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a muchos jóvenes incautos. Por eso, ya hacía
tiempo que don Bosco pensaba en la publicación de
una biblioteca para los estudiantes, suprimiendo
en los libros cualquier pasaje que pudiera
perjudicar la santidad de pensamientos y
costumbres, imitando en esto al jardinero prudente
que, antes de meter a un niño en un jardín
florido, arranca de él los yerbajos venenosos.
Sabía que algunos profesores, so pretexto del
arte, gritarían contra esta bárbara mutilación,
según ellos, y conservarían en la escuela los
textos no expurgados; pero a don Bosco no le
preocupaban las críticas, que una vez más
demostraban cuán prudente y necesaria era
semejante revisión de los clásicos.
Así que, después de consultar varias veces al
profesor don Mateo Picco, había comenzado él
mismo, meses atrás, a seleccionar ((**It9.428**)) autores
y a distribuirlos entre diversos profesores de
institutos, liceos estatales y municipales y hasta
de la universidad, para que los corrigieran y
comentaran. Y muy pronto tuvo en torno a sí un
grupo de hombres de talento, dispuestos a
colaborar en aquella prudente empresa.
Don Bosco les apreciaba muchísimo; y todos
trabaron con él una verdadera amistad. Asistían a
las fiestas de familia y de vez en cuando se
reunían para deliberar sobre la selección de los
libros. El Venerable no habría querido publicar
clásicos, como Maquiavelo y Leopardi, porque eran
muy difíciles de corregir y por tanto siempre
peligrosos, pero, dado que los programas oficiales
lo exigían, recomendó que se escogieran los
pasajes menos peligrosos de estos autores y fueran
diligentemente expurgados. Sugirió, además, normas
para que, al explicarlos, se eliminase todo
peligro y se pusiera siempre a plena luz la
verdad, a la que se oponían sus errores. Inculcaba
sin descanso, que se explicaran los clásicos según
el concepto cristiano.
Los primeros beneméritos colaboradores del
Venerable en este trabajo fueron el caballero
Carlos Bacchialoni, doctor en Letras, el teólogo y
caballero Juan Bosco, doctor en Filosofía y
Letras, el sacerdote Celestino Durando, profesor,
el sacerdote Juan Francesia, doctor en Letras, el
caballero Agustín Lace, profesor, el señor Carlos
Enrique Melanotte, doctor, el teólogo Marcos
Pechenino, profesor, el sacerdote Pedro Peinetti,
Teólogo Colegiado por la Real Universidad, y el
sacerdote Mateo Picco, profesor.
Cuando tuvieron preparado material suficiente,
la Unidad Católica del 18 de noviembre de 1868
anunciaba la aparición de la nueva publicación
periódica.
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