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Entre tanto, antes de finalizar el mes de
julio, fue don Bosco a San Ignacio para los
ejercicios espirituales. En aquellos días hubo
tres muchachos que salieron a escondidas del
Oratorio para ir a bañarse en el río Dora, y he
aquí que una mano misteriosa les golpeó repetidas
veces en la espalda; se asustaron, salieron del
agua, volvieron al Oratorio y contaron a los
compañeros lo sucedido, con lo que quedó
confirmado un aviso que don Bosco había mandado.
Don Luis Rocca, Ecónomo General de la Pía
Sociedad, que estudiaba aquel año el quinto curso,
nos afirmaba muchas veces que todos los alumnos
eran sabedores de aquel hecho y que él conocía a
los que habían sido golpeados.
Al bajar de San Ignacio, fue el Venerable a
Lanzo, al colegio de San Felipe, donde supo que el
conde Cibrario había llegado allí, camino de
Usseglio, en los Alpes, para pasar unos días de
campo. Se hospedaba en el Cappel Verde. Don Bosco
fue a visitarle en compañía del Director del
Colegio. El noble señor estaba aquellos días algo
disgustado ((**It9.675**)) porque
uno de nuestros Directores había despedido a un
alumno recomendado por él. Don Bosco, que preveía
una discusión acalorada, quiso afrontarla para
evitar toda tergiversación. Admitido a la
audiencia, entró en la sala y dejó a su compañero
fuera. El coloquio duró más de una hora. Contó el
Venerable que el Conde le recibió algo alborotado.
Pero que se calmó muy pronto, salió de la
habitación e invitó a entrar al que estaba en la
antesala. Don Bosco estaba sentado a la derecha.
El Ministro comenzó a hablar del ansia que tenían
los americanos por los títulos honoríficos, a
pesar de que, por ley, no pueden hacer ostentación
en público y cómo estaban dispuestos a pagar
treinta mil liras para obras pías, a cambio de una
simple cruz colocada en su gabinete.
El Siervo de Dios recordó, con agradecimiento,
el mucho bien que el señor Conde había hecho,
especialmente en favor del Oratorio.
Este se lo agradeció, afirmando que siempre
ayudaría a don Bosco con todas sus fuerzas.
Entonces el Venerable añadió que el señor Conde
le podría ayudar también de otra forma.
-Yo no sé que le haya ayudado, si no ha sido
procurándole alguna limosna a través de las
condecoraciones, observó el noble señor.
-Sin embargo, Su Excelencia me ha ayudado de
otras formas. No puede imaginarse cuánto me ha
ayudado la lectura de sus obras históricas. Mire,
gracias a sus páginas, comprendí la solución
natural,
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