((**Es9.603**)evidente,
de ciertas cuestiones intrincadas que jamás había
comprendido.
Y siguió elogiando mucho otros escritos del
Conde y su mérito, y el continuo trabajo del
hombre, admirado como escritor, pese a tantas
otras ocupaciones.
El Conde, que sonreía satisfecho, dijo:
-La verdad es que yo nunca he perdido el
tiempo. Por la mañana, indefectiblemente, me
levanto hacia las cuatro, me siento a la mesa y
trabajo ((**It9.676**)) hasta
las nueve, cuando empiezan las visitas. A veces,
ya de noche, vuelvo de nuevo a mis papeles, hasta
medianoche.
-Por tanto, tenemos motivo para alegrarnos aún
más, sabiendo que la Patria será honrada por usted
con nuevos escritos.
-En efecto, tengo varias cosas entre manos,
pero ya soy viejo;
me acerco a los setenta.
->>Viejo usted? Viejo es el que vive agobiado
por la enfermedad. Pero usted está sano, fuerte,
tiene la mente clara como un joven. Esperemos,
esperemos...
-Eso es, esperemos; pero el hombre es siempre
hombre, y quiera o no quiera, seguramente tendré
ya para poco.
-Yo le deseo una vida muy larga. Mas, si me lo
permite, quisiera decirle una osa, señor Conde.
-Diga, diga, don Bosco.
-Sabe lo mucho que le quiero. Ahora bien, por
si su vida no hubiera de ser muy larga, recuerde
antes de morir que tiene alguna partida que
ajustar con la Iglesia.
Ante la imprevista salida de don Bosco, el
Conde se puso serio, bajó la cabeza, estuvo un
instante pensativo, tomó después la mano de don
Bosco y estrechándosela, dijo:
-Tiene razón, lo he pensado ya... Lo haré,
ciertamente lo haré...
y pronto.
Así acabó aquella visita. Fue la última vez que
don Bosco vio al conde Cibrario.
(**Es9.603**))
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