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amigos queridos del Oratorio. Se lee en el
necrologio de don Miguel Rúa:
Félix Valsania, natural de Pralormo, murió el
14 de febrero a la edad de cuarenta y un años. Era
un hombre alegre y sencillo. Desempeñaba con
fidelidad y diligencia todas las incumbencias que
se le confiaban. Se acostó una noche en plena
salud y, sin que se le pudiera prestar ningún
socorro, apareció muerto en la cama al día
siguiente. Había recibido el día antes los santos
sacramentos. Tal vez el no haberse aflojado la
ropa interior fue la causa de su muerte.
Bernardo Mellica, natural de Grugliasco, de
veinticuatro años, murió el 20 de febrero. Era un
joven de excelentes costumbres. La piedad, la
obediencia, el amor al trabajo y la paciencia eran
sus virtudes características. Soportó con
resignación ejemplarísima su larga enfermedad sin
dejar escapar el más mínimo lamento. No dejó hasta
la víspera de su muerte sus acostumbradas
prácticas religiosas y el trabajo que podía
atender. Frecuentaba los santos sacramentos,
pertenecía a las compañías piadosas y no había que
corregirle nunca de nada.
El sábado, el domingo de quincuagésima y los
dos días siguientes, don Bosco dedicó muchas horas
para confesar a sus alumnos, que se consideraban
felices al poder abrirle de nuevo su corazón.
Conservaba el mismo espíritu de siempre.
Estaba confesando a un tal Anselmo Vecchio: le
recomendó que fuera muy bueno y añadió: <>. Preguntóle
el joven qué desgracia sería, pero don Bosco le
respondió que no podía decírselo. El hecho es que,
pocos meses después, moría su padre, que siempre
había gozado de óptima salud.
El seis de marzo, primer domingo de cuaresma,
se celebró la fiesta de San Francisco de Sales y
don Bosco tenía una gran pena: el teólogo Antonio
Cinzano, párroco de Castelnuovo, a quien él tanto
debía, acababa de morir, con sentimiento de todos,
a la edad de sesenta y seis años, después de haber
regido ejemplarmente su parroquia durante treinta
y ocho.
Durante los últimos años no hablaba más que de
prepararse a morir; tenía todo organizado y
convenido para renunciar a la parroquia y
retirarse a Valdocco a la casa del Oratorio,
<((**It9.832**)) últimos
momentos de la vida, bajo el manto de María
Auxiliadora, y partir de allí a la eternidad>>.
Pocos días antes de morir, aún repetía lo mismo.
Después de esta pena, tuvo don Bosco una gran
alegría.
Le gustó al Concilio que se tratase de la
infalibilidad. El 7 de marzo se distribuyó a los
Padres una añadidura para el esquema de Ecclesia
en la que se decía que el Pontífice de Roma no
puede equivocarse
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