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de la divina palabra. Catequizad a los niños,
predicad el desapego de las cosas de la tierra. Ha
llegado el tiempo, concluyeron los dos ángeles, en
que los pobres serán los evangelizadores de los
pueblos. Los levitas serán buscados entre la
azada, la pala y el martillo, a fin de que se
cumplan las palabras de David: Dios ha levantado
al pobre de la tierra para colocarlo en el trono
de los príncipes de su pueblo.
Oído esto, el Pontífice se puso en movimiento,
y las filas de la procesión empezaron a engrosar.
Cuando puso el pie en la Ciudad Santa se echó a
llorar ante la desolación de los ciudadanos,
muchos de los cuales ya no estaban. Al entrar en
San Pedro, entonó el Tedéum, al que respondió un
coro de ángeles cantando:
-Gloria in excelsis Deo, et in terra pax
hominibus bonae voluntatis.
Terminado el canto, cesó totalmente la
oscuridad y lució un sol esplendoroso.
Las ciudades, los pueblos, los campos habían
disminuido de población, la tierra estaba como
arrasada por un huracán, por el aguacero y el
granizo, e iban las gentes unas hacia otras
conmovidas y diciendo:
-Est Deus in Israel (Dios está en Israel).
Desde el principio del destierro hasta el canto
del Tedéum salió el sol doscientas veces. Todo el
tiempo que transcurrió para el cumplimiento de
estas cosas se corresponde con cuatrocientas
salidas del sol.
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