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Procuraba inculcar la bella virtud en el
corazón de los jóvenes con palabras y formas
delicadísimas. En lo concerniente a la compostura
exterior, prohibía a menudo la excesiva
familiaridad en razón de la buena educación, la
urbanidad y el respeto mutuo.
Don Bosco era un modelo de compostura. Cuenta
don Francisco Dalmazzo: <>.
Su hablar era limpísimo.
Pudimos advertir muchas veces su discreción. Si
oía a alguien hablar del vicio opuesto a la virtud
de la castidad ((**It9.387**)) con
alguna frase imprudente, decía:
-San Pablo no quiere que se hable de estas
cosas entre cristianos.
Y añadía:
->>Por qué no podéis encomiar la virtud
angélica en vez de mancharos la boca con esas
palabras?
Si sucedía que se aludía en su presencia, a un
hecho escandaloso del que hablaban los periódicos,
se ponía serio de pronto y, después, imponía
silencio, mostrando claramente que no podía
soportar tales conversaciones.
Y en cambio, brotaban jaculatorias de su
corazón para que el Señor le preservara del
pecado.
Acompañábale un día al Refugio el reverendo
Merlone, y le oyó exclamar en voz baja, antes de
entrar:
-Fac, Domine, ut servem cor et corpus meum
inmaculatum tibi ut non confundar (Haz, Señor, que
guarde mi corazón y mi cuerpo inmaculado para Ti,
para no ser confundido).
Y volviéndose a él añadió:
-Mira, amigo mío, un sacerdote fiel a su
vocación es un ángel; y quien no es así, >>qué
resulta? Se convierte en objeto de compasión y de
desprecio para el mundo.
Todos veían un ángel en don Bosco.
Atestiguó don Francisco Dalmazzo que, un día
del año 1868, le acompañó al Instituto de las
Huerfanitas de Turín, donde residían más de cien
doncellas. Con gran maravilla suya vio que todas
las religiosas y las jóvenes estaban de rodillas a
sus pies, con tal veneración
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