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fue a tentarlo, le hizo caer en desobediencia y
con él arruinó a todo el género huma no. Viniendo
a nosotros, podemos hacer esta aplicación:
Nuestra Pía Sociedad comenzó, y comenzó bien
por lo que a los socios se refiere pero vemos que
ya ahora, en sus principios, el demonio empieza a
entrometerse y unas veces con la envidia, otras
con el descontento, procura hacer sus ganancias.
Pero nosotros, que conocemos su malicia, no
debemos estar quietos viendo lo que él sabe hacer,
sino que debemos estar alerta y combatir.
Hace ya tiempo que veo inconvenientes, que hay
que evitar. Sé que se tiende a crear división, dos
partidos, y esto hay que evitarlo absolutamente en
una Congregación.
He estado en Lanzo, en Mirabello, en Cherasco,
y en estas visitas he procurado preguntar a los
directores, y a los hermanos, para ver si tenían
algo que observar sobre la marcha de la Sociedad.
Y, como si se hubieran puesto de acuerdo, todos a
una respondían que, a su parecer, los miembros de
Turín, de la Casa madre, no tienen la entrega que
se debería tener y se tiene en las otras Casas. He
observado que allí los maestros son a la par los
asistentes de la clase, del estudio, de los
dormitorios y del patio, y así, cuando salen de
clase, en vez de ir a tomarse un rato de recreo
libre, se mezclan con los alumnos, les divierten y
les asisten. He visto que verdaderamente tienen
mucho trabajo. Me compadecía de ellos y me ofrecía
a mandarles otros que les ayudaran un poco; pero
ellos, contentos, me dijeron que no mandara a
nadie, porque prefieren trabajar más, ser pocos y
vivir en paz unos con otros, antes que ser muchos
y no ir de acuerdo. He quedado complacido de ello
y doy gracias al Señor.
Pero, al preguntarles si no había alguna otra cosa
que enmendar, hubo un picarón el cual dijo que,
una vez que vino por aquí para ciertos asuntos,
vio a uno ((**It9.839**)) hacer
algunas caricias a un muchacho, las cuales, según
él, debían evitarse en una Sociedad como la
nuestra.
->>Hubo maldad en ello?, pregunté yo.
Y él respondió:
-No, pero yo no puedo tolerarlo.
No dije nada; mas comprendí que esto es algo
que hay que corregir. Hay, concluyeron ellos,
defectos que evitar, principalmente aquí en Turín.
Reflexionemos, pues; veamos si hay algún peligro
que impedir e impidámoslo.
Yo veo, por ejemplo, que aquí, a veces, hay
alguno que, cuando presentan ciertas comidas a la
mesa, hace gestos y luego aparta
despreciativamente lo que le han dado. Se trata de
manzanas, pongo por caso, y se queja de que son
pequeñas, que son pocas o que están podridas. Hay
quejas del vino, de la sopa y de los diversos
platos. Todo esto en una Congregación hace daño,
acarrea disgustos serios y siembra descontento.
Por tanto, medite cada uno un poco para sí: si
hubiera que buscar el gusto de todos, no se
acabaría nunca en la cocina. Procuremos, sin
embargo, dentro de nuestros posibles, que todos
tengan lo necesario para comer y beber, lo mismo
que para otras necesidades de la vida común.
Preguntará alguno si tiene que comer también lo
que le hace daño.
Le respondo que en los casi cincuenta años que
hago vida común, entre el Seminario, la Residencia
Sacerdotal y ahora el Oratorio, nunca he
encontrado nada que, comiéndolo, estuviese seguro
de que me haría daño. Lo que sí he visto es que
cuando un alimento es menos apetecible, se come
menos de él y se toma más de otro.
Bien entendido que digo todo esto para los que
están sanos y no necesitan alimentos especiales.
Si uno estuviere indispuesto, sobran todas estas
normas, y entonces puede tomar, dejar o hacerse
llevar otra cosa.
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