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La Santísima Virgen María, que de tantos modos
ha bendecido y favorecido a cuantos le han
suplicado con el precioso título de Auxiliadora,
continúe derramando copiosos tesoros celestiales,
no sólo sobre los inscritos en esta piadosa
Asociación, sino sobre todos los que la invoquen
en sus necesidades espirituales y temporales, de
modo que todos tengan motivo para bendecirla en la
tierra e ir después un día a alabarla y darle
gracias eternamente en el cielo. Así sea.
Como queda indicado, este librito contiene una
serie de oraciones, jaculatorias y prácticas de
piedad indulgenciadas y un tratadito sobre las
indulgencias. Se hicieron muchas ediciones, en las
que, uno tras otro, se registraron los nuevos
favores concedidos a la Asociación y al Santuario
por los Sumos Pontífices.
Don Bosco, después de haber dispuesto que el
folleto se enviara antes del fin de abril,
invitado por don Domingo Pestarino, partió para
Mornese.
Todos sus viajes estaban señalados con alguna
anécdota singular.
Referimos aquí una, de la que no recordamos con
precisión el tiempo en que sucedió; pero
ciertamente fue después de abierta al culto la
iglesia de María Auxiliadora. Declaramos también
que no hay que confundirla con otras semejantes.
Viajaba, pues, don Bosco en un vagón de segunda
clase con varias personas. Iba entre ellas un
señor bien vestido, que empezó a hablar mal del
Arzobispo, después del marqués Fassati y de muchos
centros de beneficencia. Luego, se puso a criticar
la dirección de la Obra del Cottolengo y, por fin,
al mismo don Bosco, con las palabras más
injuriosas, porque, ((**It9.610**)) según
decía, había despilfarrado mucho dinero para
edificar una iglesia en vez de socorrer a los
pobres.
Don Bosco no había resollado, cuando he aquí
que una mujer, que llevaba consigo a su hijito,
dijo a aquel señor:
-Perdone, señor; sin duda, usted habrá dado
mucho dinero a don Bosco para exigir que no lo
malgastara en esa iglesia.
->>Cómo?, respondió aquél; >>dar dinero a don
Bosco? Antes lo tiro a la calle.
-Entonces no tiene motivo para quejarse, añadió
la señora.
Un judío, que no conocía personalmente a don
Bosco, pero éste sí que le conocía a él, empezó a
defenderlo, diciendo que era una persona honrada y
que él le había mandado cincuenta liras para la
iglesia.
Enfadado por aquella oposición, el malhablado
sujeto empezó a despotricar contra el Oratorio con
palabras y frases tan indecentes y desvergonzadas,
que aquella buena señora hizo levantar a su hijo
y,
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