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a la comisión de Cardenales el parecer del Papa.
Don Bosco fue llamado de nuevo para dar alguna
explicación, Hacía casi un mes, narraba el padre
Verda, que las gravísimas gestiones cansaban su
mente por lo que, a veces, salía de casa y se iba
a pasear a solas con sus pensamientos, por lugares
fuera de la población.
Un día deseaba el cardenal Mónaco La Valleta
que le acompañara después de una sesión y le
invitó a subir a su carroza; pero él necesitaba
templar el ardor febril de sus pulmones al aire
libre y no tenía fuerzas para nuevos
razonamientos; así que humildemente se excusó,
aduciendo el motivo de que no podía, muy a su
pesar, aceptar tanto honor en aquel momento. Y el
Cardenal asintió mostrando su sentimiento.
Caminando a solas, se tropezó casualmente con
cierto Monseñor conocido, que le preguntó:
->>Cómo es eso? >>Usted a pie?
-Sí, Monseñor.
->>Y por qué tan solo? íYo le acompañaré!
-No, Monseñor; perdone, necesito estar solo.
->>No se perderá por el camino?
-No, ya voy bien así: necesito descansar.
Y se despidió.
íDebía estar muy cansado y en malas condiciones
para responder de aquel modo!
Cuando supo el día en que la Sagrada
Congregación iba a celebrar la reunión definitiva
sobre la Pía Sociedad, hizo escribir al Oratorio
que aquel día se hiciera de manera que algunos
muchachos estuvieran, por turno, en adoración
continua ante el Santísimo Sacramento para
conseguir el éxito del asunto. Y hubo muchos
estudiantes y aprendices, a los que no se les
había fijado tiempo de adoración, que fueron a la
iglesia privándose de ((**It9.539**)) un
largo rato de recreo. Tan gran piedad agradó al
Señor.
El 19 de febrero era aprobada la Pía Sociedad
de San Francisco de Sales por la Sagrada
Congregación y el Sumo Pontífice ratificó con
alegría la aprobación.
Aquella tarde volvió don Bosco al Vaticano y
dijo al Papa, al darle las gracias:
-Durante esta semana sufrían todos mis
muchachos por mí e importunaban al cielo con sus
plegarias por el éxito de mi misión.
A estas palabras corrieron unas lágrimas por
las mejillas del Sumo Pontífice y, razonando sobre
la aprobación, dijo al Siervo de Dios:
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