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a la cárcel, a compañías de castigo, a reclusión y
algunos al fusilamiento. Yo, con las enseñanzas de
la Doctrina siempre en mi mente cristiana, no
recibía nunca un castigo, supe cumplir con
exactitud mi deber, soportar, tolerar y sufrir
también en tiempo de paz. Así llegué a donde estoy
y bendigo a don Bosco que me enseñó a obedecer>>.
Como este bravo soldado, y por los mismos
motivos, hizo fortuna un número incalculable de
pobres jovencitos. Llegaron a ser propietarios y
jefes de talleres y almacenes, comerciantes,
empleados en negocios lucrativos y viven
señorialmente con sus familias. El santo temor de
Dios vale mucho también en orden a las mejoras
temporales.
Y >>qué decir de la catequesis que los
colaboradores de don Bosco hicieron en los
Oratorios festivos, años y años, a millares de
muchachos de la calle? De la narración de uno de
ellos puede deducirse la historia de muchos más
que, en gran parte, no sabían nada de religión y
se convirtieron en excelentes cristianos y honor
de la sociedad. Es la narración de una oveja que
vuelve al redil.
La oveja descarriada era yo.
Educado en una familia, en la que se sentía
fría indiferencia, cuando no verdadera hostilidad
contra las más elementales prácticas religiosas,
crecí casi en la ignorancia de los sublimes
preceptos del Evangelio de Cristo. Y si bien jamás
me sentí completamente resistente a los consuelos
espirituales de nuestra santa religión, sin
embargo la concebía como un conjunto de prácticas
enojosas y molestas, y la temía como se teme lo
que se ignora y como los estudiantes de
bachillerato temen las clases de latín y de
griego. Tenía un vago sentimiento de lo que era la
divinidad, la fe, de lo que debían ser los deberes
del cristiano, pero en mi mente, todavía tierna e
ingenua, quedaban fácilmente superadas estas
rudimentarias y primitivas especulaciones
filosóficas con los pequeños y fútiles sucesos de
la vida cotidiana.
Un día, no recuerdo cómo fue, un amigo me llevó
a un oratorio salesiano. Me dijeron que allí se
divertía uno mucho, que regalaban dulces, que
ciertamente había que aguantar las funciones
religiosas, pero ((**It9.937**)) que
después había una representación teatral, que
siempre era muy bonita. Yo, seducido por la visión
de este pequeño país de ilusión, acudí allí con
alegría y gran expectación.
Y allí me pasaba todos los domingos, en el
oratorio, de la mañana a la noche. Me divertía con
los amigos, jugábamos a toda clase de juegos. Yo
prefería los ejercicios gimnásticos, en los que
había compañeros simpáticos y clérigos buenos y
cariñosos, que comprometían por unos momentos la
austeridad de su negra sotana para unirse a
nosotros y hacer girar el tiovivo, o jugar a la
barra fija. Naturalmente, también asistía, tal vez
con poca devoción o poquísimo recogimiento, a las
funciones religiosas. Después de misa había
sermón, con pedagógicos criterios de sencillez, y
llegaba a interesarme un poco. Por la tarde, tenía
lugar la enseñanza de la doctrina cristiana. A mí
me habían colocado en una de las clases
inferiores, en la que se aprendía lo más elemental
del catecismo...
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