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((**Es9.746**) Además de la mesa, hay también algo más que he oído a los que están en las otras casas y es que se sale del Oratorio con demasiada facilidad y sin necesidad. Pero pasemos a lo más importante, esto es, a esas caricias llamativas que algunos hacen a los muchachos. En este punto no transijo, deseo con toda mi alma que nadie ponga las manos sobre ninguno, que nadie se permita confianzas especiales con los muchachos, sean quienes fueren. Hace pocos días uno corrió el riesgo de perjudicar a un muchacho, de perjudicarse a sí mismo y de difamar a toda la casa sólo por estos motivos. Por consiguiente, de ahora en adelante prohíbo terminantemente introducir a los muchachos en la propia habitación bajo ningún pretexto. Porque sé que a veces se llama a alguno diciéndole:-Ven a barrer mi habitación, hazme la cama, ve a buscarme agua, tráeme aquellos libros ((**It9.840**)) que he dejado en el estudio.-Esto no lo quiero. Tampoco quiero que pasen jóvenes de un dormitorio a otro. Y de ningún modo que se introduzcan jóvenes del mismo dormitorio en la propia celda. Aún tengo más cosas que observar y son: que cada uno tiene obligaciones que cumplir de acuerdo con su situación y que estas obligaciones o deberes, unas son de justicia y otras de caridad. Los deberes de justicia los tiene cada uno en particular por el cargo que le fue confiado: y por lo mismo cada uno en su cargo, como un maestro en la escuela, un jefe en el taller o un asistente en el dormitorio; tiene plenos poderes para hacer cumplir el reglamento, pero con medios lícitos; y por tanto sin pegar jamás, ni echar fuera a ninguno, ni dar castigos que no se puedan cumplir. Sé que algunos se dejan dominar por la cólera y pegan, a veces, sin pensar que también entre los muchachos los hay que tienen la sangre caliente, y se rebelan y nos toca luego andar con componendas, que escandalizan y hacen perder la autoridad. Así, para entendernos con un ejemplo claro, un maestro en la escuela debe enseñar por justicia. Puede conseguir más o menos con sus alumnos; pero debe actuar con caridad y por lo mismo con mucha tolerancia. Pero no puede creer que su autoridad de maestro con sus alumnos llega más allá de la escuela. Fuera de clase, todos los alumnos del Oratorio deben ser iguales para él, sea cual fuere el curso a que pertenezcan, porque entonces sólo tiene deberes de caridad que cumplir, los cuales no pueden dedicarse a unos, sino a todos. Digo esto, porque veo que, con frecuencia, un cargo se roza con otro, el de un maestro con el de un asistente, y de ahí nacen envidias y no se cumplen los deberes como deberían cumplirse. Acontece que un muchacho comete una falta durante la asistencia de uno, y el otro, ofendido, lo espera para cuando esté a sus órdenes y vengarse. Esto no puede ser. Por ejemplo: si alguien comete una falta en el patio, no está autorizado su maestro para castigarlo en la clase; aunque si quiere, puede avisarle como hermano, como padre, como amigo. Así también, nadie está autorizado para prohibir a sus subordinados ir con uno o con otro de sus compañeros, si no le mueve a ello la caridad sino su capricho. Por lo demás, animémonos a trabajar constantemente, porque nuestro trabajo siempre está bendecido por el Señor y lo estará más aún en lo porvenir, si procuramos hacerlo solamente para agradarle a El. Por aquellos días tocóle a don Bosco asistir a dos hijos queridos, gravemente enfermos, que morían en el Oratorio a primeros de abril. (**Es9.746**))
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