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augurios ante la relación de las señaladísimas
gracias que numerosos fieles continuaban
obteniendo al invocar a María Auxiliadora.
Las clases del bachillerato habían empezado y,
después de la fiesta de Todos los Santos, los
clérigos estudiantes de teología empezarían
regularmente en el Oratorio las clases de
Dogmática, Moral y Sagrada Escritura, impartidas
respectivamente por el canónigo Marengo profesor
del seminario, don Juan Cagliero, y don Miguel
Rúa.
Así lo había propuesto el Arzobispo, con lo que
permitía que los clérigos del Oratorio no
estuvieran obligados a ir a clase al Seminario. No
obstante, continuaron presentándose a los exámenes
del Seminario como antes, y más tarde buscó don
Bosco examinadores entre los mismos que examinaban
a los seminaristas, disponiendo también que
tuvieran que desarrollar poco más o menos los
mismos programas que hacían los clérigos de la
diócesis y sobre los mismos textos que ellos
tenían.
El canónigo Marengo dirigía los estudios
teológicos y filosóficos y, cuando él murió,
suplióle el teólogo Molinari, profesor también en
el seminario. Estos Venerandos amigos de don Bosco
daban clase gratuitamente en nuestra casa, a unas
horas no muy cómodas para ellos, coincidiendo con
las que los clérigos tenían libres de sus clases y
asistencia a los muchachos.
Al mismo tiempo los alumnos cumplían una norma
importantísima establecida para que no entraran en
el Oratorio libros malos, o, si casualmente
entraban, fueran retirados cuanto antes.
((**It9.398**)) Ya se
ha dicho en otro lugar, cómo desde que empezó a
tener estudiantes, había prescrito el Venerable
que, al ingresar en la casa y al comienzo del
curso, se presentase al Superior la lista completa
de los libros que cada uno tenía, y que, si a lo
largo del año, recibieren otros de casa o de
cualquier otro sitio, estaban obligados a
presentarlos para su examen al Director de
estudios. Si éste opinaba que eran malos, se
destruían; si no eran aptos para su condición,
edad o índole, los guardaba y devolvía a su
tiempo. Entre éstos se encontraban novelas, con
las que don Bosco era muy riguroso y cuya lectura,
aun de las que comúnmente se tenían por buenas,
prohibía a los jóvenes. Repetía que estos libros
fomentan las pasiones, hacen perder tiempo y las
ganas de estudios serios.
Ni siquiera aconsejó nunca la lectura de I
Promessi sposi (Los Novios) pues decía que no era
un libro para poner en manos de los muchachos, y
repitió muchas veces:
-Creed en mi experiencia; la lectura de este
libro de Manzoni, ocasionó la pérdida de muchas
vocaciones.
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