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así los Obispos, cargados de años, se dirigieron a
la Ciudad eterna. Que Dios les consuele, les
conforte en sus empresas y les bendiga en sus
santos anhelos. Quisiera tener quince años menos
y, también yo iría a Roma, para unirme a los
supremos pastores del pueblo cristiano e implorar
de Dios la salud temporal y espiritual. Mas, como
no puedo ir con el cuerpo, iré sin duda con el
espíritu y rogaré mucho y haré rogar a fin de que
todo sea para la mayor gloria de Dios, el triunfo
de la Iglesia y la salvación de las almas.
Entre tanto, nosotros pobres enfermos, que
vivimos en este gran hospital, que con soberbia se
llama mundo, y que hemos caído en un gran abismo
del que no podemos salir, damos gracias a Dios por
tal beneficio y hacemos el firme propósito de
querer tomar, aun antes de que se proponga, el
remedio que nos sea impuesto. El Espíritu Santo es
quien lo inspirará y de su mente no podrá salir
más que un santo, útil y prodigioso remedio. Y así
también en estos días que vivimos, veremos al
mundo entero maravillarse de las grandes
curaciones de la Iglesia y aplaudir con palmadas
de júbilo su triunfo. Termino deseando un buen
viaje a los augustos personajes que se dirigen a
Roma, feliz estancia en ella y gloriosa vuelta a
sus sedes.
Vosotros, mis queridos lectores, rogad a Dios
con el mismo fin y esperemos con seguridad ser
oídos.
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