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Y aquél, abriendo un poco la puerta, se asomó,
miró al sacerdote y con voz alterada respondió:
-Pero >>usted no sabe que yo no confieso?
-Entonces, >>quién confiesa?
-Entre nosotros solamente confiesan los que no
pueden hacer otra cosa.
Volvió don Bosco a la sacristía donde se
encontró con un religioso, gran amigo suyo, que
era quien le había invitado, y el único a quien
conocía en aquel lugar. Este le atendió
amablemente y don Bosco pudo confesarse.
Después de celebrar la santa misa fue
presentado al Superior, que no le conocía
personalmente; el Siervo de Dios se dio a conocer
y, quejándose amablemente con él, le dijo:
-Señor Abad, >>es posible? Un pobre cura quería
confesarse y no podía encontrar un confesor en una
de las grandes solemnidades. En la iglesia no
había ninguno; pregunté por el Abad, y me
contestaron que el Abad no confiesa. ((**It9.530**))
Entonces >>quién confiesa?, pregunté yo; y oí
estas palabras verdaderamente extrañas: -Entre
nosotros solamente confiesan ílos que no pueden
hacer otra cosa!
-Ah, don Bosco, disculpe por favor; no le
conocía. Yo tengo la culpa; únicamente le ruego
que no se lo diga al Padre Santo.
-No le diré nada, pero usted no repita esas
palabras: Entre nosotros solamente confiesan los
que no pueden hacer otra cosa. Es más, le diré que
elija para confesar a los religiosos más
instruidos, personas de experiencia, porque ésta
es la parte más delicada del sagrado ministerio.
Más de uno de sus muchos confidentes deseaba
conocer el futuro destino de Roma y de Pío IX y la
suerte del poder temporal de los Papas. Don Bosco
dijo que en 1871 Pío IX celebraría su jubileo
pontifical y aseguró que sobrepasaría los años de
san Pedro: Interrogado sobre los sucesos
políticos, se excusó de responder directamente,
pero indicó que Napoleón abandonaría Roma,
retirando la guarnición francesa, y predijo con
toda claridad la ocupación de la ciudad.
El 9 de enero de 1874 don Joaquín Berto le
acompañaba por Roma, y se encontraron con un buen
señor que, entre otras cosas, dijo a don Bosco:
-Yo no quería creer que los italianos habrían
entrado en Roma. El padre Verda era de mi parecer.
Pero apenas entró en 1870 el ejército de Víctor
Manuel recordé las palabras que usted me había
dicho un año antes: o sea, que los italianos
ciertamente entrarían.
(**Es9.481**))
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