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hoy (1916), los tiene sanísimos, y la tía que la
acompañó no sufrió más en los días de su vida los
grandes dolores reumáticos, de la espalda y el
brazo derecho, que le imposibilitaban, hacía mucho
tiempo, para cualquier trabajo serio,
especialmente en el campo.
((**It9.648**)) El mes
de mayo de aquel año quedó señalado con otro
milagro de la Virgen.
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He aquí más detalles.
Un general, residente en Turín, reducido a los
últimos extremos, por una gravísima enfermedad, el
22, sábado, se confesó con el Siervo de Dios, el
cual, con asombro de toda la familia, no creyó
oportuno administrarle los otros sacramentos,
aunque los médicos declaraban que el peligro de
muerte era inminente. Don Bosco había dicho al
enfermo:
-General, pasado mañana celebramos la fiesta de
María Auxiliadora; récela de corazón y, agradecido
a su curación, venga ese día a comulgar allí.
Como al día siguiente el enfermo empeoró, al
extremo de que se temía muriese de un momento a
otro, la familia quería administrarle los últimos
sacramentos; pero, puesto que don Bosco había
recomendado que no le dieran los Santos Oleos, si
no se encontraba él presente, a las ocho de la
noche mandaron corriendo a advertirle el gravísimo
peligro en que se hallaba el general y el temor
que los médicos habían manifestado de no
encontrarlo vivo a la mañana siguiente.
Como aquel día era la víspera de una fiesta tan
querida para la familia salesiana, don Bosco había
estado en el confesonario desde el alba y volvía a
él hacia las seis de la tarde. Cuando fueron a
llamarle estaba todavía rodeado de una turba de
muchachos, que esperaban turno para confesarse.
-Venga pronto, le dijeron; el general se muere
y tal vez no llegue usted a tiempo.
-Pero ved, contestó él, que estoy confesando y
no puedo dejar sin más a estos pobres niños;
cuando termine, iré.
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