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Fue entonces el Conde a don Bosco, y éste le
dijo que no había más remedio que acudir al Papa:
y, como urgía la cosa, él mismo telegrafió. Desde
Roma respondieron a don Bosco:
-Permitida la comida de carne, con tal de que
se comunique a los convidados el permiso obtenido.
Cuando todos estuvieron sentados a la mesa,
dijo la Condesa al señor que tenía al lado:
-Lea, por favor, en alta voz este telegrama.
Y así se hizo.
Esta noble dama quería que, en las grandes
ocasiones, estuviera presente don Bosco porque se
comportaba con la perfección de una persona
distinguida y era admirable cómo sabía
conquistarse hasta a las ((**It9.581**)) de
principios contrarios, sin disimular jamás la
verdad. Había entre los invitados personajes de
todos los partidos y colores: liberales,
demócratas, racionalistas y también algún
católico. Al llegar el banquete a los brindis, uno
ensalzaba a la Unidad Italiana, otro a la
libertad, éste a Cavour, aquél al Rey, alguno a
Garibaldi...
Al final fue invitado también don Bosco a
hablar. El Siervo de Dios se levantó sin
desconcertarse y, alzando la copa, dijo:
-Yo brindo y digo: íque vivan Su Majestad
Víctor Manuel, Cavour, Garibaldi y todos los
ministros, alineados bajo la bandera del Papa,
para que todos puedan salvar su alma!
Una salva de aplausos acogió con la mayor
hilaridad sus palabras, y muchos repetían:
-íDon Bosco no quiere la muerte de nadie!
A mitad del mes, cumplió su palabra de ir a
Mirabello. El joven Evasio Rabagliati, que había
ingresado en el colegio el 8 de enero, se encontró
por vez primera con el Siervo de Dios y le oyó
contar por la noche este sueño.
Había soñado, en la primera noche de su
llegada, que se hallaba en el salón en que se
celebraban los exámenes y vio presentarse ante él
a dos personas. Una sostenía, colgando de una
caña, un farol y la otra llevaba un cartapacio
bajo el brazo. Le invitaron a subir a los
dormitorios y le acompañaron. Se detenían a los
pies de cada cama. Uno bajaba la luz para que don
Bosco pudiera reconocer el rostro del que dormía y
el otro sacaba una hoja del cartapacio y la
colocaba sobre la colcha. En aquel papel estaba
escrito el número de años que a cada uno de los
durmientes le quedaba de vida.
El relato de este sueño causó una enorme
impresión. El mismo Rabagliati fue a preguntar a
don Bosco qué tiempo le quedaba de vida. Don Bosco
le dijo sonriendo:
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