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asamblea. Es más, despertó un alboroto al
exclamar, como prueba de la autoridad de su
afirmación:
-Yo soy teólogo doctorado en la célebre
Universidad de Turín.
-íLo que va en su contra!, replicó el cardenal
Capalti, indicando que la doctrina de aquella
Universidad era sospechosa.
El Venerable estaba siempre allí donde podía
decir una buena palabra sobre la gran cuestión del
día. Hablaba con unos y con otros Prelados, y les
demostraba, con las pruebas más sencillas y
convincentes, que era indiscutible la esencia de
la tesis y la oportunidad de su solemne
definición. La cuestión de la oportunidad le
parecía ridícula; puesto que, desde el momento en
que el Papa había propuesto la definición y el
Concilio la había aceptado, era ciertamente
oportuna; pero que era precisamente al mismo Papa
a quien competía decidir la oportunidad.
-En cuanto a la esencia de la cuestión, decía a
cierto obispo, el cual por los estudios hechos
tenía algún prejuicio sobre el particular, que el
no creer en la infalibilidad, está en abierta
contradicción con la ((**It9.799**))
realidad de los hechos: sus párrocos y todos sus
sacerdotes la enseñan desde el púlpito, en el
Seminario y en las escuelas;
todo el pueblo la cree como si ya estuviera
definida y ni siquiera le cabe en la cabeza que se
pueda dudar de ello.
Y añadía:
-El Señor ha dado la infalibilidad a su
Iglesia; sólo queda por ver en quién reside. Cada
obispo es ciertamente falible, por tanto no se ha
de buscar este don en cada uno de ellos; y, si
cada uno es falible, aunque se reúnan todos, no
llegarán a ser infalibles, por el hecho de haberse
reunido. >>Qué es, pues, lo que les hace
infalibles y les da lo que no tienen? íSu unión
con el Papa!... In nomine meo! (En mi nombre). Por
tanto, la fuente de la infalibilidad reside en el
Papa. Ahora bien, se pueden amputar ciertos
miembros de un cuerpo sin que por ello venga la
muerte; pero no se puede quitar la cabeza;
separada ésta, instantáneamente se pierde la vida.
-Se pueden hacer muchas objeciones, exclamó
cierto día un Monseñor. Parece que algunos Papas
se equivocaron.
-íErrores de los historiadores!, replicó don
Bosco.
Y refutó cada hecho en particular, indicando
varios teólogos y prelados, dispuestos a
esclarecer la cuestión.
Monseñor Audisio, canónigo de San Pedro en el
Vaticano y Presidente de la Academia de Superga,
era el jefe de un grupo que se oponía a la
infalibilidad personal del Papa, o pretendía al
menos limitarla. Cuando supo que alguno de los
suyos y varios obispos, aun
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