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Además de la mesa, hay también algo más que he
oído a los que están en las otras casas y es que
se sale del Oratorio con demasiada facilidad y sin
necesidad.
Pero pasemos a lo más importante, esto es, a
esas caricias llamativas que algunos hacen a los
muchachos.
En este punto no transijo, deseo con toda mi
alma que nadie ponga las manos sobre ninguno, que
nadie se permita confianzas especiales con los
muchachos, sean quienes fueren. Hace pocos días
uno corrió el riesgo de perjudicar a un muchacho,
de perjudicarse a sí mismo y de difamar a toda la
casa sólo por estos motivos. Por consiguiente, de
ahora en adelante prohíbo terminantemente
introducir a los muchachos en la propia habitación
bajo ningún pretexto. Porque sé que a veces se
llama a alguno diciéndole:-Ven a barrer mi
habitación, hazme la cama, ve a buscarme agua,
tráeme aquellos libros ((**It9.840**)) que he
dejado en el estudio.-Esto no lo quiero. Tampoco
quiero que pasen jóvenes de un dormitorio a otro.
Y de ningún modo que se introduzcan jóvenes del
mismo dormitorio en la propia celda.
Aún tengo más cosas que observar y son: que
cada uno tiene obligaciones que cumplir de acuerdo
con su situación y que estas obligaciones o
deberes, unas son de justicia y otras de caridad.
Los deberes de justicia los tiene cada uno en
particular por el cargo que le fue confiado: y por
lo mismo cada uno en su cargo, como un maestro en
la escuela, un jefe en el taller o un asistente en
el dormitorio; tiene plenos poderes para hacer
cumplir el reglamento, pero con medios lícitos; y
por tanto sin pegar jamás, ni echar fuera a
ninguno, ni dar castigos que no se puedan cumplir.
Sé que algunos se dejan dominar por la cólera y
pegan, a veces, sin pensar que también entre los
muchachos los hay que tienen la sangre caliente, y
se rebelan y nos toca luego andar con componendas,
que escandalizan y hacen perder la autoridad.
Así, para entendernos con un ejemplo claro, un
maestro en la escuela debe enseñar por justicia.
Puede conseguir más o menos con sus alumnos; pero
debe actuar con caridad y por lo mismo con mucha
tolerancia. Pero no puede creer que su autoridad
de maestro con sus alumnos llega más allá de la
escuela. Fuera de clase, todos los alumnos del
Oratorio deben ser iguales para él, sea cual fuere
el curso a que pertenezcan, porque entonces sólo
tiene deberes de caridad que cumplir, los cuales
no pueden dedicarse a unos, sino a todos.
Digo esto, porque veo que, con frecuencia, un
cargo se roza con otro, el de un maestro con el de
un asistente, y de ahí nacen envidias y no se
cumplen los deberes como deberían cumplirse.
Acontece que un muchacho comete una falta durante
la asistencia de uno, y el otro, ofendido, lo
espera para cuando esté a sus órdenes y vengarse.
Esto no puede ser.
Por ejemplo: si alguien comete una falta en el
patio, no está autorizado su maestro para
castigarlo en la clase; aunque si quiere, puede
avisarle como hermano, como padre, como amigo. Así
también, nadie está autorizado para prohibir a sus
subordinados ir con uno o con otro de sus
compañeros, si no le mueve a ello la caridad sino
su capricho.
Por lo demás, animémonos a trabajar
constantemente, porque nuestro trabajo siempre
está bendecido por el Señor y lo estará más aún en
lo porvenir, si procuramos hacerlo solamente para
agradarle a El.
Por aquellos días tocóle a don Bosco asistir a
dos hijos queridos, gravemente enfermos, que
morían en el Oratorio a primeros de abril.
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