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((**Es9.832**) exámetros y pentámetros sobre el gran Concilio, escrita por José Rossi, y traducida en tercetos por el canónigo Bernardino Quattrini. Para noviembre y diciembre don Bosco regalaba a todos los abonados un ejemplar de la nueva edición de su Historia Eclesiástica. Era un volumen de cuatrocientas sesenta y cuatro páginas. En el prológo se leía esta declaración: <>. En fin, junto a una mirada a la situación de la Religión, y con algunas enseñanzas sacadas de la Historia Eclesiástica, ((**It9.939**)) don Bosco había añadido un relato sobre el Concilio Vaticano, particularmente sobre la cuarta sesión, narrando extensamente el canon de la Infalibilidad Pontificia. Mientras daba órdenes para las Lecturas Católicas y para los volúmenes de la Biblioteca de la Juventud Italiana, distribuía el personal para el Oratorio, para los cuatro colegios y los oratorios festivos, imponía la sotana a los nuevos novicios de la Pía Sociedad, aspirantes al sacerdocio, y enviaba al Seminario a los que se habían decidido a adscribirse en el Clero Secular, y les daba oportunos consejos. Uno de éstos, el clérigo Luis Spandre, natural de Caselle, hoy obispo y Príncipe de Asti, dejó escritas las palabras del Venerable. Llevo siempre en mi memoria el recuerdo que me dio por la mañana del día en que dejaba el Oratorio para entrar en el seminario diocesano. Después de confesarme me dijo: ->>Me podrías ayudar a misa, quizá por última vez? -Será un gran honor para mí, le contesté; pero espero que no sea la última vez. Y no lo fue, porque aún le ayudé muchas otras, siendo seminarista y sacerdote. Después de misa, quitóse los ornamentos sagrados y me dijo: -Arrodíllate, porque quiero darte mi bendición. Y después de haberme bendecido, colocó y apoyó su santa mano sobre mi cabeza y añadió: -Acuérdate, Luis; si con la ayuda de Dios llegas a ser sacerdote, quaere lucrum animarum et non quaestum pecuniarum (busca la ganancia de las almas y no el negocio del dinero). Aquellas palabras, acompañadas de su mirada penetrante, profundizaron de tal modo en mi corazón que no las he olvidado jamás. Fueron para mí todo un programa de vida, fueron como la revelación de un sublime y saludable ideal; programa e ideal de aquel hombre de Dios, para quien todo lo demás no era nada, pues sólo le importaba la salvación de las almas: Da mihi animas caetera tolle. (**Es9.832**))
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