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El corazón del joven quedó ligado para siempre
a don Bosco, y se ratificó en él la vocación al
estado religioso.
Otro hecho, que demuestra la caridad de don
Bosco, nos los cuenta el salesiano don Antonio
Aime:
Era el año 1877. En el Oratorio se celebraba
con gran fervor el mes de marzo en honor del
Patriarca San José. A mediados de dicho mes recibí
una carta de mi hermana en la que me decía que no
podía seguir pagando mi pensión y mis gastos en el
Oratorio y, por tanto, que debía volver al pueblo
para empezar otra carrera; tanto más que el
Prefecto le había escrito diciendo que, si no
pagaba, me enviaría a casa. No puedo explicar la
angustia que experimentó mi corazón todo aquel
día, por la noche y a la mañana siguiente. Lloré y
recé para que el Señor me inspirase lo que debía
hacer. Al día siguiente me sentí inspirado para
recurrir a san ((**It9.627**)) José;
acudí a él, me postré a los pies de su altar, le
ofrecí las oraciones de mis compañeros tan buenos
y fervorosos y permanecí durante largo tiempo,
como esperando una respuesta. Me levanté y salí de
la iglesia con los párpados enrojecidos de tanto
llorar.
A la puerta de la sacristía me encontré con el
sacerdote don Joaquín Berto, quien, al verme tan
triste y desconsolado, quiso a toda costa que le
dijera la causa. Como no me dejaba hablar la
emoción, le entregué la carta de mi hermana, la
factura y la carta del Prefecto. La leyó don
Joaquín y me dijo:
-Tranquilo, tranquilo, ven conmigo; don Bosco
lo arreglará todo.
Me llevó a la habitación del amado Padre y le
entregó los documentos indicados. Don Bosco los
leyó atentamente, después, sonriendo, me mandó
sentar en el sofá junto a su mesa y, sacando del
cajón una tabaquera de rapé, quiso que tomara un
poquito. Cuando me vio estornudar estrepitosamente
se echó a reír de tal modo que también yo me puse
a reír con él. Entonces, el buen Padre me dijo:
-Ahora estoy contento, porque te veo alegre.
Vete enseguida al señor Prefecto y dile que don
Bosco se encarga de pagar tus deudas pasadas,
presentes y futuras y, por tanto, que, de ahora en
adelante, me presente siempre a mí tus cuentas.
Dejo... que imagine cada cual mi alegría y el
agradecimiento que a partir de aquel momento sentí
en mi corazón al gran Patriarca San Jose y a
nuestro amado Padre don Bosco.
Desde aquel día me sentí salesiano y con la
gracia de Dios espero morir en nuestra amada
Congregación.
A fines de abril aconteció un hecho
desagradable que nos parece no debemos pasar en
silencio. No se podría tener una idea justa de la
lucha sostenida por la naciente Pía Sociedad, si
se callaran ciertos episodios.
Había ido el arzobispo monseñor Riccardi a
administrar la Confimación en None, patria chica
de don Pablo Albera. El párroco, teólogo Abrate,
había reunido a los sacerdotes de su parroquia y a
muchos párrocos circunvecinos: y con ellos al
teólogo Borel y a don Pablo Albera, salesiano, a
quien él había ayudado. Don Pablo Albera, para dar
gusto al Párroco, que agradeció mucho la idea,
leyó una poesía al Arzobispo, el cual ni siquiera
le dirigió la mirada, de
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