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Las fiestas de Carnaval han interrumpido mis
trabajos; el viernes (21) todo estará de nuevo en
marcha. Tal vez haya graves dificultades, pero
puede decirse que todas quedarán arregladas mejor
de lo que esperábamos. Mas, silencio y oración.
Hasta la época señalada, no puedo fijar el día de
mi vuelta a casa.
Sé que tenéis mucho que hacer, pero cuida ante
todo tu salud y la de los demás.
Di a Magna, a Nona y a la señora Gianelli, que
el Padre Santo les manda una bendición especial
con indulgencia plenaria.
Di al conde Viancino que deseo, y se lo ruego,
prorrogue la fiesta de san Francisco de Sales
hasta mi vuelta y que en breve le escribiré. El
último día de carnaval aplicaré la misa por el
clérigo Barberis, le daré la bendición y numerosos
alumnos de una casa de educación harán la comunión
por él; que tenga fe y después, velit, nolit
(quiera o no quiera) tendrá que sanar.
En cuanto a las cosas de Chieri, hágase lo que
se pueda para dejarlas en paz con la secretaria
señorita Braja. Cuando llegue a Turín trataremos
todo eso.
Dile a don Joaquín Berto, que tendrá mucho que
escribir, y que si no estuviera ocupado, yo le
daría trabajo.
Saluda a todos; rezo y trabajo para todos
ellos. Dios os bendiga y os ayude a hacer en todo
y por todo la santa voluntad del Señor. Amén.
Roma, Morlupo, 3 de febrero de 1869
Afmo. en Jesucristo
JUAN BOSCO, Pbro.
P. D. Pronto escribiré a don Juan Bautista
Francesia.
Por aquellos días fue a celebrar y a rezar,
como lo hacía siempre que iba a Roma, a la tumba
de san Pedro a la que se sentía atraído por un
afecto ardentísimo. En nuestra crónica sólo se
hace una pequeña alusión, pero, como hemos tenido,
no hace mucho, un precioso documento acerca de
este su acto de devoción a los Príncipes de los
Apóstoles, ((**It9.528**)) si bien
se refiere a 1867, no habiéndolo sabido entonces,
lo transcribimos con gusto aquí, como una prueba
más de la fama que ya gozaba el Siervo de Dios.
En el Diario de la Basílica Vaticana de 1866 a
1869 (Archivo de la misma Basílica) se encuentra
registrado lo siguiente:
Martes, 22 de enero de 1867. El reverendo señor
don Juan Bosco, sacerdote de Turín, venido hace
poco a Roma, celebró la santa misa en la Santa
Cripta, en el altar de los Santos Apóstoles Pedro
y Pablo. A este sacerdote, fundador en su tierra
de un piadoso instituto de caridad, que se rige y
gobierna con las espontáneas limosnas de los
fieles, el cual goza universalmente de fama y de
probada santidad, no ajena a veces, según se dice,
a prodigios y predicciones sobre el porvenir, se
presentaron tres individuos de la Basílica, a
saber, Lucas Bassi, clérigo acólito de la
sacristía, Felipe Boccanera Sampietrino, guardián
de la misma sacristía, y Mariano Bissi, guardián
de la iglesia, para que los curara de epilepsia,
dolores reumáticos y fiebres inveteradas; hizo
oración por ellos en la capilla de la sacristía de
los canónigos, exhortándolos
(**Es9.479**))
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