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ayuda generosa de los bienhechores, a las
grandiosas esperanzas del porvenir, a la fama de
las cosas extraordinarias, al afecto del Romano
Pontífice, al aprecio que miles de personas
manifestaban de las Obras Salesianas, y concluía:
Por consiguiente, pongámonos con tesón a hacer
el bien, y coopere cada uno en cuanto pueda para
buscar socios, invitándoles a entrar con sus
obras, palabras y ejemplos porque, por más que yo
os invite y llame, si vosotros no me seguís, soy
como el soldado que redobla el tambor y a quien no
siguen los soldados.
Por tanto, vean los directores si en sus casas
hay alguno que pueda pertenecer a nuestra Sociedad
y que tenga que sufrir ((**It9.835**)) algún
examen; háganlo saber para que se le pueda
atender. Conviene, pues, que todos sean hombres
inteligentes para producir la mayor utilidad a las
almas de los jóvenes que nos han sido confiados.
Nosotros, dejando de lado toda suerte de
alabanzas, adulaciones y admiración de los más,
mirando las cosas por su lado más simple y
verdadero, hemos de alegrarnos de que el Señor nos
tenga de su mano, pero también hemos de
entregarnos con entusiasmo al cumplimiento de las
reglas de la Sociedad y tratar de darles la
importancia que merecen.
En esta conferencia se anunció por vez primera
la apertura de la casa de Alassio.
El enjuiciamiento del Venerable sobre sí mismo
y sobre sus obras estaba siempre impregnado de
humildad y confianza en Dios. Ya tiempo atrás
hablaba con él don Joaquín Berto e hizo caer la
conversación sobre la muerte del Siervo de Dios y
los efectos que ocasionaría, y dijo que habría
llanto universal.
Pero el Venerable con toda calma le respondió:
-Si muriera don Bosco, diría la gente:
íPobrecito, también él se ha muerto! y todo
acabado. El que se alegraría y reiría a
carcajadas, la mar de satisfecho, sería el
demonio, quien diría: <<-íPor fin desapareció ése
que tanta guerra me daba y echaba a perder mi
labor>>-.
Podía muy bien decir estas palabras, porque
aludía a cuanto él hacía, no por su propia virtud,
sino por el poderoso auxilio de la Virgen, como él
mismo reconocía y repetía sin cesar. íQuien
combatía y vencía al enemigo infernal, era la
potente Reina de los Cielos!
Un sábado por la noche esperó don Luis Lasagna
hasta las once y media a que don Bosco terminara
de confesar, y le acompañó a cenar. Sentado a su
lado, le decía que mientras él estuviera en este
mundo la Pía Sociedad marcharía bien gracias a su
apoyo y dirección; pero que, una vez que él
faltase, se desharía por falta de medios y de
cohesión, y que todos los hermanos se verían
obligados a volver a sus casas.
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