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Mientras don Bosco se dedicaba a fundar
colegios cristianos, se suprimía la enseñanza de
la religión en las escuelas. El Ministro Correnti
ordenaba en 1870 a los Consejos Escolares y a los
Municipios que proveyesen para que se diera
enseñanza religiosa solamente a aquellos alumnos
cuyos padres hubieran declarado que ésa era su
voluntad. La verdad es que, en casi todos los
municipios, los padres de familia pidieron que se
siguiera enseñando la religión: es más, muchos
protestaron ante el Ministerio contra ciertos
municipios que arbitrariamente la habían abolido.
Es imposible educar a la juventud sin los diez
mandamientos y sin el santo temor de Dios, único
freno de las pasiones humanas.
Y don Bosco procuraba, por cuanto le era
posible, oponerse a los males previstos, enseñando
el catecismo en las escuelas y los domingos en la
iglesia. Con la instrucción religiosa florecía en
el Oratorio la piedad, útil para todo. Esta no se
imponía, pero se la cuidaba constantemente con la
oración en común, la santa misa, la confesión y
comunión frecuentes, las oportunas platiquitas de
cada noche antes de ir a acostarse. Poseía don
Bosco para ellas un talento y una elocuencia
similares.
<((**It9.933**)) y
profundo a la vez, sabía infundir la sabiduría,
que él definía: el arte de saber gobernar la
propia voluntad. El la poseía verdaderamente: y la
quería, primero en la educación de la juventud, y
después en las letras, de las que era un excelente
maestro. Porque, simple y sencillo como era,
demostró ser un experto en la pedagogía y en la
controversia puesta al alcance del pueblo>>.
Y terminaba diciendo: <<íDon Bosco es un
santo!>>.
Durante la jornada, don Bosco mandaba hacer
breves pero frecuentes lecturas de buenos libros.
Después de la misa, a modo de meditación; diez o
quince minutos en la comida y la cena; cinco o
seis más, antes de salir del salón de estudio; y
de nuevo otros cinco o diez minutos, mientras se
acostaban. Se hacía siempre una lectura de libros
educativos seleccionados con mucho cuidado. Gutta
cavat lapidem... (La gota agujerea la piedra...).
Aquellos buenos pensamientos caídos en el alma del
jovencito tres, cuatro, cinco veces al día,
durante cuatro, cinco, seis años de colegio era
imposible que no dejaran señal y no dieran fruto
de un sano pensar y de un virtuoso obrar para toda
la vida.
Era la instrucción religiosa la que hacía a don
Bosco dueño de los
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