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El 7 de enero pidió don Bosco al Vicario
General, monseñor José Zappata, el permiso y una
carta de recomendación, para permanecer tres meses
fuera de la diócesis.
Escribe don Miguel Rúa en la crónica:
7 de enero de 1869.
Palabras de don Bosco, después de las oraciones
de la noche, con las que se despidió de todos los
muchachos de la casa, reunidos en el salón de
estudio, antes de salir para Roma:
<>Y queréis saber, queridos míos, adónde voy?
Voy a Roma, tengo allí asuntos de mucha
importancia y voy por vosotros en busca de dinero,
si lo encuentro, y además para otra cosa que os
diré en su día y que ((**It9.478**)) os
gustará mucho, porque será muy provechosa para el
Oratorio. Estaré en Roma, a lo más, hasta el
primero de febrero, por lo que deseo que la fiesta
de san Francisco se traslade a la mitad de
febrero. Si todo marcha bien, estaré más tiempo; y
si no, volveré antes. Rogad por mí, haced la
comunión por mí, sed buenos y observad buena
conducta.
Quiero que este año hagamos una fiesta de san
Francisco preciosa, como nunca la hemos hecho, ni
quizás la hagamos. Rogad mucho por mí. Ayudadme
con vuestras oraciones. Os exhorto cariñosamente a
que recéis hasta el día 7 de marzo un padrenuestro
y una salve según mis intenciones. Adiós; hasta la
vista>>.
Iba a Roma el Venerable, sobre todo, para
obtener la aprobación de la Pía Sociedad y quería,
además, obtener del Sumo Pontífice indulgencias
especiales para una Asociación de devotos de María
Santísima. Desde que se empezó la construcción de
la iglesia de Valdocco, habían pedido
repetidamente los fieles que se organizase una
Asociación de devotos, los cuales, unidos por el
mismo espíritu de oración y piedad, honrasen a la
Madre del Salvador, invocada bajo el título de
María Auxiliadora. Después de la consagración del
templo, mientras muchos acudían a la sacristía
para inscribir su nombre en el registro, habían
multiplicado estas peticiones personas de toda
edad y condición procedentes de todas partes. Y el
Venerable, como veremos, ya pensaba darles gusto.
Estaba siempre vivo en don Bosco el deseo de
honrar a María Santísima y otro signo de su gran
amor era ése. En el ejemplar de las Reglas, que
llevaba consigo a Roma, para presentarlo a la
Sagrada Congregación, había añadido (lo que por
otra parte era ya costumbre) que también sus
sacerdotes y sus clérigos deberían rezar cada día
el santo rosario, mientras en el manuscrito de las
Reglas de 1864 se decía esto sólo para los
coadjutores laicos.
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