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Bongiovanni no se satisfizo obligando al Venerable
a entregarle dos mil liras, sino que pretendía por
vía legal otras dos mil, como herencia de su
piadosísimo hermano don César José, que murió como
salesiano en el Oratorio, según hemos narrado en
el capítulo XXIII de este volumen. Se interpuso al
generoso comendador Dupraz, amigo de don Bosco, y
acalló a Bongiovanni con mil cuatrocientas liras.
<>.
Don Pablo Albera nos aseguraba que don Domingo
Bongiovanni manifestó varias veces en sus últimos
años su gran pena por haber disgustado de aquel
modo a don Bosco y que, al recordar este hecho,
solía repetir:
->>Quién sabe, si yo me salvaré?
Pero, aún después de la muerte, don Bosco dio
pruebas de su perdón a este su exalumno, que fue
el primer párroco de San Alfonso en Turín, porque
hallándose en una situación económica desesperada
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construir la nueva iglesia parroquial de San
Alfonso, acudió a rezar muchas veces ante la tumba
del Siervo de Dios en Valsálice y no tardó en
encontrar el dinero necesario. El mismo nos
contaba, primero, sus apuros y, luego, la gracia
alcanzada.
Nos complace hacer constar aquí que don Bosco
practicaba la justicia en grado heroico y con el
orden requerido hacia el prójimo, dando uniquique
suum. Omnibus omnia factus (a cada uno lo suyo.
Hecho todo para todos), no tenía para sí mismo
necesidad alguna y todo le sobraba, porque huía de
que se le tuviera ningún miramiento. No podía ser
injusto quien se consumía totalmente a sí mismo en
favor de los demás.
A pesar de su pobreza y de las dificultades que
tuvo que superar para tantas obras suyas, el
Venerable pagó siempre a los obreros y
proveedores, y no oyó nunca decir que nadie
sufriera daño por su causa. Esto está comprobado
por muchos, por ejemplo, por los hermanos
Buzzetti, maestros de obras y empresarios, quienes
comenzaron a hacer su fortuna con los trabajos que
les encargó don Bosco.
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