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((**Es9.442**) se repetían en las tertulias, sino que resonaban en el Parlamento, donde el diputado Ferrari, llamando mártires a Monti y Tognetti, reclamaba, junto con muchos otros, que se asignase una pensión a su familia. Mientras tanto Mazzini abrigaba otro plan muy distinto. Era su ideal preparar la revolución en Italia y en Francia, destronar a Víctor Manuel y a Napoleón III, apoderarse de Roma y proclamar en ella la república democrática. Nuevas sociedades secretas trabajaban activamente para realizar tales proyectos. La revolución estallaría contemporáneamente en Milán, Turín, Génova, Nápoles y por toda la Romaña. Participaban en la conjuración los militares, especialmente suboficiales, y, en efecto, el 27 de marzo de 1869 estallaba la insurrección en Nápoles y en Faenza, al grito de: íMuera el Rey! Pero algunas cartas, interceptadas en correos, descubrieron la trama, de manera que se sofocó el movimiento al nacer. El rey Víctor Manuel, en medio de tantas complicaciones, se adhería a veces a Garibaldi y al Partido Radical, otras se acercaba a los Conservadores de la Permanente y otras intentaba reconciliarse con el Papa 1. Mientras Víctor Manuel se debatía en tales angustias había hecho saber repetidas veces a don Bosco que deseaba verlo en Florencia. En Roma había comenzado el proceso de Ajani, Lussi y sus veintidós cómplices en la resistencia ((**It9.485**)) a mano armada y con derramamiento de sangre en octubre de 1867, junto al puente de Trastévere, con la muerte alevosa de algunos soldados. Eran delitos de alta traición, que la ley castigaba con la pena de muerte. El Rey temía el éxito del proceso y el furor de las sectas que querían la libertad de los inculpados. Por eso se había decidido de nuevo a pedir gracia para ellos, enviando expresamente a Roma al general Marozzo de la Rocca. El Padre Santo le recibió afectuosamente y tomó la carta del Rey, pero la dejó sobre la mesa y comenzó a hablar del cardenal Marozzo de la Rocca y del cardenal De Gregorio, con tal desenvoltura que el General se quedó desconcertado y no supo despegar los labios. Al despedirse, el Papa le hizo notar que ciertamente el rey Víctor Manuel debía tener mucho dinero, puesto que había mandado cinco mil liras a la viuda de Monti, mientras había en Italia muchísimos infelices, perjudicados por las inundaciones, con los que hubiera podido ejercer mucho mejor su real generosidad. Al Rey le contestó después a su carta por escrito. 1 PELEZAR: Pío IX y su Pontificado. Vol. II. Cap. XXI. (**Es9.442**))
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