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((**Es9.430**) verano, quedaba reducida en 1867 a tal extremo de penuria de los artículos de primera necesidad, que en mayo de 1868 se calculaba que habían muerto de hambre y sed al menos doscientos mil árabes. Sus cadáveres permanecían esparcidos e insepultos en los campos, a lo largo de los caminos por las cercanías de la ciudad y las aldeas, adonde corrían los hambrientos en busca de alimento. Los que pudieron llegar a lugares donde había europeos, obtuvieron del gobierno y de la caridad de los colonos, abundantes socorros. Pero las tribus que vagaban por la inmensidad de los desiertos, habituadas a vivir del producto de los pastos y de los cereales totalmente malogrados por la excesiva sequía, se vieron obligadas a vivir de hierbas silvestres, raíces y cortezas de arbustos, en espera de la muerte. En medio de tantos horrores brilló la caridad de monseñor Lavigerie, arzobispo de Argel. Los beduinos se vieron obligados a recurrir a Monseñor. Todos los días, sobre mulos y carros del ejército, llegaban niños escoltados a la casa del Arzobispo; aumentaba siempre el número, muy pronto sumaron mil ochocientos. Pero muchos estaban tan sumamente débiles que, a pesar de los más solícitos cuidados que se les prodigaron, murieron más de quinientos. Frente a los inmensos beneficios dispensados por el gran apóstol, la autoridad militar argelina terminó por pretender que cerrase el asilo donde eran recogidos los hijos de los que habían muerto víctimas ((**It9.472**)) de la peste, y que fueran devueltos a sus tribus. Lavigerie no admitió freno alguno; había recibido el mandato de Dios y de su Vicario y voló a París, pidió audiencia a Napoleón III y le expuso con claridad la enorme injusticia que allá, en Argel, se cometía contra los apóstoles de Cristo. La firmeza del Obispo católico impresionó al Emperador que, con benévola sonrisa, atendió sus peticiones. -Majestad, dijo el Prelado, Francia ha añadido a la madre patria con las armas y el sacrificio de miles de sus hijos casi 670.000 kilómetros cuadrados y más de 3.400.000 habitantes, desparramados por sus 1.400 aldeas; pero >>de qué valdrán estas conquistas, si se tiene alejada la fe y el trabajo del sacerdote católico? íSir! Os pido permiso para evangelizar libremente toda Argelia, abrir allí escuelas, fundar colegios para niñas, asilos para huérfanos, iglesias, todo lo que, en fin, me sugiera la fe y la civilización cristiana. El Emperador se lo concedió y Lavigerie volvió triunfante a Argel para realizar su vasto proyecto. De este modo pudo Monseñor retener, albergar, educar cristianamente a todos los huerfanitos salvados y mantenerlos con los socorros abundantísimos que le enviaban (**Es9.430**))
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