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-Ya que a toda costa queréis la guerra, ahorrad
al menos el luto a vuestros pueblos. Entregadme
vuestras espantosas bombas, las balas de hierro y
plomo. Amontonad una gran cantidad de calabazas y
calabacines y sirvan ellas de balas para vuestras
ametralladoras y cañones y de bombas para vuestros
morteros. Comprad millares de sacos de patatas y
boniatos y sean ellas las balas de vuestros
fusiles. Si lo hacéis así, luchad uno contra otro;
os contemplará riendo el mundo entero, seréis la
honra de vosotros mismos y de los siglos del
progreso y marcaréis una época memo rable en la
Historia, con la guerra de las calabazas y de las
patatas, sin derramamiento de sangre.
Ante un proyecto tal, que seguramente nunca se
le había ocurrido a hombre alguno en el mundo,
todos debieran haber aplaudido y cargado de
medallas al autor, llevándolo en triunfo como una
de las mejores cabezas del mundo. En cambio,
sucedió muy al revés.
Había que ((**It9.962**)) ver
cómo montaron en cólera los dos. El consejo les
pareció un insulto y, creyendo que aquel sincero
hombre de bien quería reírse de ellos, se le
echaron encima, lo llenaron de improperios, lo
molieron a puntapiés, puñetazos y sopapos, le
arrancaron con furia la coleta, le arrojaron al
fin de su presencia, amenazándole con la muerte,
si por acaso volvía a rodar por sus territorios.
El pobre hombre, maltrecho, con la cabeza baja y
sin coleta, se volvió a su tierra, se encerró en
su casa y se puso a pensar y llorar las desgracias
que sin duda le vendrían encima a la pobre
humanidad.
Mientras tanto estalló la guerra, cayeron
víctimas a millares, gritos de dolor resonaron por
doquiera, y los dos contendientes desesperados,
golpeándose el pecho, lloraron por no haber
escuchado las palabras del Hombre de Bien.
Si el Señor no me envía tan pronto a charlar
con los gusanos en el cementerio, espero volver a
veros todavía muchas veces, porque estoy contento
de vosotros, mis queridos amigos, pues sé que me
queréis. Haré lo posible por contentaros,
contándoos cosas que os agraden y, al mismo
tiempo, os sirvan. Este año os daré a leer la
Historia del Santo Sepulcro y del Templo de San
Pedro, auténtica maravilla del mundo cristiano.
Tendréis también la descripción del Aula
Conciliar, la Historia de los campanarios y de las
campanas. Y, por fin, ejemplos y anécdotas
curiosas e interesantes, y un consejo para
conservar la dentadura.
Antes de despedirme, quiero dejaros una
advertencia que os sea útil y es la misma que un
buen padre dio a su hijo:
-<>
Y decía aquel buen padre que, cuando los
fastidios le recomían y le hacían girar la cabeza,
no encontraba mejor remedio para vencerlos y
aplacar su corazón que la resignación con la
voluntad de Dios, la paciencia que lleva a la
victoria, la caridad y la mansedumbre.
Os hablo a vosotros, mis queridos amigos, y por
eso os hablo con el corazón en la mano. Si me
dejara llevar por el amor que os profeso, jamás me
separaría de vosotros.
Que seáis muy felices, que viváis muchos años
llenos de prosperidad, y quiera el cielo que,
viviendo vosotros y yo como buenos cristianos,
podamos encontrarnos al fin todos juntos en la
patria bienaventurada que no tendrá fin.
(**Es9.852**))
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