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((**Es9.504**) dice el padre Verda que nuestro Santo ha causado mucha impresión en Roma. íRoma, la ciudad de los Santos! íSin embargo es necesario que sea santo de verdad! ííPero se va!! Si usted pudiera decirme algo de él, me haría un gran favor. Don Miguel Rúa describe en su Crónica la llegada de don Bosco al Oratorio: <<25 de marzo, viernes.-A eso de las siete y media de la tarde llegó a Turín acompañado por uno de los hijos del caballero Marietti. La banda de música esperaba en la portería. De la portería hasta los pórticos había dos hileras de mástiles que, alternando, tenían en la punta, unos un globo de cristal con una luz dentro, y los otros una gran llama. A un lado y otro estaban alineados en dos filas, estudiantes y aprendices, dejando paso libre. Don Bosco, precedido de la música, pasó por medio, entre las más vivas aclamaciones. La iluminación de las ventanas permitía que toda la familia le viera y podíanse leer claramente las inscripciones preparadas para el caso. Entró en la sala de espera de la prefectura, descansó allí un poco y tomó un ligero refrigerio, mientras contaba algunos casos de su estancia en Roma. Se detuvo especialmente mostrando el plano de la nueva casa, allí adquirida, con la iglesia, ((**It9.557**)) valorada ella sola en ciento cincuenta mil liras. Mientras tanto, se ejecutaban en el patio diversas piezas de música y el himno. Fue un continuo vitorear y una constante manifestación de júbilo>>. Aquella tarde tuvo lugar una escena que conmovió a todos los salesianos y alumnos que la presenciaron. El teólogo Borel se encontraba en cama, gravemente enfermo en el cercano Hospital del Refugio. Al oír los sones de la banda, los vítores y los aplausos del Oratorio, comprendió que había llegado don Bosco y, aprovechando que se encontraba solo, puesto que nadie le cuidaba en aquel momento, se levantó y se vistió. Apoyándose contra las paredes y en un bastoncito, bajó las escaleras, salió del Refugio, recorrió el trecho de la calle Cottolengo y entró en el Oratorio. A duras penas y tambaleándose, cruzó el patio, llegó a los pórticos mientras don Bosco, rodeado de todos los muchachos, estaba al pie de la escalera que sube a sus habitaciones; más aún, había puesto ya el pie sobre el primer peldaño. -íDon Bosco, don Bosco!..., se esforzaba por gritar el Teólogo con débil voz. Los muchachos le abrieron paso. -íOh, Teólogo!, respondió don Bosco, volviéndose rápidamente. (**Es9.504**))
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