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deseaban ingresar en la misma; y, en efecto, se
aceptaron algunos para la prueba. El día 8 fue un
día memorable, porque don Bosco despachó las
primeras dimisorias para el clérigo José Monateri,
del colegio de Mirabello.
El 11 de marzo, jueves, reunió el Venerable,
después de las oraciones de la noche en el comedor
de los clérigos, a todos los miembros de la
Sociedad, profesos y aspirantes, y, según copiamos
de nuestras memorias, les dijo:
El domingo por la noche vimos el éxito del
viaje a Roma y cómo ha sido definitivamente
aprobada por la Iglesia nuestra Sociedad con el
privilegio de las dimisorias.
Ahora celebro poder comunicaros que dos de
nuestros hermanos podrán aprovecharse muy pronto
de los favores concedidos por la Santa Sede, y se
presentarán a las órdenes sin más título que el de
pertenecer a la Sociedad de San Francisco de
Sales. Son José Monateri y Augusto Croserio. Damos
gracias al Señor que se quiere servir de
instrumentos como nosotros, para procurar su
gloria y la salvación de las almas. Y ciertamente
tenemos en esto una señal de su amor especial por
nosotros, que jamás ninguno de nuestros clérigos
ha tenido que interrumpir ((**It9.572**)) sus
estudios, diferir la imposición de sotana o la
recepción de las sagradas órdenes por falta de
medios materiales. Siempre se ha visto en esto a
la Providencia de un modo maravilloso. Es una
garantía de que nos asistirá mucho más ahora que
verdaderamente nos hemos ofrecido a El en cuerpo y
alma.
Por eso conviene que vayamos explicando poco a
poco todo lo que hay que hacer y sistematizándolo
con reglamentos.
Como todos vosotros sabéis, nuestra Sociedad no
tenía unas reglas bien determinadas hasta ahora.
Ibamos adelante sin haber precisado nuestras
obligaciones. Como no existía todavía la
aprobación de la Iglesia, estaba la Sociedad como
en el aire y, de un día a otro, podía derrumbarse;
estábamos en dudas, si esta nuestra casa debía
continuar con su finalidad o si podía ser cerrada
sin más, y por tanto, al no poder establecer nada
a buen seguro, era inevitable un poco de
relajación.
Queridos míos, en este momento las cosas ya no
son así. Nuestra Congregación está aprobada:
estamos vinculados unos con otros. Yo estoy ligado
a vosotros, vosotros a mí y todos juntos estamos
ligados a Dios. La Iglesia ha hablado, Dios ha
aceptado nuestros servicios, nosotros estamos
obligados a cumplir nuestras promesas. Ya no somos
personas privadas, sino que formamos una Sociedad,
un cuerpo visible; gozamos de privilegios: todo el
mundo nos observa y la Iglesia tiene derecho a
nuestro trabajo. Es necesario, pues, que de ahora
en adelante cada artículo de nuestro reglamento se
cumpla puntualmente. No pretendo desde luego que,
de repente, cambiemos la cara del Oratorio; esto
acarrearía desórdenes y, por otra parte, sería
imposible. Procuremos hacerlo todo, una cosa tras
otra. Hay muchas cosas que ordenar y arreglar; por
eso necesito hablaros con más frecuencia para
íroslas explicando. Esta noche os digo unas pocas,
que no hay que olvidar, porque son como el
basamento de nuestra Sociedad. Nos toca a nosotros
echar los cimientos de estos principios sobre
bases firmes, a fin de que los que vengan detrás,
no tengan más que seguirnos.
Recordemos siempre que hemos elegido vivir en
Sociedad. O quam bonum et
(**Es9.516**))
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