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((**Es9.595**)sonrisa redoblaban la alegría, el entusiasmo y el reconocimiento de los que se consideraban sus hijos. Así sucedió también aquel año en la fiesta de San Juan Bautista, celebrada con la pompa de costumbre, y en la de San Luis Gonzaga. Por aquellos días debió acarrearle una gran satisfacción la carta de cierto antiguo colaborador suyo, recordándole tiempos pasados y dedicándole la traducción del Belén del célebre padre filipense de Londres, Guillermo Fáber. Querido don Bosco: Han transcurrido ya más de veinte años desde que yo iba cada domingo a enseñar catecismo a sus pilluelos en los principios del futuro Oratorio. Un barracón, con el cielo raso entablado, apuntalado con una viga vertical en medio, que hacía las veces de columna, cuya tosca forma quedaba disimulada bajo una envoltura empapelada, en un lugar apartado, deshabitado, salvo su casucha, casi fuera de la ciudad. En aquella tierra buena cayó la semilla que creció hasta convertirse en árbol, en cuyas ramas buscarían refugio miles de pájaros. íCuántas cosas han pasado desde entonces! Una que yo no puedo olvidar jamás es la pérdida de aquella alma tan hermosa, don José Cafasso. Otra, que también me conmueve vivamente, es el ver en su trono, próspero como entonces y más glorioso todavía aunque desmembrado, al mismo Pontífice reinante, que lo mismo entonces que ahora, era elevado a los cielos por los buenos, mientras maquinaban los malos ((**It9.667**)) contra él en las sombras; y contemplarlo, mientras muchos, que entonaban a menudo sus exequias, yacen con su cuerpo en la tumba y con el alma donde el Juez Supremo les haya colocado. Y aún hay otra, que es ver ya próximo un Concilio Ecuménico convocado por el Papa, mientras estamos acostumbrados a considerar la convocatoria de tal Concilio como algo imposible de cumplir en el futuro, después del Concilio de Trento. íQué grandes han de ser los efectos del nuevo Concilio! Aquel barracón que servía de capilla, adonde los hijos de Dios acudían para oír las enseñanzas de la Iglesia, por medio de la cual habla el mismo Cristo, me recordaba a Belén y Nazaret, donde la santa infancia de Jesús tenía por templo una escuálida cueva y una pobre casa. Y puesto que agradó a nuestro querido Jesús considerar como hecho a El mismo lo que hacemos a sus pobrecitos, me parecía hacer, como los pastores de Belén, alguna cosa por él, hablando de Dios a aquellos niños atraídos por su Santo Nombre. Y no para aquí la semejanza que pasa por mi mente. Busco hoy en vano la pobre barraca que hacía de capilla; encuentro, en su lugar, un templo magnífico, uno de los más bellos de Turín, que, a semejanza del pobre Belén de Jesús, se transformó en el estupendo y divino edificio de la Iglesia Universal. Al traducir al italiano este libro sobre Belén, del renombrado P. Fáber, no he podido evitar el sentir más vivamente presentes en mi mente aquellos dulces recuerdos, y, al presentarlo al público, me parece natural el colocarlo bajo los auspicios de un nombre oportuno y muy querido por mí, como es el de Vuestra Reverencia. No pretendo con ello dar fama al tema del libro, ni a V. R., pues tanto uno como otro tienen más de la que yo pueda darles con mi esfuerzo; pero sí que (**Es9.595**))
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