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Don Bosco era querido por el Pontífice a causa
de esta su ilimitada devoción. Y también le
apreciaban el Rey y el Gobierno, por su respeto
cordial a todas las autoridades.
Escribe don Miguel Rúa en su crónica: << 1 de
enero de 1869. Don Bosco recibió como regalo de S.
M. el Rey dos venados, tras haber recibido poco
tiempo antes otra invitación, de parte del
Soberano, para que se trasladase a Florencia>>.
Estas pocas palabras no tienen ninguna
explicación, pero la invitación del Rey, después
de la del Ministro, daba a entender que se trataba
de asuntos serios y urgentes.
La Crónica sigue narrando un triunfo más de la
misericordia de Dios.
2 de enero de 1869.
Hoy vino una persona a visitar la iglesia de
María Auxiliadora, y, sin muestras de devoción ni
menosprecio, dio una vuelta alrededor de la
iglesia junto a las paredes, observándolo todo;
después se detuvo a contemplar el altar mayor.
Tras haber mirado durante largo rato el cuadro de
la Virgen, volvió hasta el fondo de la iglesia.
Desde allí se adelantó nuevamente poco a poco
hacia el altar mayor, por el pasillo de en medio.
La iglesia estaba desierta en aquel momento.
((**It9.477**)) Parecía
que una fuerza misteriosa y extraña le atrajese.
Al llegar bajo la cúpula, vio en el suelo un
papelito que se le había caído a un muchacho.
Aquella misma mañana se había barrido la iglesia y
el sacristán no había visto el papel. Miró el
señor en derredor, inclinóse, tomó el papelito y
leyó lo que decía: <>qué sería de tu alma?
>>Y si tuvieses que comparecer ahora mismo ante el
Juez Supremo, cuál sería tu suerte? >>Qué sería de
ti? Feliz para siempre en el paraíso, o condenado
para siempre en el infierno>>.
Al leer aquellas líneas el señor quedó como
fulminado por un rayo. Su conciencia estaba
enredada. Encendióse en su interior una lucha
vivísima, que intentaba resistir, mas no podía. La
voz de María prevaleció. Entró en la sacristía,
con la cara contrahecha, los cabellos revueltos,
de tal modo que causaba miedo. Había metido el
papelito en su cartera. Se dirigió al sacristán,
pero la conmoción no le dejaba hablar. Se paseó de
un lado a otro como un loco, pidió un sacerdote,
se arrodilló y se confesó. Levantóse después,
radiante de alegría, y, sacando el papelito, lo
presentó al confesor y le dijo:
->>Sabe usted quién ha escrito este papelito?
-Conozco la letra: es de un muchacho muy
inteligente.
-Pues bien; dígale para su satisfacción que
María se ha servido de estas líneas para salvar
una alma. Soy abogado y hace veinte años que no
había recibido los sacramentos. Pero, de hoy en
adelante, prometo vivir como buen cristiano. Diga
a ese muchacho que me gustaría ponerme de rodillas
ante él para agradecerle el bien que me ha hecho y
que guardaré su papel mientras viva, como recuerdo
de las misericordias de María.
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