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sacerdotes, y si fueren más mejor, con los
correspondientes laicos, escríbame enseguida y ya
me encargaré yo mismo, juntamente con el Obispo de
Verona (que es un verdadero ángel para Africa), de
ultimar los trámites necesarios aquí en Roma.
Nosotros corremos con todo; usted piense solamente
en preparar los individuos indicados, que yo iré a
buscarlos a Turín y los acompañaré a Egipto, a
pocos pasos de donde la Sagrada Familia vivió
emigrada durante siete años en la tierra de los
Faraones.
Espero su respuesta y, si como yo imagino, es
afirmativa, haremos con la autorización del Obispo
de Verona, los papeles necesarios, y en el nombre
de Dios daremos comienzo a la obra concebida.
Mis tres casas de Egipto marchan muy bien; son
treinta y cinco sus miembros y muchísimas las
almas arrancadas al paganismo y conducidas al
redil de Cristo.
Con los sagrados corazones de Jesús y de María,
me profeso con todo afecto,
Roma, 3 de julio de 1870
Su seguro
servidor y buen amigo
DANIEL COMBONI, Pbro.
P. D. Espero haya recibido mi Postulatum
(Petición) al Concilio pro nigris Africae
Centralis (en favor de los negros de Africa
Central).
El padre Comboni ya había estado en el Oratorio
y había entusiasmado a los muchachos con sus
descripciones. Don Bosco encargó responderle que,
por el momento, no podía enviar a sus sacerdotes,
pero que aceptaría con las más favorables
condiciones a los muchachos africanos que le
recomendara.
Lo mismo había hecho con monseñor Lavigerie.
Después, poquito a poco, se vio cómo se iban
cumpliendo las promesas de la Virgen, y los
Salesianos ((**It9.890**))
empezaron a fundar asilos, colegios y escuelas en
Alejandría, en Túnez, en El Cabo de Buena
Esperanza, en Congo y en Mozambique. Pero en julio
de 1870 todo esto no era más que una esperanza.
Entre tanto veía don Bosco realizarse un deseo.
El 18 de julio se celebraba la cuarta sesión
del Concilio Ecuménico Vaticano. El Papa presidía
la augusta asamblea. Asistían quinientos treinta y
cinco obispos y quinientos treinta y tres votaron
a favor de la definición dogmática de la
infalibilidad. Sólo dos, un americano y un
italiano, votaron en contra. Entonces Pío IX
corroboró y firmó el canon conciliar. Una fuerte
aclamación de los Padres del Concilio estalló
incontinenti en la gran aula, y se sumó a ella la
de la multitud que se apiñaba en la Basílica. Los
Padres y la incalculable multitud cantaron el
Tedéum.
La augusta Asamblea, después de casi cien
Congregaciones generales, había podido trabajar
tranquilamente y resolver cosas tan
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