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((**Es9.852**) -Ya que a toda costa queréis la guerra, ahorrad al menos el luto a vuestros pueblos. Entregadme vuestras espantosas bombas, las balas de hierro y plomo. Amontonad una gran cantidad de calabazas y calabacines y sirvan ellas de balas para vuestras ametralladoras y cañones y de bombas para vuestros morteros. Comprad millares de sacos de patatas y boniatos y sean ellas las balas de vuestros fusiles. Si lo hacéis así, luchad uno contra otro; os contemplará riendo el mundo entero, seréis la honra de vosotros mismos y de los siglos del progreso y marcaréis una época memo rable en la Historia, con la guerra de las calabazas y de las patatas, sin derramamiento de sangre. Ante un proyecto tal, que seguramente nunca se le había ocurrido a hombre alguno en el mundo, todos debieran haber aplaudido y cargado de medallas al autor, llevándolo en triunfo como una de las mejores cabezas del mundo. En cambio, sucedió muy al revés. Había que ((**It9.962**)) ver cómo montaron en cólera los dos. El consejo les pareció un insulto y, creyendo que aquel sincero hombre de bien quería reírse de ellos, se le echaron encima, lo llenaron de improperios, lo molieron a puntapiés, puñetazos y sopapos, le arrancaron con furia la coleta, le arrojaron al fin de su presencia, amenazándole con la muerte, si por acaso volvía a rodar por sus territorios. El pobre hombre, maltrecho, con la cabeza baja y sin coleta, se volvió a su tierra, se encerró en su casa y se puso a pensar y llorar las desgracias que sin duda le vendrían encima a la pobre humanidad. Mientras tanto estalló la guerra, cayeron víctimas a millares, gritos de dolor resonaron por doquiera, y los dos contendientes desesperados, golpeándose el pecho, lloraron por no haber escuchado las palabras del Hombre de Bien. Si el Señor no me envía tan pronto a charlar con los gusanos en el cementerio, espero volver a veros todavía muchas veces, porque estoy contento de vosotros, mis queridos amigos, pues sé que me queréis. Haré lo posible por contentaros, contándoos cosas que os agraden y, al mismo tiempo, os sirvan. Este año os daré a leer la Historia del Santo Sepulcro y del Templo de San Pedro, auténtica maravilla del mundo cristiano. Tendréis también la descripción del Aula Conciliar, la Historia de los campanarios y de las campanas. Y, por fin, ejemplos y anécdotas curiosas e interesantes, y un consejo para conservar la dentadura. Antes de despedirme, quiero dejaros una advertencia que os sea útil y es la misma que un buen padre dio a su hijo: -<> Y decía aquel buen padre que, cuando los fastidios le recomían y le hacían girar la cabeza, no encontraba mejor remedio para vencerlos y aplacar su corazón que la resignación con la voluntad de Dios, la paciencia que lleva a la victoria, la caridad y la mansedumbre. Os hablo a vosotros, mis queridos amigos, y por eso os hablo con el corazón en la mano. Si me dejara llevar por el amor que os profeso, jamás me separaría de vosotros. Que seáis muy felices, que viváis muchos años llenos de prosperidad, y quiera el cielo que, viviendo vosotros y yo como buenos cristianos, podamos encontrarnos al fin todos juntos en la patria bienaventurada que no tendrá fin. (**Es9.852**))
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