Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es9.422**) inspiraba y sostenía, demostrando su influencia sobre los grupos de alumnos y muchas veces sobre cada uno de los individuos. Era alumno aquel año en el colegio de Lanzo, Antonio Varaia, natural de Leynì (Turín), huérfano de padre y madre, paupérrimo; había perdido la ayuda de dos almas generosas: la de don Angel Savio, profesor de retórica, retirado, y la de sor Atanasia, Superiora de las Hijas de la Caridad, cambiada después de más de veinte años del Hospital de Lanzo al de Mirabello. Como el muchacho no podía pagar la pensión pensaba volver a Mathi, con una hermana suya, e ir a apacentar los ganados durante el invierno. Pero la última noche que pernoctó en el Colegio, apenas se durmió, le pareció que se hallaba en el patio interior y que iba al locutorio, junto al cual había un pequeño columpio, donde distraer su aflicción. Con maravilla y temor, vio en la sala a Nuestro Señor Jesucristo y, oprimido por el brillo de su majestad, le pareció que caía desvanecido por tierra. El Divino Salvador le tomó de la mano y amablemente le dijo: -No temas; yo te haré de padre, ya que los hombres te abandonan. Confía en mí. Y el muchacho, de rodillas junto a él, exclamó: -Señor, concédeme la gracia de ser sacerdote misionero. Jesús le miró, con aire de inefable bondad, y sonriendo le respondió: ((**It9.462**)) -Lo uno y lo otro. -Sí, Señor, replicó el muchacho, hacedme sacerdote y misionero. Y Jesús repitió con la misma dulcísima sonrisa: -íLo uno y lo otro! Entretanto le pareció a Varaia contemplar una tierra lejana, habitada por enemigos del nombre de Cristo. Transportado allí, después de diversos episodios de persecucción, le pareció que moría crucificado y que recitaba con afecto el avemaría. Presentósele entonces la Virgen, resplandeciente, causándole con su mirada una alegría celestial, pero un misterioso velo rojo se extendió entre él y la Santísima Virgen, como si quisiera impedirle la visión. La Virgen apartó el velo con su misma mano y de nuevo se dejó ver. Estaba él que le parecía morir y al mismo tiempo continuaba de rodillas, en el locutorio a los pies de Jesús, hasta que, siempre en sueños, oyó la campana que llamaba a los alumnos del colegio a la iglesia para oír la santa misa. -Señor, dijo el joven, la campana me llama a la santa misa, y, si me lo permitís, me voy. (**Es9.422**))
<Anterior: 9. 421><Siguiente: 9. 423>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com