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a V. E. a quien hace mucho tiempo conozco de
nombre y siempre he tenido en veneracion.
No hablo del consentimiento del Padre Santo, el
cual, por cuanto a él se refiere, es totalmente
favorable. Por eso, yo me atrevo a rogar a V. E.
que acepte hacer de consejero, no sólo de las
monjas sino también de mi pobre persona, y que,
por amor de Nuestro Señor, me comunique, de la
forma que menos molestias cause: si todavía
persiste el contrato tal y como se había resuelto
y qué incumbencias quedan por cumplir para llegar
al otorgamiento de la escritura.
O bien, si hay que tener por definitivamente
roto el contrato y, en tal caso, aunque con
verdadero y grave daño para mí y con disgusto para
quienes ya lo dieron por concluido, yo me
resignaré a enviarle los planos del local y
quedaré libre para dirigir hacia otra parte mis
particulares investigaciones.
Ruego a su gran bondad que sea indulgente con
la extensión de esta carta, como lo pedía el tema
de la misma, y rogando de corazón a Dios se digne
concederle largos años de vida feliz, tengo el
alto honor de poderme profesar,
De V. E. Rvma.
Turín, 21 de julio de 1869.
JUAN BOSCO, Pbro.
((**It9.680**)) No nos
consta que el Cardenal contestara; pero el Padre
Santo cedió ante las instancias del príncipe
Barberini; y don Bosco, advertido, abandonó el
proyecto, con disgusto, pero humildemente y sin
llamar la atención. Las monjas, sin embargo, no
tardaron en arrepentirse. Al entrar el Gobierno
Italiano en Roma, suprimió monasterios y otras
casas religiosas y se apoderó de sus bienes. Las
monjas barberinas fueron las primeras echadas y
desposeídas de cuanto tenían en octubre de 1871.
Nos decía monseñor Fratejacci: <>.
El Venerable, por su parte, no dejó inactivo el
dinero que tenía preparado para la adquisición de
San Cayo. Extractamos del archivo de las
Escrituras del Oratorio:
<(**Es9.606**))
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