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casa; me entretuvo más de dos horas y quiso
abrazarme cuando me levanté para despedirme. Le
digo todo esto para que vea cuánto afecto le
profesa este Cardenal, pues está claro que estas
demostraciones no son para mí, que apenas si me ha
visto dos veces.
Por lo demás, no hago más que visitar enfermos,
que me buscan como si yo fuera un médico. Me traje
una buena cantidad de medallas bendecidas por
usted y me he quedado sin ninguna. Si pudiera
transmitirme un poco de su habilidad, me parece
que se podrían conseguir muchas limosnas. El
número de enfermos es extraordinario; no hay
familia donde no se encuentren dos al menos. Los
dueños de la casa, los señores Gualdi, me dan
alojamiento gratuito; están todos en cama y yo les
hago lo que puedo. Esperemos que María Auxiliadora
bendiga lo poco que hago con el fin de que ayude a
la prosperidad del Oratorio. La Presidenta de Tor
de'Specchi me prometió, al fin, comprometerse a
mandar en total dos mil escudos. No lo hará de un
golpe, sino en porciones.
Tenga la bondad de enviarme unas líneas para la
marquesa Marini, que me prometió cuatrocientos
escudos y ya me entregó ciento. Tiene muchas
preocupaciones y se encomienda principalmente por
la salud y la buena educación de sus hijos.
Espero alcanzar pronto una audiencia con el
Padre Santo.
El padre Ambrosio, Prior del Hospital de San
Galicano, sigue bastante mal: he ido varias veces
a verlo, tomó la medalla y se encomienda. Este, lo
mismo que los arriba citados, hará algo si se
cura.
También la marquesa María Vitelleschi guarda
cama: tiene un fuerte resfriado.
Teme morir: dos palabras suyas de aliento le
harían mucho bien. La marquesa Clotilde siempre
anda angustiada por sí misma y por su familia,
pero no olvida el Oratorio, por el que hace cuanto
puede para ayudarnos y hacernos ayudar.
((**It9.49**)) La
condesa Vinci, a quien he visto hoy, le saluda
juntamente con su hijo. Y basta por hoy. Ruegue
por mí.
Créame de corazón
Su afmo.
y seguro servidor
FEDERICO OREGLIA
La noticia del interés que había manifestado el
cardenal Consolini con el proyecto de llamar a los
hijos del Oratorio para la dirección de Vigna Pía,
había satisfecho a don Bosco. El Venerable deseaba
ardientemente tener una residencia fija en Roma
para su Pía Sociedad.
Es cierto que preveía dificultades de varias
clases, pero se ilusionaba con poderlas superar.
Don Miguel Rúa escribía en sus notas para la
crónica, en febrero de 1868.
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