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a un alumno el género de vida que debía abrazar.
Otras ayudaba a hacer brotar una vocación, a
asegurarla y también a seguirla. En ciertas
ocasiones daba un dulce a cada uno.
La espera de este deseado premio ocasionaba
muchas charlas entre los muchachos; días antes
hacían sus cuentas sobre ello y recordaban todos,
durante años enteros, la fortuna de haber comido
con don Bosco.
Los que no tenían esta suerte no esperaban
invitaciones especiales para acercarse a don
Bosco. Las alegres y conmovedoras escenas por
nosotros descritas ampliamente en otro lugar, que
desde 1850 habían alegrado los distintos
refectorios donde don Bosco solía comer,
continuaron también este año de 1869. Apenas
salían los salesianos del comedor, una turba de
muchachos irrumpía corriendo a donde estaba don
Bosco y ocupaban todos los sitios, de modo que
había que levantar a toda prisa los manteles de
las mesas. Esto acontecía especialmente después de
la cena.
Pero no pasó mucho tiempo sin que los jóvenes
tuvieran que contentarse con ver a su amado don
Bosco solamente en el patio. Las visitas, que
recibía en el mismo refectorio, y los comensales
invitados que con frecuencia llegaban, acabaron
por romper aquellas gratas y familiares
demostraciones de afecto. íCuántos recuerdos!
Continuaron, no obstante, las invitaciones a
comer para los alumnos mejores, hasta el fin de la
vida del Siervo de Dios, y aún se conservan los
nombres de muchos que tuvieron este premio.
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