustiniana. Había sido tomado por lo Regla de san Benito (c. 64), por las Constituciones de la Compañía de Jesús (parte VIII) y por las Órdenes y Congregaciones que habían adoptado la Regla de san Agustín.
10Cf. 4, 26. La Biblia de Jerusalén traduce así el versículo del salmo: Temblad y no pequéis; y Efesios: Si os airáis. no pequéis.
11Cf. 1 Re 19,1-11. La traducción literal es: Yahvé no estaba en el
huracán. Elías lo descubriría en el céfiro. En la Circular se hace una
adaptación psicológica: Cuando, no está presente el Señor.
12Se refiere a santa Teresa de Jesús. Es el inicio de una de sus poesías llamadas familiares, es decir, de letrillas destinadas a sus monjas para ser cantadas: Nada te turbe. /Nada te espante. /Todo se pasa. /Dios no se muda... Esta frase es el primer consejo que da Don Bosco a los directores en los Recuerdos confidenciales.
13Aunque el párrafo pertenece a la biografía de san Francisco escrita por
Hamon. es también citado por Monfat.
14En el Testamento espiritual dice Don Bosco: El director abra a todos su corazón sin dejar traslucir nunca rencor alguno; ni siquiera recordar las faltas pasadas, a no ser para darle avisos paternales.
15[Cf. Me 14,3-9; Mt 26, 6-13 (Magdalena); Mc 14,26-31; Mt 26,31-35; Lc 22, 54-64; Jn 18, 16-27 (Pedro).]
16El texto original hebreo (Jer 1, 11-12) dice literalmente: ramo de almendro. El almendro en hebreo se llama sequed (vigilante, alerta), por ser el primer árbol que echa flores. La cita aducida por la Circular, en esta inexacta traducción latina de la Vulgata, sirve muy bien para justificar la actitud de «vara vigilante» del educador.
17Dice Don Bosco en el Sistema Preventivo (1877): Se ha observado que una mirada no amable, en algunos produce mayor efecto que un bofetón.
18En el Reglamento para la instrucción intelectual, del Piamonte,
aprobado el 15 de septiembre de 1860, art. 98, se prohíben las copias,
cuando no son la simple repetición de un trabajo mal hecho.
19Cf. Rm 8, 28. Es una variante de la Vulgata; el original griego dice: En
todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman. Como se habrá
notado, el redactor usa la Vulgata y hace uso acomodaticio de la Sagrada
Escritura.
20Para tener unidad de criterio. sólo el director da la orden y señala el tiempo y el modo de castigar. Así se resolvería uno de los problemas que aparecían en las reuniones de los educadores de Valdocco.
21Ya hemos recordado que también la firma que se conserva. Sac. Juan Bosco. tiene la letra del propio don Juan Bautista Francesia, del cual es la caligrafía de toda la Circular. La fiesta de san Francisco de Sales era el 29 de enero; Don Bosco debía partir ,hacia Francia el día 30. Por tanto, si se pretendía atribuir la autoría de la Circular al mismo Don Bosco, era imprescindible datarla antes de que emprendiera viaje.