((**Es9.630**)
En el Nuevo Testamento se une la castidad con
la virginidad y el Profeta anunciaba: Ecce Virgo
concipiet et pariet filium (He aquí que una virgen
concebirá y dará a luz un hijo).
Elogios que basten para ponderar dignamente la
virtud de la castidad, solamente se pueden oír de
boca de los ángeles. Jesús quiso nacer ((**It9.706**)) de una
Virgen y fue Rey de Vírgenes. Su discípulo
predilecto fue el apóstol Juan por ser virgen; al
morir, le entregó a él su madre. En Roma Juan fue
librado de la caldera de aceite hirviendo como
premio a su virginidad. Y por ese motivo contempló
en visión, en la isla de Patmos, el triunfo de la
virginidad en el paraíso.
Esta virtud convierte en otros tantos ángeles a
los hombres que la practican.
Mas íay de quien la pierde! La caridad, la
castidad y la humildad son tres reinas que van
siempre juntas: no puede existir una sin las
otras. Mientras uno es casto, tiene viva la fe,
firme la esperanza y ardiente la caridad, pero
cuando se abandona al vicio, empieza a dudar de
las verdades de la fe. La incredulidad, la
herejía, no tuvieron ni tienen otro principio.
Para guardar esta virtud hay medios positivos y
negativos. Los negativos son la fuga de las
ocasiones. Por tanto, hay que cerrar las ventanas
por donde entra el demonio a robarnos esta virtud.
Ventanas son los ojos, cuya curiosidad debemos
frenar, porque lo que se ve, si es ilícito, deja
mala impresión. Pepigi foedus cum oculis meis ut
ne cogitarem quidem de virgine (Había yo hecho un
pacto con mis ojos, y no miraba a ninguna
doncella) (Job XXXI, I ).
Por tanto los que, al ir a su pueblo, toman
parte en alguna fiestecita, no podrán librarse de
ver ciertas cosas que pondrán en gran peligro esta
virtud. Oculus meus depraedatus est animam meam
(Me hacen daño mis ojos) (Lm III, 51).
No fijar la vista en el rostro de las personas
de otro sexo y ni siquiera en el de los jóvenes
más agraciados. La misma precaución hay que tener
al enseñar el catecismo a las niñas o a los niños.
Tratar con recato a los familiares y con afectuosa
reverencia a la propia madre. No olvidar el
comportamiento de san Luis en muchas
circunstancias de su vida: no podría sufrir que
nadie viera sus pies desnudos.
No leer jamás libros inmorales, novelas,
comedias, relatos sentimentales, o profanos. Hay
que exceptuar entre éstos los que hay que estudiar
o enseñar por obligación: íhay tantos libros
buenos e instructivos para leer en toda clase de
encias!
Cerrar ambos oídos, porque causa daño
incalculable oír una conversación y hasta una sola
palabra maliciosa. Huir de lugares peligrosos ante
la presencia de ciertos deslenguados. Evitar las
conversaciones con personas mundanas y los centros
de diversiones.
No aceptar invitaciones para convites mundanos.
Y si uno está obligado a ir, saber callar, dar
muestras de disgusto, cerrar los oídos cuando se
oyen malas conversaciones e invocar el auxilio de
Dios, hacer o decir lo que el Señor inspira o
alejarse con cualquier pretexto.
También hay pelígros de este género, y aún
mayores, en ciertas familias. Por esto os aconsejo
que no vayáis a casa, si no estáis obligados a
ello por un estricto deber.
Para que no entre el demonio, cerrad la puerta,
que es la boca; ((**It9.707**)) porque
con la lengua se tienen las malas conversaciones,
y no me refiero a las que ofenden directamente la
bella virtud, sino más bien a ciertas formas de
hablar que parecen indiferentes; a ciertos
cuentos, fábulas, historietas que no son malas por
sí mismas, sino por ciertas circunstancias; a
chistes poco correctos; bastan a veces para
despertar malos pensamientos en los jóvenes, que
ya fueron víctimas de ciertas debilidades,
(**Es9.630**))
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