((**Es9.457**)
María Santísima era evidente. El cardenal Berardi,
estallando de alegría, fue a visitar al Siervo de
Dios y le dijo:
-Don Bosco, estoy dispuesto a hacer lo que de
mí quiera; íno tiene más que mandar!
-Ya sabe lo que deseo; interésese por mi
Sociedad, hable de ella al Padre Santo, procure
arreglar las cosas de modo que pueda conseguir lo
que deseo.
-Lo haré, iré a ver enseguida a Su Santidad y
le hablaré, esté seguro.
Pidió audiencia al Papa y le habló.
Entusiasmado con don Bosco, le narró lo acaecido y
le recomendó con vivas instancias la Pía Sociedad
de San Francisco de Sales. El santo Pontífice
quedó sorprendido y deseó ver cuanto antes al
Venerable.
En el intervalo, la Sagrada Congregación había
celebrado ya alguna reunión y examinado las
Constituciones: la mayor objeción que quedaba era
el encontrar una contradicción entre el voto de
pobreza y la propiedad; cómo un individuo ((**It9.502**)) podía
ser miembro de la Congregación, profesando pobreza
y conservando la posesión de los propios bienes.
Es algo absurdo, repetían, que uno pueda llamarse
pobre y posea a la vez casas y fincas y tenga
derecho a disponer por testamento de sus riquezas.
Don Bosco acudía inútilmente a unos y a otros,
demostrando cómo la práctica de la pobreza
evangélica expresada en sus Reglas no se oponía a
la naturaleza de este voto y que era la única
manera de salvar los bienes de las Ordenes
religiosas de las confiscaciones de la revolución.
Sin embargo aquellos teólogos, que quizá no
conocían la aprobación dada por la Iglesia a la
Congregación de los Rosminianos, sólo después de
haber examinado atentamente la cuestión, se
pusieron de acuerdo por fin, con la idea de don
Bosco. Vieron también ellos que, en estos tiempos,
el único medio de subsistencia para un religioso
debía ser el propio patrimonio.
Se supo en los conventos de Roma la tesis
sostenida por don Bosco y los Superiores de los
dominicos y de los franciscanos acudieron a él
para consultarle acerca del modo de entender el
voto de pobreza, pidiéronle copia de su reglamento
y declararon que, si la Iglesia lo aprobaba,
retocarían el suyo en la forma que él lo
presentaba y explicaba. Y, en efecto, unos años
después, lo adoptaron todas las Ordenes de la
antigua observancia. Y desde entonces, algún
Cardenal aseguraba a don Bosco que el Concilio
Ecuménico tomaría como base la misma regla para
proveer a la existencia de todas las Ordenes
Religiosas.
(**Es9.457**))
<Anterior: 9. 456><Siguiente: 9. 458>