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con gran admiración de diversas órdenes
religiosas, realzando los méridos de cada una,
hubo alguien que, elogiando las hazañas valerosas
y el celo invicto de una de ellas, terminó
diciendo que él habría ingresado con gusto en
aquel instituto, de no haberse hecho salesiano.
Don Bosco, que había participado, con toda su
alma, en aquellas alabanzas, al oír la conclusión,
exclamó con calma cortante:
-íAh, no; si yo no fuera salesiano, me haría
salesiano!
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