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a sus mesas con versos en dialecto, chistosos,
ingeniosos y correctos.
Toda la nobleza de Turín acudía para oírle y él
despachaba a buen precio sus mercancías.
Acudió allí hasta el Príncipe Amadeo, el cual,
después de estrechar amablemente la mano a
Gianduya, dejóle la bonita suma de cien liras.
->>Y qué vas a hacer con ellas, Gianduya?,
preguntó el Príncipe.
-Alteza, las repartiré entre mis amigos, que
son los pobres, y después todos juntos rezaremos
por la salud de Vuestra Alteza.
-íBravo, Gianduya!
Cuando el Caballero, después de haber contado
las cosas más amenas de este mundo, dejaba
descansar sus pulmones, soplaban los músicos sus
instrumentos, en buena parte improvisados para
aquella ocasión y de extrañas formas, que
producían agradable efecto. La misma composición
apareció desde entonces impresa en todo repertorio
musical.
Durante tres días la feria entusiasmó hasta a
los sacerdotes y religiosos que acudían allí en
gran número. Fueron días de diversión honesta,
benéfica y cristiana. Una vez más se cumplió lo
que frecuentemente decía don Bosco:
-He hecho siempre de todo, para demostrar que
uno puede divertirse sin ofender la ley de Dios.
Mientras se agitaba la ciudad con el gran
alboroto del Carnaval otras diversiones alegres y
variadas animaban a los ((**It9.535**))
muchachos en el Oratorio. El último día hubo
comunión general en sufragio de las almas del
Purgatorio y se rezó por los compañeros llamados
por Dios a la eternidad. A dos especialmente
ayudaron estas oraciones.
Se lee en una memoria nuestra y en un registro
del Oratorio:
<> No se indica el lugar ni el día de la
muerte. Con toda probabilidad se trata de aquél
soñado por don Bosco el 30 de octubre de 1868.
Del segundo dice: <>.
Son los dos primeros de los seis predichos por
don Bosco.
La participación de los muchachos del Oratorio
en el Carnaval motivó la siguiente carta dirigida
al Caballero, en la que se puede decir queda
patente la opinión de los turineses.
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