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del Papa. Y le fue concedida para el mismo día.
Era partidario de los errores secretamente
propagados por un visionario fanático, el polaco
Andrés Towianski, precursor de los modernistas,
que se creía un profeta elegido por Dios para
reformar la Iglesia. Probablemente el abogado le
seguía de buena fe, o más bien con la ceguera de
una ilusión, aunque sin culpa, puesto que, si
hubiera consultado a eclesiásticos, no sólo
doctos, sino piadosos, equilibrados y no fáciles a
seguirle por debilidad de entendimiento o ansias
de popularidad, habría hallado medios para volver
a la integridad de la fe y de la profesión
católica. Pero era muy reservado para abrirse a
los demás; por eso gozaba ante muchos de
reputación de piedad y de doctrina y había
traducido al italiano la Imitación de Cristo.
Había llegado a Roma como portador de un
escrito o mensaje para el Papa, que le había
enviado Towianski desde Zurich. Leíase en él cómo
el Papado se había salido del camino y lo que
debía hacer para volver a entrar y conducir a la
Iglesia por la vía de su vocación. Y pedía
reformas radicales de la ((**It9.515**)) Iglesia
en el dogma, en la disciplina, en la institución y
en el gobierno. Este escrito fue después editado
por él y distribuido a los cardenales en el
Cónclave de 1878.
El abogado se lisonjeaba de que podría arreglar
las gestiones entre la Santa Sede y el Gobierno de
Italia. Y en 1903 publicaba una relación de su
visita al Papa, que empezaba así:
<>-Santidad, por medio de este hombre he
recibido de Dios beneficios espirituales que no se
olvidan jamás. Tuve una juventud dolorosa: había
perdido la fe. La Providencia me acercó a este
hombre. Si he recuperado la fe, si ahora tengo una
base, si amo a Jesucristo y a su Iglesia, si mi
alma está alegre, a él principalmente se lo
debo.>>
No negamos que Tancredo Canónico hiciera tal
panegírico de Towianski, pero es falso el diálogo
que sigue y que Pío IX haya asentido de algún modo
a los despropósitos del abogado. Don Bosco narró
el hecho de muy distinto modo, según lo confirmó
la noble familia Ricci y especialmente el
caballero Roberto, quien lo refirió a don Joaquín
Berto.
Apenas llegó el abogado ante el Papa, se postró
a sus pies y le dijo:
-Padre Santo, hace mucho tiempo que deseaba
hablaros; por fin
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