((**Es9.518**)
Así las cosas, se requiere obediencia a la cabeza,
que colocará a éste en un oficio y a aquél en
otro. Y esto es como el gozne sobre el que gira
toda nuestra Sociedad, porque si falta la
obediencia, todo será desorden. Si, en cambio,
reina la obediencia, entonces se formará un solo
cuerpo y una alma sola para amar y servir al
Señor.
Por tanto, sean todos obedientes; no piense
nadie en hacer esto o aquello. Que nadie diga: -Yo
quiero tener este o aquel empleo; -sino ((**It9.574**)) esté
pronto a cumplir cualquier obligación que se le
confíe, esté donde el Superior le coloca y cumpla
exactamente su oficio; procure cada uno de
vosotros acostumbrarse a ver en la voluntad del
Superior la voluntad de Dios. Ocúpese y trabaje
cada cual lo que su salud y su capacidad le
permitan.
Que uno llega a ser un buen predicador, cumpla
bien y con celo su ministerio; que otro es buen
profesor o maestro, dé bien la clase y enseñe. El
buen administrador, administre; el que pueda ser
buen cocinero, ejerza su profesión; el barrendero,
cumpla también con su deber. Tal vez diga alguno
que pierde el tiempo ejerciendo cierto oficio, que
no es aquélla su inclinación, que se siente
llamado a hacer más bien en otro sitio. No;
sujétese cada uno a lo que se le encomienda,
desempeñe aquel quehacer y siga adelante
tranquilo.
>>Y el fruto? El fruto es la gran utilidad de
la vida en común, el fruto es siempre igual para
todos, lo mismo para el que desempeña un alto
cargo, que para el que trabaja en el más humilde:
así que, tanto mérito tendrá el que predica, el
que confiesa, el que enseña, el que estudia, como
el que trabaja en la cocina, friega los platos o
barre. En la Sociedad el bien de uno se divide
entre todos, igual que el mal es, en cierto modo,
el mal de todos. Por eso, sea el que fuere el
empleo que uno tiene, cúmplalo. Todos tienen el
mismo mérito ante Dios, por la obediencia. Pero
advertidlo: si se hace el bien, se tiene igual
mérito ante Dios; si se hace el mal, toda la
Congregación pierde. Se trabaja en común y se goza
en común. Haya, pues, unidad de cuerpo.
En segundo lugar debe haber unidad de espíritu
y de querer. >>Qué espíritu ha de animar este
cuerpo? Queridos míos, la caridad. Haya caridad
para tolerarnos y corregirnos los unos a los
otros; no quejarse jamás uno de otro; caridad para
soportarnos; caridad especialmente no murmurando
nunca de los miembros del cuerpo. Esto es algo
esencialísimo para nuestra Sociedad; porque, si
queremos hacer el bien en el mundo, es necesario
que estemos unidos entre nosotros y gocemos con la
reputación de los demás. Sería éste el mayor mal
que pudiera darse en la Sociedad. Por
consiguiente, no se vean jamás corrillos de
clérigos y de otras personas que cortan un sayo a
cualquiera, mucho más cuando esto se hiciere
contra un superior. Defendámonos mutuamente;
tengamos por nuestro el honor y el bien de la
Sociedad: y tengamos por cierto que no es un buen
miembro el que no está dispuesto a sacrificarse a
sí mismo para salvar el cuerpo.
Estén todos dispuestos a compartir su alegría
con la de los demás, y también a asumir la parte
del dolor de otro; de modo que, si uno recibiera
un gran favor, sea éste también de satisfacción
para sus hermanos. Si uno está afligido, estudien
sus hermanos cómo aliviarle en su pena. Si alguno
incurriera en una falta corríjasele,
compadézcasele, pero no se desprecie nunca a nadie
por defectos físicos o morales.
Amémonos siempre como verdaderos hermanos, pues
eso somos, dice David.
((**It9.575**))
Finalmente debe haber unidad de obediencia. En
todo cuerpo debe haber una mente que rija sus
movimientos y tanto más activo y trabajador será
el cuerpo, cuando más dispuestos estén los
miembros a sus órdenes.
También en nuestra Sociedad será preciso que
uno mande y los demás obedezcan. Podrá suceder, a
veces, que quien manda sea el menos digno; >>se
deberá por eso
(**Es9.518**))
<Anterior: 9. 517><Siguiente: 9. 519>