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los instruía él mismo o por medio de sus
ayudantes. En los días festivos predicaba las
verdades de la fe y promovía por todos los medios
la piedad. Todas las noches, antes de ir a dormir,
nos hacía una plática. Su método de educación era
totalmente paternal, atraía a los jóvenes con
agradables modales, por lo que le querían
mucho.Les inculcaba la frecuencia de los
Sacramentos, que para muchos alumnos era semanal y
para muchos ((**It9.742**)) otros
aún más frecuente; en las fiestas y en el
ejercicio de la buena muerte, se convertía en
comunión general. Confesaba mucho y asiduamente y
había además otros sacerdotes confesores que le
ayudaban, porque daba a los penitentes plena
libertad de elección. Estaba dotado de singular
prudencia, puesto que entre tantos muchachos,
llegados de todas partes, no hubo jamás un
desorden de importancia>>.
Así reza el testigo. Y nosotros añadimos:
Don Bosco hizo revivir una costumbre que poco a
poco había desaparecido.
Para que sus queridos muchachos, tuvieran un
aliciente más que les estimulase a observar buena
conducta, quiso que algunos alumnos fueran
invitados a comer con él en determinadas
circunstancias. La causa principal de la
interrupción de la costumbre había sido el número
siempre creciente de Salesianos y lo reducido del
espacio del refectorio de los superiores, situado
en los sótanos junto a la cocina. Aquel año se
convirtió en comedor la sala a nivel de los
pórticos, correspondiente a la superficie del
primer cobertizo, adaptado por don Bosco para
capilla en 1846. Entonces estableció el Venerable
que volvieran a comer con él por turno, todos los
domingos, los mejores de cada clase y de cada
taller. Esto servía para animar al bien a la clase
entera. El buen Padre gozaba mucho cuando veía a
estos alumnos, los deseaba; y mantuvo la
costumbre, aun cuando surgió alguna dificultad por
parte de ciertos metodistas. Daba él mucha
importancia a que los alumnos más distinguidos
tuvieran ocasión de acercarse a los Superiores y
habría querido que se diera este premio muchas
veces al año.
Su puesto en la mesa no era, sin embargo, junto
a don Bosco. Este privilegio estaba reservado,
desde antiguo, a los muchachos elegidos para el
lavatorio de los pies del jueves santo, que
realizaba el mismo Rector Mayor.
Era grande la satisfacción de los alumnos
premiados. Infatigablemente, después de la comida,
pasaban a saludar a don Bosco y él dirigía a cada
uno una palabra que producía siempre gran bien. A
veces, con una frase que parecía dicha ((**It9.743**)) al
acaso, daba a entender
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