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En el Oratorio parece que todos se hayan vuelto
locos. Uno canta, otro toca, aquél grita, todos
están tan alegres que no caben en el pellejo. Ni
siquiera las campanas están quietas un momento,
por lo que obligamos a los vecinos a alegrarse con
nosotros. Don Bosco ha llegado y por tanto no es
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tener quietos a los chicos, ni tampoco a los
grandes. Poco puedo contarle detalladamente, usted
comprende lo que pueden hacer novecientos
muchachos cuando están contentos. Si estuviese
aquí, quedaría aturdida para un mes. Gracias a
Dios, don Bosco se encuentra bien y está alegre y
contento... Ya me ha hablado de usted... y espero
haya quedado satisfecha de don Bosco, aunque, por
cierto, él no pudo hacer ni la milésima parte de
cuanto usted hace por nosotros... Pero ahora se
trata de asuntos grandes. Es verdaderamente
necesario que logre vender muchos libros, para
procurarnos los medios con qué construir la casa
en Roma...
También don Bosco escribía días después a la
misma religiosa:
Benemérita señora Presidenta:
Aunque el caballero Oreglia y otros la escriban
de vez en cuando en mi nombre, creo que es mi
deber manifestarle hoy al menos mis pensamientos
de gratitud. Por tanto le agradezco, y en su
persona a todas sus hijas religiosas, la bondad y
la caridad con que me ha tratado durante mi
estancia en Roma y en tantas otras ocasiones.
Quiero encomendar todos los días en la santa
misa a usted y a todas sus hijas, para que Dios
les conceda el céntuplo de cuanto hacen por estos
pobres muchachos; la Santísima Virgen pagará a
todas su parte.
No pude hablar con el padre Ambrosio antes de
salir de Roma, pero no ha pasado ningún día sin
encomendarlo al Señor y hacer particulares
oraciones por él.
El caballero Oreglia sale para Roma la semana
próxima y asistirá a la misa cincuentenaria del
Padre Santo. El le contará muchas cosas. El y don
Juan Bautista Francesia le saludan por mi medio.
Si ve a la señora Merolli salúdela atentamente de
mi parte y dígale que encomiendo a usted y a las
personas que vi en su casa a las oraciones que se
hacen cada día ante el altar de María Auxiliadora.
Si, en fin, viera a la princesa Orsini, ruégole
le diga que, en nombre de María Auxiliadora, se
acuerde de mi encargo.
Mi felicitación de pascuas para las marquesas
Villarios, Vitelleschi, Calderari, etc.
Dios nos conserve a todos el don de la
perseverancia. Así sea.
Turín, 25 de marzo de 1869.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
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