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acostumbradas objeciones contra la Iglesia
Católica. Don Juan Bonetti le respondió así:
Muy señor mío:
A través del señor Arcipreste de Pietra Marazzi
he recibido el reciente 6 de abril su nuevo
escrito. Lo he leído y, a la vista de las
cuestiones que usted propone, será difícil
agotarlas, si no es con muchos y grandes
volúmenes. Para evitar confusiones y discutir
dentro de unos límites razonables, de los que se
puedan obtener lógicas y útiles consecuencias,
conviene que nos atengamos a unos principios de
donde parta la discusión. A mi parecer, todas las
culpas que usted achaca a la Iglesia Romana se
pueden reducir esencialmente a ésta. Que ella ha
añadido a la palabra de Dios, que según usted
mismo está contenida totalmente en la Biblia,
tradiciones humanas, invenciones humanas; ha
rechazado, en resumidas cuentas, esta máxima: que
la Sagrada Escritura es la única regla de fe y de
moral. Para concretar los términos de semejante
discusión ante todo debemos examinar:
1.° >>De qué Biblia se sirve usted? >>Del texto
original en que se escribieron los libros santos o
bien de una traducción de los mismos? Y en tal
caso >>de cuál y sobre qué texto se hizo?
2.° >>Cómo me demuestra la autenticidad de la
Biblia, y que, por ejemplo, Mateo, Marcos, Lucas,
Juan son los autores de los cuatro evangelios y no
otros?
3.° Una vez me haya contestado, si le parece
bien, hablaremos sobre la inspiración divina y
sobre la interpretación de la Sagrada Escritura.
Me ha inducido a proponerle este método de
discusión, el haberme recordado usted al infeliz
De-Sanctis, de quien se dice amigo íntimo. Sepa
que el tal De-Sanctis sostuvo, después de su
apostasía, varias conferencias religiosas con un
sacerdote católico que vive todavía, muy conocido
en toda Italia por su doctrina y su caridad, el
cual recibió pruebas de particular aprecio de los
Protestantes. En dichas conferencias se comenzó
por la Biblia, como yo propongo, y terminó
De-Sanctis dándose por convencido y dispuesto a
volver a la Iglesia Católica; pero, únicamente por
el triste motivo de la familia, no mantuvo su
palabra. >>Quién sabe si ((**It9.632**)) una
discusión lógica, imparcial sobre el mismo
principio, pese a la firmeza con que usted se
manifiesta que quiere perseverar en la secta
evangélica, no termine por volverle a la Iglesia
Católica, Apostólica, Romana de la que usted se ha
alejado?
Y, puesto que le escribo en el mes de mayo,
cuando nosotros los católicos honramos
especialmente a la augusta Madre del Salvador, le
añado un consejo, una oración. íCuántas veces,
también usted, habrá invocado a María sobre las
rodillas de su madre! Pues bien, repita, una vez
más, las palabras del ángel dirigidas a María:
Dios te salve, llena de gracia, el Señor es
contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres.
Son palabras de un espíritu celestial y
registradas en el evangelio, por el que profesa
tanta veneración.
Yo, entre tanto, aborreciendo sus errores, pero
amando a su persona, no cesaré de rezar a Dios,
para que le ilumine, y termino expresando mis
deseos de que llegue un día en el que usted, en
vez de repetir el apóstrofe del pobre De-Sanctis a
Roma, con el que acaba su escrito, se goce
exclamando con el gran Bossuet: <<íOh Iglesia
Romana, santa Iglesia Romana, madre de todas las
iglesias y madre de todos los fieles, nosotros
estaremos siempre adheridos a tu unidad en lo más
íntimo de nuestro corazón! Que se seque mi lengua
y se quede inmóvil en mi boca, si no ocupas
siempre
(**Es9.565**))
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