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((**Es9.368**) Solamente lo toleró cuando fue impuesto por el Ministerio de Instrucción Pública en las escuelas. Mientras todo se organizaba para el curso 1868-69 seguía don Bosco hablando, siempre que podía, para dar avisos a los muchachos. Las Crónicas recuerdan algunas de sus charlas. La noche del 30 de octubre contó un sueño: El motivo de haberos reunido a todos aquí es porque quiero contaros alguna cosilla, tanto a los estudiantes como a los aprendices. Imaginaos ver a todos los alumnos en el Patio divirtiéndose. De Pronto comienza a oscurecer, cesan los juegos y los gritos; se forman numerosos corrillos esperando que la campana dé la señal para ir al estudio; todavía hay algunos paseando; entretanto la noche avanza y apenas se puede distinguir a un muchacho de otro salvo que uno se acerque mucho. Y he aquí que entran por la portería dos sepultureros que, caminando acompasadamente, llevan a hombros un ataúd. Los muchachos, al verlos pasar, se retiran. Los dos hombres prosiguen adelante ((**It9.399**)) y colocan el ataúd en el suelo en medio del patio que está ante la Administración interna del Oratorio. Los muchachos se colocan alrededor en círculo, pero todos tienen miedo de hablar. Los sepultureros levantan la tapa del ataúd. En aquel momento aparece la luna con su luz clara y penetrante, da una vuelta lentamente alrededor de la cúpula de la iglesia de María Auxiliadora, da una segunda vuelta y después comienza una tercera, pero no la llega a terminar y se detiene sobre la iglesia, como si estuviera para caer. Entretanto, apenas la luna comenzó a iluminar el patio, uno de los sepultureros dio una vuelta, después otra ante las filas de los alumnos, mirando fijamente el rostro de cada uno, hasta que, al ver a uno en cuya frente estaba escrita la palabra: Morieris (morirás), lo tomó para meterlo en la caja. -A ti te toca, le dijo. Pero el muchacho comenzó a gritar: -Soy muy joven; querría prepararme, hacer las obras buenas que aún no he hecho. -Yo no debo contestar a esto. -Al menos déjeme que pueda ir a ver a mis padres. -No puedo responder a esto. >>Ves allí la luna? Pues ya ha dado una vuelta, y después otra y luego un poco más de media. Apenas desaparezca, tendrás que venir conmigo. Poco después, la luna desapareció en el horizonte y el sepulturero tomó al muchacho por la cintura, lo tendió en la caja, puso la tapa y, sin más, se la llevó con ayuda del compañero. Ya habéis oído mi relato; ahora tomadlo como si fuera una fábula o cosa semejante, o bien un sueño; lo que queráis. En una ocasión conté un sueño en el que había visto el ataúd de un joven colocado allá, bajo los pórticos. Aquel muchacho murió y se observó que, a pesar de que se les había advertido a los sepultureros que tenían que pasar por cierta parte, éstos, al bajar al patio, dijeron que les faltaba algo y, para no dejar la caja en medio del patio, la colocaron bajo los pórticos, en el mismo lugar en que yo la vi durante el sueño. (**Es9.368**))
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