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Las tres cartas iguales estaban dirigidas a don
Miguel Rúa, a don Celestino Durando y a don Juan
Bautista Lemoyne. Sacamos de ellas la parte
principal.
El Señor me llama a una vida, sin duda, de
mayor rigor, al inspirarme que entre en la
Compañía de Jesús. No es una decisión tomada a la
ligera, sino madurada con los consejos de personas
muy respetadas y experimentadas por su piedad, su
ciencia y su conocimiento de las almas. Por ello
nació en mí la absoluta convicción de que ésta era
la voluntad del Señor; si bien no quiero ocultarle
que por parte del amadísimo padre común, don
Bosco, no he recibido más que una simple adhesión,
pero no la aprobacion de este mi propósito.
No interesa exponer aquí los motivos por los
cuales otros me dieron una opinión contraria y por
qué ésta ha prevalecido: lo que importa, y que yo
deseo se conozca por mi expresa declaración, es
que el único motivo de mi resolución fue la
convicción nacida en mí de que ésta es la voluntad
de Dios. Por tanto, conste que ningún motivo de
descontento o malhumor por la observancia de las
reglas, por órdenes de los superiores, por
cuestiones o frialdades de cualquier género, dio
origen o me confirmó en este pensamiento. Si hay
algún motivo que pueda haber causado este paso,
ciertamente sensible y doloroso para mí, hay que
deducirlo únicamente de mis pecados los cuales,
sin lugar a dudas, me han hecho indigno de seguir
perteneciendo a esta nueva falange de Jesucristo,
quien, por su misericordia, lejos de abandonarme a
mí mismo, ha querido inspirarme ((**It9.718**)) la
necesidad de una yida más austera y apartarme de
los peligros que la prevención sobre mí mismo me
haría quizá insuperables en una Congregación
inspirada en tanta dulzura que hace que todo
vínculo y atadura resulten tan fáciles y sencillos
como si no existieran. El prevenir posiblemente
toda duda y responder a cualquier pregunta sobre
la verdadera razón de mi marcha del Oratorio y de
mi salida de la Congregación, lo creí útil, para
que no sirva de escándalo a los Hermanos
existentes, ni de incitación a imitarme, basándola
en causas falsas, y también para quien quisiera
servi rse de mi partida en busca de un argumento y
de una arma para fomentar una guerra injusta y
desleal, como desde hace mucho tiempo se promueve
contra don Bosco y su Congregación...
Cumplido de este modo el deber que me impone el
conocimiento que tengo de la malicia humana, que
de modo desleal persigue las obras del querido don
Bosco y principalmente su Congregación, termino
pidiendo a Dios y a usted, y por su medio a todos
los que pertenecen a la Congregación, perdón por
todo disgusto, falta de respeto u ofensa que
voluntaria o involuntariamente les hubiera
hecho...
El caballero Oreglia marchó a Roma el 20 de
septiembre, día que empezaba en Trofarello la
segunda tanda de ejercicios espirituales.
El Venerable, al ver alejarse a un hermano que
había prestado grandes servicios a su naciente
instituto, no podía dejar de sentir pesar. Y no
por el pensamiento de la ayuda que iba a faltarle,
puesto que estaba acostumbrado a repetir: las
obras de Dios no necesitan de la ayuda de los
hombres. La causa de su disgusto hay que buscarla
en su corazón de padre y en el alto aprecio que
tenía puesto en la nueva obra del Señor. Un día en
que se hablaba entre varios hermanos
(**Es9.640**))
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