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Don Bosco vino a Mirabello unos días después y yo
me presenté a él con un compañero (creo que era
don Pablo Albera) el cual le dijo a don Bosco:
>>-Don Bosco, >>sabe la gracia que le ha hecho
san Blas a Garino? (era clérigo aún). Fue a
recibir la bendición de la garganta sin ningún mal
y desde entonces le duele.
>>Don Bosco, sonriendo, me dijo que aguantase
el mal hasta la Anunciación (25 de marzo). Y así
fue. Daba lo mejor que podía un poquito de clase,
aunque con mucha dificultad; llegó el día 25 de
marzo y después de comer, mientras me entretenía
con algunos alumnos míos en el patio, de repente,
me sentí totalmente libre de la molestia que desde
san Blas no me había dejado en paz.
>>Entonces me acordé de las palabras de don
Bosco y conté el caso a mis alumnos, los cuales,
ya llenos de admiración por don Bosco, la tuvieron
después mayor>>.
Desde Mirabello se marchó el Venerable a
Casale, tal y como había escrito a la condesa
Callori, y fue a dar gracias al Obispo por haber
aprobado como diocesana la Pía Sociedad de San
Francisco de Sales.
En este viaje le sucedió uno de esos graciosos
encuentros que ya hemos recordado otras veces. Es
de notar que por la ((**It9.75**)) región
de Alessandria, Casale, Vercelli y Novara se
celebran grandes mercados, a los que acuden
tratantes de ganado y comerciantes de cereales,
vinos y otros productos agrícolas, gentes muy a
menudo materialistas y deslenguadas.
Don Bosco se encontró en el mismo departamento
del tren con uno de ésos que, por haber leído
librejos, periódicos impíos, creen poder combatir
la religión soltando las más disparatadas
barbaridades. Niegan los milagros de Jesucristo,
explicándolos a su manera y diciendo, por ejemplo,
que, con un poco de economía, cualquiera podía
alimentar muy bien a cinco mil personas con cinco
panes y algunos peces. Aquel viajero pertenecía,
por cierto, a la categoría de tales doctores. En
efecto, después de unas palabras sobre temas
indiferentes, haciendo señas al cura, llevó la
conversación, como estaba de moda, a materia de
religión y, pasando de una cosa a otra, vino a los
milagros del Evangelio. Decía que éstos se pueden
explicar y, para probarlo, se puso a hablar del
milagro de san Pedro, caminando sobre las aguas
por mandato de Jesucristo; y exclamó:
->>Qué milagro es éste? Al presente se sabe que
las aguas del mar Muerto son tan espesas que las
naves no pueden navegar por ellas; y por tanto,
resulta fácil para un hombre caminar por encima
sin milagro,(**Es9.80**))
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